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Te extrañamos tanto, hermano

Por Verónica Arredondo

Preferiría no hacerlo, como dice el personaje del escritor Herman Melville, que protagoniza el relato “Bartleby, el escribiente”. Preferiría no escribir este texto porque quizá ello significaría que no es pertinente y todavía estás en casa, hermano mío. Pero lo escribo, presento estas palabras con pesar y desconsuelo. Porque cuando alguien nos falta, como tú nos faltas, no se tiene la forma de solucionar la vida.

Plasmó Benedetti en su poema, en aquél que dice: “Así estamos / consternados / rabiosos / aunque esta muerte sea / uno de los absurdos previsibles”. Hace un año mi hermano, Carlos Arredondo Luna, fue asesinado en un hecho que nos es imposible de comprender. Y así estamos, su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, aquellos quienes lo conocimos; tristes y consternados y rabiosos; e incrédulos de que ya no esté con nosotros.

De acuerdo con las cifras publicadas en septiembre por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), Zacatecas ocupaba el octavo lugar nacional en cuanto a cifras por homicidio doloso. Mientras que en el país el promedio de homicidios se redujo en un 8.4 por ciento, nuestro estado se encontraba al alza. Las cifras quizá nos sirvan como indicadores de lo que ocurre en la realidad, pero de ninguna manera reflejan el pesar de las familias que padecen la violencia. Nuestros seres queridos no son solo una cifra, tienen nombre y rostro, tuvieron una vida que se desarrollaba dentro de la comunidad, muchos eran padres de familia, madres, hijas, hijos, nietos. Los asesinatos, las muertes, las víctimas directas y colaterales, no son hechos ni casos aislados, sino que corresponden a un síntoma de que la estructura social está quebrada y tenemos que arreglarla.

Carlos, mi hermano, como otras veces, se encontraba reunido con sus compañeros de trabajo, amigos de muchos años. Varios de ellos fueron asesinados, es decir, diversos núcleos familiares de repente cayeron en el desamparo no solo económico sino emocional y psicológico. Porque cuando un familiar nos es arrebatado, cuesta mucho despertarse, levantarse, salir a la escuela, al trabajo, sabiendo que Carlos ya no está ahí, ya no están ni su sonrisa, ni sus palabras, ni sus abrazos. La ausencia de mi hermano, nos ha reventado la realidad. Su muerte, como todas, es un fin del mundo.

Un fin del mundo que nos lleva a cuestionar si este es el mejor de los mundos, si es el único que merecemos; nos lleva a buscar que lo que hacemos tenga algún sentido para nuestras familias, nuestros amigos, la comunidad. No puede ser tan fácil quitar una vida, no puede ser que el otro venga y accione un arma, porque es antinatural, totalmente ilógico.

Nuestro país vive inmerso en una guerra, casi es una guerra invisible porque nunca vemos llegar a los que guerrean, no se identifican como nuestros enemigos, desplazan comunidades, exterminan personas, empobrecen municipios, y ponen en jaque día sí y día también, nuestras dignas formas de ganarnos el pan de cada día. Dice Miguel Hernández, poeta español que murió en prisión en la Guerra Civil Española: “Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes, tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.”

Nos ha tocado vivir una pandemia para la que se han buscado soluciones, se ha fomentado la prevención, el cuidado, todo el mundo ha puesto manos a la obra para librar los contratiempos que ha significado el COVID-19. Sin embargo, la violencia, la violencia sistémica, estructural, la violencia económica, social, la desigualdad, esta epidemia pandémica que padecemos, parece como si nos hubiéramos resignado a vivir inmersos en el ecosistema del odio, como si solo aspiráramos a involucrarnos a través de la crudeza de la ley del más fuerte y déspota. ¿Qué hacemos contra la epidemia de la violencia que nos asesina a nuestros seres queridos? ¿Cómo nos protegemos de las guerras, de las violaciones, de las injusticias? ¿Cuándo crearemos una vacuna contra la deshumanización del ser social?

Carlos Arredondo Luna tenía 35 años, era contador y tenía una familia, que lo llenaba de ilusiones, de retos, con su esposa y sus hijos su vida se nutría. Tenía proyectos, sueños, metas. Yo conocí muchas de sus palabras porque me tocó verlo crecer, apoyarlo en sus primeros pasos. Fue un alumno que aprovechó las oportunidades que él mismo se generó gracias al apoyo de sus amigos, de nuestra familia y de su talento y dedicación. Se convirtió en un buen hombre. Y le truncaron la vida, ya no pudo terminar de desarrollar su potencial; porque le tocó vivir en un estado que es incapaz de garantizar la seguridad de sus habitantes, en un país que ignora el bienestar de sus ciudadanos.

No soy la única que puede contar la historia de Carlos, porque hermanas y hermanos asesinados hay miles en este país, padres asesinados, madres asesinadas, desgraciadamente todos los días desde hace años engrosan las estadísticas del ejercicio de la violencia en este lugar del mundo. Sé que muchas personas se identificarán y empatizarán porque sienten el mismo dolor que sentimos, porque les falta alguien, porque la muerte de un ser amado es imposible de asimilar.

Personalmente, hay ocasiones que me ocurre algo, que sé que Carlos podría entender y sin reflexionarlo quiero enviarle un mensaje o llamarle por teléfono; a veces solo quiero contarle alguna broma, una anécdota, y se me olvida que ya no está presente físicamente en este mundo. Entonces mi corazón se ensombrece, la tristeza me rodea. La rabia me llena de enojo. Cada persona también se constituye a través de su familia, de sus amigos; nadie puede estar completo sin la gente que le rodea. A mi me arrancaron un fragmento de lo que era yo misma, mutilaron mi alma y la de mi familia, me quitaron a mi hermanito.

Abrazo a todas las personas que han sido víctimas de la violencia, que les han asesinado a un ser querido, un familiar, un amigo(a). Entiendo lo que se siente. Yo sé que no tenemos consuelo, que no sabemos qué rumbo tomar y dónde encontrar respuestas. Tenemos que construir un futuro donde la violencia, los asesinatos, la desigualdad no tengan cabida. No tenemos que renunciar a que se esclarezcan los hechos y que los culpables sean castigados. Y por más descomposición social que exista, apelo a la humanidad de cada persona que habita este país, apelo a su corazón, para que nos cuestionemos nuestro proceder y combatamos los males sociales que nos están guiando al desfiladero.

Hermano, me alegra saber que en tu corta vida, fuiste mayormente feliz y nos hiciste muy felices, recuerdo por ejemplo nuestros trayectos a Jerez, cuando hablabamos de nuestro día, nuestros retos, nuestras metas, inquietudes, de lo suertudos que eramos por recibir tanto cariño de nuestra familia. Recuerdo cuando hablabamos de nuestras anécdotas como la ida a un baile a El Cargadero, invitaste a bailar a una chica y con lo bien que bailabas nadie creía que en una vuelta se te cayó la chava y para acabarla encima de una carreola con un bebé dentro, uyyy y qué decir de las memorables carnes asadas en el rancho! Recuerdo como te ahogas en risas y nosotros junto contigo moríamos de la risa!!!! … así te quiero recodar, feliz, feliz. Aunque duele tanto tu ausencia, consuela un poco saber que viviste plenamente… Te amo por siempre hermanito, aquí siempre haces falta, a este mundo le hace falta muchos Carlos Arredondo, fuiste un caballero, un gran ser humano, aquí, aquí permaneces vivo en el corazón de los que más te amamos… Que tu hermosa energía donde quiera que se encuentre abrace eternamente nuestro amor por ti.