Psicóloga Maira Gallegos
PERSONALIDADES HERIDAS
Cuanto más retrocedamos en la historia, más veremos a la personalidad desaparecer bajo la sobrefaz de lo colectivo.
Carl jung
La personalidad se refiere al conjunto de características y cualidades que destacan en los humanos y que constituyen una diferencia que distingue a cada quien. Pensamos que la personalidad se define a través de nuestra forma de vestir, emociones, forma del cuerpo, ideas sobre nosotros y sobre la vida. La verdad es que la personalidad se construye con base en la forma en la que nuestros padres nos dicen que debemos ser; lo que observamos y por ende imitamos de nuestros padres; las experiencias vividas y la forma que nos funcionó ser; lo que socialmente es aceptado; y, por último, las propias experiencias dolorosas.
Somos esclavos de la personalidad ya que sentimos que somos como pensamos. Aunque la personalidad nos sirve sólo para expresarnos, servimos a la personalidad. Esta nos ha servido para cubrir el verdadero yo que aún en la etapa adulta no hemos descubierto. Se ha ido formando a partir de cada etapa de la vida, para protegernos del dolor de situaciones conflictivas desde la infancia. Es moldeable y puede ser esculpida por la conciencia.
Muchas de las experiencias más dolorosas se instauran en la infancia y son las que predeterminan la formación de la personalidad. Los dolores no resueltos durante la infancia respecto a los padres crean personalidades en la adultez apegadas al dolor, a la victimización, arraigadas al pasado con miedos, enojos y mucha rabia. Todas esas experiencias y emociones quedan contenidas en el cuerpo y en el alma, y que después se proyectarán en el cuerpo, en la fisiología y en las enfermedades.
En realidad, la personalidad herida trata de protegernos a través de señales y significados a manera de una coraza para lo que se debe ir trabajando e intentar sanar esas heridas. Si no existe conciencia sobre las heridas de la infancia en nuestra vida, se irán recreando constantemente para reforzar el modo de defensa que hemos utilizado y que nos ha servido, pero imposibilita la sanación. Coloquialmente se dice “repetir la lección hasta aprenderla”. Paradójicamente, la misma herida se activa todo el tiempo o solo en momentos de mayor vulnerabilidad, con personas significativas, reforzando la defensa. Por ejemplo, una persona para no ser traicionada no confía en nadie. Parece que no confiar la protege, pero la predisposición a la mentira facilita la interpretación como mentira muchas cosas que no lo son; entonces se siente todo el tiempo lastimado de nuevo.
En términos de neurociencia es en el cerebro donde se queda la memoria de nuestra etapa infantil. Cuando experimentamos la vida siendo niños lo hacemos desde el cerebro reptiliano o primitivo. En la etapa adulta la neocorteza cerebral empieza a tener protagonismo. Así, las heridas de la infancia están en la memoria del cerebro reptiliano que nos manda señales a través de las sensaciones corporales. Es por eso que muchos adultos no dejan de tener comportamientos infantiles e impulsivos, pues hay heridas de la infancia que controlan nuestra vida. Por ejemplo, una persona puede pasar parte de su existencia tratando de entender por qué la madre no lo quiso. Sentir la falta de amor está en la memoria corporal que se activa ante la menor provocación en el presente cuando no se siente amada; se vuelve a sentir ese niño no existente para la madre, pero ahora con la pareja, hijos, etcétera. En este caso quien debería actuar y decidir desde el adulto es la necorteza cerebral, pero sigue secuestrado por el niño herido cuando algo del presente evoca el dolor del pasado.
En este caso, quien actúa en realidad es el cerebro reptiliano.
Interpretamos el mundo desde nuestras heridas y se nos escapan los comportamientos. Lo que despierta el dolor no es responsabilidad de alguien ajeno a nosotros sino de uno mismo, ya que es parte de una propia historia con sus heridas. Cuando pasan esas cosas por lo general culpamos a los otros de lo que estamos sintiendo ya que nos vemos victimizados, pero no nos damos cuenta que estamos fuera de dimensión; o sí nos percatamos, pero no nos importa, ya que estamos incontrolables y que “se chingue el otro” por ocasionarlo.
Lo anterior pasa en muchas relaciones de pareja; no conocen su niño herido y sus propias historias, las de fondo, por eso proyectan estas emociones cuando no tienen nada que ver con el niño interior herido. Estas situaciones tendrían que resolverse como adultos desde la neocorteza cerebral, sabiendo que ese dolor no está en el aquí y el ahora. Tu niño herido es quien generó la manera en que se está interpretando lo sucedido.
Todos estos comportamientos y características que rigen pueden parecer lo que se define como personalidad, pero en realidad ésta es una máscara del niño herido. De ahí que la misma palabra personalidad tiene el significado de “máscara”. Hay que actuar con plena conciencia de tu historia y tus heridas para conocer tu verdadera personalidad.
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