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El baúl de las historia breves
por Adriana Cordero

Cuando el Miedo Te Hace Huir

Capítulo 1: El Gran Día que Se Acerca
Era un día brillante de primavera, uno de esos días que parece hecho a medida para algo importante. El aire fresco que recorría las calles y el cielo despejado daban una sensación de expectación. Armando, con tan solo cinco años, no entendía completamente la magnitud de lo que iba a suceder, pero sí sabía que algo importante estaba por ocurrir. Su madre le había hablado mucho sobre la confirmación que tendría al día siguiente, una ceremonia que, a sus ojos infantiles, parecía ser una especie de gran fiesta en la que se vestía de manera especial, como una especie de fiesta religiosa.
Pero, más allá de la ceremonia en sí, lo que verdaderamente lo tenía intranquilo era el proceso de preparación. Su madre había comenzado a hablarle de unos "padrinos" que lo acompañarían al día siguiente. Armando no sabía muy bien qué significaba ser “padrino” o qué tipo de relación tendría con esas personas. Lo único que sabía era que esos padrinos eran unos extraños que nunca había visto, pero su madre les había asignado la tarea de acompañarlo al día siguiente y, además, debía ser la pareja que lo llevara a comprar la ropa especial para ese evento.
Aquel día, la señora Raquel, la madre de Armando, lo estaba preparando con esmero, vistiéndolo con una camisa de cuello rígido y unos pantalones que, para su disgusto, le apretaban un poco. Aunque le gustaban más las camisetas de colores y los pantalones cortos, sabía que debía aguantar ese atuendo. "Es para un día importante, mi amor", le decía su madre mientras le alisaba la ropa, pero para Armando ese "día importante" no significaba mucho más que incomodidad.
A eso de la tarde, la señora Raquel estaba ocupada con sus quehaceres cuando la puerta sonó. Al abrir, se encontró con la pareja de padrinos, que había llegado a la casa. La mujer, con una cálida sonrisa, se inclinó a saludar a Armando, quien la observaba con desconfianza. El hombre, de aspecto serio, saludó de manera más formal, pero no alcanzaba a hacer que Armando se sintiera a gusto. La señora Raquel se acercó a su hijo y le dijo: "Mira, Armando, ellos son tus padrinos. Hoy nos vamos a ir de compras para que tengas todo listo para mañana. Vamos a buscar todo lo que necesitas para el gran día."
Armando asintió, pero una sensación extraña lo invadió. No entendía qué estaba pasando. Su madre le había hablado sobre esos padrinos, pero él no había comprendido por qué no iba a estar con ella en esa parte del proceso. "¿Por qué no vienes tú?" preguntó Armando con su voz pequeña, pero su madre le sonrió y lo acarició el cabello. "No te preocupes, hijo. Ellos te acompañarán. Ya verás que todo estará bien."
Esa respuesta, lejos de tranquilizarlo, lo inquietó aún más. No solo no estaba comprendiendo la situación, sino que sentía que lo estaban entregando a otras personas, como si su madre ya no lo necesitara o no lo quisiera a su lado en ese momento tan importante.
Capítulo 2: La Fuga
Armando, aun sin saber bien por qué, se sintió incómodo en compañía de los padrinos. La señora Raquel no los había presentado como alguien cercano, como si fueran una extensión de la familia. Los veía como unos extraños, como si lo estuvieran sacando de su zona de confort para llevarlo a un lugar que no conocía.
Cuando la pareja comenzó a caminar hacia la tienda, los padrinos le tomaron la mano a Armando, pero él, sin pensarlo, se soltó y, con la velocidad que solo un niño lleno de miedo puede tener, comenzó a correr sin rumbo fijo. Se sentía como si su mundo entero se desmoronara. El corazón le latía con fuerza, y su respiración se agitaba a medida que corría por las calles sin saber hacia dónde iba. El frío viento de la tarde le cortaba el rostro, pero nada importaba. Solo necesitaba escapar.
Lo que no entendía era qué estaba haciendo. Solo sabía que quería volver a su casa, donde su madre lo había dejado antes, pero ahora se sentía más perdido que nunca. Recordaba las calles cercanas, la tienda de la esquina, el parque que solía visitar con su madre, pero todo parecía nuevo y aterrador a la vez.
Corrió sin detenerse hasta que sus pies comenzaron a arder de tanto esfuerzo. Sus piernas pequeñas ya no podían más, y, sin darse cuenta, se desvió de la ruta que pensaba seguir. A medida que avanzaba, recordó la casa de su abuela Cuca, un refugio al que siempre acudía cuando quería sentirse seguro y querido. "La abuela Cuca me ayudará," pensó, aunque no sabía si lo lograría llegar hasta allí.
Capítulo 3: El Camino de Regreso
A cada paso, el cansancio lo hacía más lento, pero la idea de llegar a la casa de la abuela Cuca lo mantenía en marcha. Sabía que si llegaba allí, estaría a salvo. Pero el camino parecía largo, y su pequeño cuerpo ya no podía más. Aunque recordaba cómo llegar, el tiempo y el esfuerzo habían comenzado a hacer mella en su ánimo.
Finalmente, llegó a la casa de su abuela. Al ver la familiar puerta, se sintió aliviado, aunque el cansancio lo tenía al borde de caer al suelo. En un gesto instintivo, tocó la puerta débilmente, pero al ver que no había respuesta, decidió entrar por la puerta trasera, como lo hacía siempre. En la cocina, encontró el olor familiar de las galletas recién horneadas y la calidez del hogar de la abuela. Se sentó en el suelo, abrazándose las rodillas, y suspiró profundamente.
El tiempo pasó, y con la caída del sol, Armando comenzó a sentir que lo que había hecho no estaba bien. Ya no quería estar solo. Mientras la noche se cernía sobre la casa, sintió el miedo y la soledad invadirlo por completo. Aunque la abuela nunca le había regañado, aquella tarde no era una de esas en las que se podía esconder en su regazo. Armando deseaba regresar a casa, pero sentía que se había alejado demasiado.
Capítulo 4: El Regreso a Casa
En su mente, solo había un objetivo: regresar a su hogar. Sin pensarlo más, Armando se levantó de donde estaba sentado y salió al exterior, buscando nuevamente su casa. La noche ya se había instalado, y las luces de las casas brillaban como pequeñas estrellas a lo lejos. Su pequeño cuerpo cansado solo encontraba consuelo en la idea de estar de vuelta en su hogar.
Pasaron unos minutos más, y el camino ya no le parecía tan largo. En cuanto llegó a su vecindad, sintió que el peso de su angustia comenzaba a desvanecerse. Sabía que estaba cerca. Finalmente, llegó a su casa, pero no se atrevió a entrar. En lugar de eso, se deslizó hacia adentro en silencio, como si fuera invisible. Caminó rápidamente hacia su habitación, se acurrucó bajo la cama y se quedó allí, abrazado a sus rodillas.
Pasaron varias horas, y Armando no se movió. Las emociones que lo invadían le impedían pensar con claridad. Sentía que todo había cambiado de manera extraña, que todo lo que había conocido ya no tenía sentido. Ya no sabía qué hacer.
Capítulo 5: Los Padrinos Desesperados
Al mismo tiempo, los padrinos de Armando regresaron a la casa de la señora Raquel, pero sin él. Se presentaron con la peor de las noticias: “Se nos escapó,” dijo el hombre, claramente angustiado. “No lo encontramos por ninguna parte.”
La señora Raquel sintió un vuelco en su estómago. Su rostro palideció y, en un instante, la angustia la envolvió por completo. “¿Cómo? ¿Qué pasó? ¿Por qué no lo encontraron?” Preguntó, casi sin poder creerlo. Los padrinos les contaron cómo había ocurrido todo, pero Raquel no podía creer que su hijo hubiera desaparecido de esa manera.
Rápidamente, comenzaron a buscarlo por todas partes: llamaron a los vecinos, recorrieron las calles cercanas, preguntaron en las tiendas, pero Armando no aparecía. La angustia creció en cada minuto que pasaba, y la señora Raquel comenzó a desesperarse. Recordó los lugares donde a veces Armando solía esconderse cuando estaba asustado, y pensó que tal vez estaba en casa de la abuela Cuca.
Pero los minutos pasaban y no había noticias de él. Finalmente, los padrinos, al darse cuenta de que algo no estaba bien, decidieron regresar a la casa de Armando. Allí, después de una búsqueda desesperada, se dieron cuenta de que el niño no estaba en ningún lado, hasta que alguien recordó algo importante: “¿Y si está debajo de la cama?”
Capítulo 6: La Reflexión de Armando
Fue entonces que, al entrar en el cuarto, vieron la pequeña figura acurrucada en el suelo. Armando, con su cara de niño cansado y aterrorizado, estaba allí, escondido bajo la cama. La señora Raquel lo levantó inmediatamente, mientras las lágrimas llenaban sus ojos. “¡Hijo, por Dios! ¿Por qué te fuiste? Nos preocupamos mucho.”
Armando, al ver el rostro angustiado de su madre, sintió que todo lo que había hecho no era necesario. “Pensé que me habían dejado. Pensé que ya no me querían,” murmuró, con la voz rota por el miedo.
Su madre, abrazándolo fuertemente, susurró: “No, hijo, nunca te dejaría. Te queremos más de lo que imaginas. Lo que pasó hoy fue un malentendido, pero lo importante es que estamos juntos ahora.”
Armando comprendió que los miedos que lo habían impulsado a correr no tenían fundamento. El amor que su madre le ofrecía nunca había estado en duda. Lo que él no entendió en ese momento, pero que más tarde comprendería, es que los adultos también se equivocan y que el amor, aunque a veces pueda parecer distante o extraño, siempre está ahí. La lección que aprendió ese día fue que el miedo puede distorsionar las
realidades, pero el regreso a casa, al lugar donde uno se siente amado, es siempre el mejor refugio.
Ese día, mientras se acurrucaba en su cama, Armando comprendió que el amor de su madre y de sus padrinos era inquebrantable, y aunque los miedos lo habían hecho perderse por un momento, siempre podía regresar a casa.
Fin.