Psicologa Maira Gallegos
LA HERENCIA EPIGENÉTICA
La psicoterapia suele consistir en convertir a nuestros fantasmas en antepasados.
Norman Doidge.
En los últimos años la ciencia ha estudiado los procesos biológicos que suceden cuando un trauma se hereda. Lo más similar para realizar estos estudios son los animales, en especial los ratones, quienes comparten una similitud en la genética humana; estos tienen un mapa genético de 99 por ciento de los genes de los humanos. Al realizar estos estudios se presenta una pauta para observar los efectos de los traumas y el estrés heredado en nuestra vida. Para llevar a cabo un estudio de éstos con seres humanos tardaría sesenta años. Con ratones se realiza en doce semanas y nace otra generación, lo que permite tener resultados multigeneracionales relativamente en poco tiempo.
Actualmente se están relacionando cambios químicos en la sangre, el cerebro, los óvulos y los espermatozoides de los ratones con pautas de conducta como la depresión y la ansiedad en las generaciones posteriores. Por ejemplo, el estrés de la separación materna provoca cambios de la expresión genética que se observan a lo largo de tres generaciones.
En un estudio se impidió a las madres alimentar a sus crías en periodos de hasta tres horas cada día durante las dos primeras semanas de vida. Con el tiempo las crías manifestaban lo que en los humanos se llama “depresión”, y con la edad se iban agravando. Algunos machos no manifestaron estas conductas en sí mismos, pero parecía que trasmitieron epigenéticamente las conductas a las hembras.
Los estudios con ratones brindan a la ciencia pruebas tangibles de cómo los desafíos que se viven en una generación se convierten en herencia para las siguientes generaciones.
Entonces, los padres tienen el deber de informar a los descendientes de un entorno determinado que fue negativo para ellos. Aunque se reciba buen trato y apoyo en los primeros años de vida, no se deja de recibir el estrés que los padres sufrieron antes de que se concibiera a la persona.
La nueva información que se tiene sobre mitigar los efectos del transgeneracional de los traumas incluye los descubrimientos que se han hecho sobre los pensamientos, las imágenes interiores y las prácticas diarias como la visualización y la meditación. Todo esto puede cambiar el modo de expresarse de nuestros genes.
Es posible que no podamos ver con claridad los hechos que vivieron los padres o los abuelos, pero se pueden sentir hondamente las repercusiones de estos detalles. Parece que se programan en el cerebro todas estas pautas y empiezan a formarse incluso antes de nacer. El vínculo con la madre cuando el bebé se encuentra en el seno materno es fundamental para el desarrollo de los circuitos neuronales. Thomas Verny dice que “desde el momento mismo de la concepción, la experiencia que se vive en el vientre materno da la forma al cerebro y sienta las bases de la personalidad, del temperamento emocional y de la capacidad del pensamiento superior”. Estas pautas son como un modelo, donde más que aprenderse se transmiten.
El desarrollo neuronal que se produce en el seno materno continúa durante los nueve meses siguientes después del nacimiento. Las vivencias que tiene el recién nacido respecto a sus relaciones con la madre o cuidadores, conservan estos circuitos o los descartan o los modifican o los reorganizan. Estas interacciones y cambios establecen las emociones, pensamientos y sus conductas. Las interrupciones tempranas del vínculo madre-hijo pueden tener origen incluso antes de la concepción. Los efectos se quedan en el inconsciente y viven en nuestro cuerpo en forma de recuerdos somáticos que se desencadenan con situaciones que evocan la experiencia de trauma.
La persona puede sentirse desfasada de sí misma, abrumadas, asustadas o dominadas por los pensamientos y sensaciones en el cuerpo. El trauma queda oculto en lugares donde no llega la conciencia. El miedo, la ansiedad y no saber exactamente qué es o qué pasó motiva a intentar controlar el entorno para sentir seguridad; se debe a que de pequeños se intenta buscar un lugar para refugiarse de las emociones intensas que se sentían, pero que de igual forma se tenía poco control.
Todos los eventos traumáticos, incluidas las lesiones en el vínculo madre-hijo, se pueden reproducir a lo largo de las siguientes generaciones si no se cambia conscientemente la pauta.