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Psicóloga Maira Gallegos

DIFICULTAD DE COMUNICACIÓN EN LOS HOMBRES.

El hombre no está para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.
Ernest Hemingway.

Muchos avances del fenómeno de la comunicación han estudiado que, aunque haya silencio entre dos personas, siempre existe un mensaje. Por lo tanto, ya hay comunicación. Sin embargo, cultural e históricamente los hombres se han reprimido respecto a su afectividad en mayor grado y es por esto que manifiestan problemas de comunicación deficiente. Ante situaciones de vulnerabilidad y dolor deciden levantar barreras de protección.
Es bien sabido que el hombre es conocido por ser meramente racional y la mujer toda sensibilidad. La aparente frialdad de los hombres para enfrentarse a los problemas cotidianos o incluso a los que viven con su pareja, suele ser un mito. Los hombres también nacieron completos. Pueden reaprender si se les reeduca en el aspecto afectivo y llegar a ser personas cálidas, cercanas, amorosas, nutricias, generosas y felices.
El silencio y la incomunicación que también caracteriza a muchos hombres se puede distinguir en distintos niveles. A los hombres se les dificulta la vivencia de intimidad en pareja porque tienen una educación afectiva diferente a la de las mujeres. Ellos han sido formados para ser “guerreros fuertes”. Es una especie de armadura que no fácilmente se quitan a riesgo de ser vulnerados en su intimidad. Según Kevin McClone algunas de las barreras que tienen los varones para mostrar y compartir su intimidad son las siguientes: incapacidad para confiar a través de la búsqueda del control de todo; falta de autoestima al compararse con los demás o sentirse menos que los demás; falta de empatía debido a la incapacidad de apreciar los sentimientos de los otros y los de sí mismo; falta de habilidad en la comunicación con la mujer (la mujer solo quiere se escuchada, no ser juzgada, analizada, evaluada, o que le resuelvan sus problemas); relaciones entre hombres y homofobia, porque muchos hombres son educados para probar y defender su masculinidad, con miedo a la homosexualidad; dificultad para manejar el dolor, ya que se oculta porque se evoca el mandato de “aguántese porque es hombre”; estancamiento en alguna etapa de la vida al no lograr construir una identidad personal, por tener tareas pendientes y problemas en su familia de origen; la barrera del perfeccionamiento al haber crecido en un mundo de ganadores y perdedores que provoca vulnerabilidad y un enfrentamiento con la verdad; falta de soledad debido al ruido, distracciones, trabajo y actividades.
Se agregan a las anteriores el miedo a la dependencia afectiva para no caer en depender de alguien, en este caso de una mujer. Las experiencias dolorosas de la infancia que dejan huella en la persona: represión de sentimientos en la infancia; aprendizaje de no confiar en su experiencia interior, en que tiene que reprimir sus sentimientos y debe obedecer para agradar.
Los hombres están expuestos a un ambiente de inseguridad en su propia familia y sus círculos amistosos relacionada con la forma de expresar su intimidad.
Por eso es importante no argumentar sino dialogar, dado que el manejo de la afectividad es aprendido defectuosamente por experiencias, gritos, silencios, etc. porque no se ha adquirido una destreza en el manejo de los sentimientos, especialmente los del coraje, molestia, desagrado, entre otros.
De tal manera que es importante distinguir entre discusión y dialogo. Por discusión se entiende el intercambio de ideas pensamientos, acuerdos, valoraciones, afirmaciones, juicios y demás, todo lo que tiene que ver principalmente con la razón. El dialogo en cambio es compartir solamente los sentimientos que se experimentan y la conducta de origen, nada más. Los problemas entre las personas se deben a que se cruzan los dos tipos de comunicación. Cuando dos personas están hablando en un nivel de diálogo y por el otro en el de discusión, no se favorece la comunicación. Se trata de aceptar y validar sentimientos en primer lugar, y después los razonamientos. Primero hay que dialogar y después discutir. Pues si se discute primero, el coraje hará argumentar todo en contra de la otra persona. Ella se defenderá y difícilmente habrá acuerdo.
Lo anterior se logra teniendo el deseo y la actitud de que el otro conozca un sentimiento propio y no la actitud de ajustar cuentas o querer que el otro se sienta culpable; no querer convencer al otro; buscar un momento adecuado; hablar desde uno mismo; ser claro y especifico al expresar los sentimientos y no culpar al otro por lo que se siente en uno mismo.