El 3 de julio y la memoria viva del derecho al voto
Julieta del Río
Han pasado 70 años desde que las mujeres mexicanas votamos por primera vez en unas elecciones federales. Fue el 3 de julio de 1955 cuando, por fin, la ciudadanía plena se materializó en las urnas. La lucha por el sufragio femenino no empezó ni terminó en esa fecha, pero sí quedó marcada como un hito en la historia de los derechos políticos de las mujeres en México.
Mucho se ha avanzado desde entonces, pero también es mucho lo que falta por conquistar. A las mujeres no se nos ha regalado nada. Hemos tenido que abrirnos paso en contextos adversos, ganando espacio en instituciones que no fueron diseñadas para nosotras. Y lo más preocupante es que, en pleno 2025, aún persiste la idea de que nuestros logros en el servicio público derivan de “favores” o “recomendaciones” de hombres, cuando lo cierto es que muchas hemos llegado hasta donde estamos gracias a la preparación, la tenacidad y, sobre todo, la convicción de transformar.
Recuerdo que cuando fui designada Comisionada del INAI, hubo quien se atrevió a cuestionar si estaba ahí por mérito o por cuotas. No fue la primera vez ni será la última que una mujer en el poder tiene que explicar dos veces lo que a un hombre no se le cuestiona nunca. Las mujeres no llegamos solas, llegamos con una historia detrás: la de nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras maestras, las obreras y campesinas que abrieron brecha, las que no pudieron estudiar, las que levantaron la voz cuando todo era silencio.
Hoy, a 70 años de aquel 3 de julio, las cifras reflejan un avance formal. En el Congreso, en los gabinetes estatales, en las presidencias municipales, hay más mujeres que nunca. Pero el número no siempre se traduce en poder real de decisión. Aún se nos relega a cargos de “relleno”, aún se nos interrumpe en reuniones, aún se duda de nuestra capacidad para liderar. Y cuando logramos innovar o hacer bien las cosas, se minimiza con frases como “seguro alguien la ayudó” o “está bien relacionada”.
Por eso, el acceso a la información y la protección de nuestros datos personales ha sido una causa que he defendido con firmeza: porque la transparencia nos empodera y la privacidad nos protege. Lo he dicho en muchas ocasiones: el acceso a la información puede cambiar la vida de una mujer. Nos permite conocer nuestros derechos, exigir servicios públicos de calidad, denunciar abusos, y tomar decisiones informadas sobre nuestra salud, nuestro trabajo y nuestra familia. La información no es neutra; cuando llega a manos de una mujer, puede marcar la diferencia entre la dependencia y la autonomía.
Desde esta visión, recordemos que el voto no fue el final del camino, sino el principio. Hoy, el reto es garantizar condiciones reales de igualdad. Que las mujeres participen, sí, pero también que puedan decidir. Que ocupen cargos, pero también que accedan a los recursos, a las oportunidades, a las redes de poder.
El 3 de julio es memoria, pero también compromiso. No se trata solo de celebrar lo que se logró hace siete décadas, sino de mirar con honestidad lo que nos falta. Porque la paridad no basta si no viene acompañada de reconocimiento, de respeto y de garantías para ejercer los derechos sin miedo.
Estoy segura de que las nuevas generaciones se incorporarán a esta lucha, no solo desde la política sino desde todos los espacios de lo público, para que juntas podamos seguir abriendo camino y alzar la voz para que nunca más una mujer tenga que demostrar el doble solo por el hecho de serlo.