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Dr José de Jesús Reyes Ruiz
DÍAS TRISTES

Para documentar mi pesimismo… y el de los demás

Son -qué duda cabe- días llenos de tristeza, de sentimientos que nos encogen el espíritu, días de tristes recuerdos que nos gritan a la cara eventos no solo del pasado, sino también del presente y del nublado futuro que se nos presenta por delante.

Como superar la tristeza, como no recordar las derrotas del pasado, pero también las del presente y seguramente las que vendrán por delante, como olvidar que hace 48 años se dieron los terribles sucesos del 2 de octubre del 68, sucesos que pusieron fin a un año en donde por todo el mundo los jóvenes se levantaron en contra del establishment a gritar un aquí estamos, no podemos ser ignorados.

Alguien dijo, nuestra petición de libertad, de aumento de las libertades no solamente fue silenciada, de la misma forma en que fue silenciada nuestra esperanza, por el contrario, las cárceles se llenaron de aquellos jóvenes que supieron gritar y exigir los derechos a los que se sentían merecedores, pero ellos -a fin de cuentas-, salieron de las cárceles del país, principalmente del palacio negro de Lecumberri, años más tarde mientras que muchos quedaron tendidos en la plaza de las tres culturas en donde dejaron de existir por el simple delito de ser jóvenes y de participar entusiastamente en la exigencia por poder ser y que se expresaron en todo el mundo ese año, un parte aguas de los tiempos y ciertamente parte aguas de la historia reciente de nuestro país.

Habían pasado las revueltas que ese mismo año en primavera se habían dado en Francia solo por pedir, por exigir una mejor educación, miles de jóvenes fueron atropellados por las fuerzas del estado y sus protestas acalladas, después vendría Praga donde las juventudes protestaban en contra de la ocupación del ejército soviético, y también fueron severamente reprimidos no sólo por los ejércitos de la entonces Unión Soviética, sino también por sus propias fuerzas policiacas, y sus protestas quedaron en un insoportable silencio como lo describiría años después Milán Kundera, después vendría Berkeley en el área de la Bahía de San Francisco donde cientos de jóvenes fueron reprimidos por manifestarse por lo que inicialmente eran solo nimiedades, las imágenes de la policía poniendo su bota sobre la cabeza de un estudiante que tenía ya sometido en el suelo, le dio la vuelta al mundo. Estos jóvenes fueron de los pocos que lograron ese año algo a cambio, algo no menos importante que inició su camino alrededor del mundo no sin resistencias pero que nos trajo al menos mayores libertades con las luchas que después se dieron por la libertad de expresión.

Después vendría la represión brutal de las juventudes en Tokio, y en muchos otros lados del planeta. Nuestro país no podía ser la excepción, solo que la represión aquí fue sin lugar a dudas la más violenta de todas, y culminó -el movimiento del 68- con la matanza atroz de entre 300 y 500 jóvenes de Tlatelolco, que no puede, que no debe ser olvidada.

Siempre he pensado, que entre los libros que todo mexicano debe leer en su vida, uno de los más importantes es el que escribiera Elena Poniatowska sobre la noche de Tlatelolco, éste libro debe ser leído para que entendamos de lo que es capaz el ser humano cuando se trata de mantenerse en el poder, y por extender hacia todo lo que le rodea su mirada siempre parcial de la verdad a toda costa, a costa -si es necesario- de la vida de quién cometió "el delito" de manifestarse, de opinar, de cuestionar… de protestar.

Como en otras latitudes, todo se inició por asuntos menores, en nimiedades que fueron negligente y estúpidamente tratadas por las fuerzas encargadas de mantener el orden y a la orden del poder en turno, un conflicto menor entre estudiantes del politécnico y de la universidad de niveles medios -vocacionales y preparatorias-,  fue violentamente reprimido por el Gobierno de Díaz Ordaz, y de ahí se prendió la chispa que llevó a que el proceso creciera exponencialmente.

Las cosas crecieron por la forma absurda e inadecuada como las manejo el gobierno, el bazucazo en contra de la puerta de la preparatoria número 1 de San Ildefonso, donde se reunían no más de unas decenas de estudiantes, representó ante la ciudadanía todo un símbolo de la represión y solo encendió y generalizó las protestas, después vino la marcha del Rector Barros Sierra en contra del sistema establecido, esto le mostró al gobierno de Díaz Ordaz toda la animadversión que se solidarizó alrededor de las autoridades universitarias en su contra, la solidaridad del pueblo se volcó a favor de los jóvenes, de los estudiantes, hubo si claro muchas manifestaciones antes, y las hubo después del 68 también, pero ninguna como las desencadenadas por este movimiento, la reacción ante la inminencia de los juegos olímpicos no se hizo esperar, la toma de Ciudad Universitaria primero y del Casco de Santo Tomás después, donde existió una clara evidencia de pérdidas de vidas -en esta última-, mientras la sociedad se enteraba marginalmente de lo sucedido porque los medios de comunicación de entonces cómo también ahora –muchos de ellos-, hacían y decían sólo lo que convenía a las autoridades que los limitaba por el control monopólico del papel indispensable para que pudieran funcionar los rotativos de la prensa impresa.

La explicación, los jóvenes se atrevieron a mancillar nuestra bandera al izar en el zócalo la bandera rojinegra de la huelga, después vendría la manifestación de los burócratas para respaldar al gobierno, pero hasta esa se les salió del orden preparado, los burócratas lanzaron consignas contra Díaz Ordaz y el clásico no vengo me traen a la fuerza -¿Lo recordara el Sr. Peña al acarrear a porristas para su noche del grito?-

Vino el pliego petitorio que si se me pregunta era totalmente simple y fácil de conceder, pero ni siquiera hubo diálogo, solo se pedía algo de libertad, para aquellos que protestan afuera,  como para aquellos que fueron para esos tiempos -septiembre del 68- apresados por el delito de cuestionar las formas de gobernar y que fueron imputados con decenas de delitos que nada tenían que ver con la protesta.

Se solicitaba la destitución del represor de las fuerzas del orden público, la liberación de los presos políticos y la desaparición del artículo sobre la disolución social de la constitución vigente, lo demás eran minucias, pero los oídos de quienes por ley tendrían que haber escuchado, estaban ayer como ahora cerrados ante los reclamos justos de una ciudadanía harta de la represión y que se emitían por intermedio de la voz de los jóvenes estudiantes que conformaban el llamado comité de huelga que abarcaba más de 200 escuelas muchas de ellas privadas, esto no se vio en la revuelta de París de meses antes, y la dimensión de lo que aconteció en las calles del Distrito Federal, nunca fue igualada por las protestas de otras latitudes.

Pero las Olimpiadas estaban por comenzar, había que hacer algo drástico para poner en orden a esos melenudos cuya protesta había ya comenzado a declinar con las tomas de la universidad y del politécnico, era real que el encarcelamiento de muchos de sus dirigentes les había bajado la capacidad de protesta, pero había que ultimarlos, había que darles la puntilla, había que acabar de una vez por todas - así fuera con la vida de muchos ellos - la protesta, para poder mostrar al mundo un México limpio, un México  en orden.

Y así llegó el 2 de octubre, todo estaba planeado, tendría que ser la última manifestación, y fue la última, el ejército cerró todas las entradas y salidas de la plaza de Tlatelolco, dejaron entrar, pero no dejaron salir a los jóvenes que en menor cuantía habían acudido al llamado del comité de huelga -por fortuna tendríamos que agregar, porque una manifestación multitudinaria como las que se habían visto antes hubiera terminado en una masacre de dimensiones inimaginables-.

Los miembros del batallón Olimpia, sin uniforme pero identificados por el guante blanco en la mano derecha tomó sus puestos y las bengalas disparadas por el helicóptero dieron la luz verde para que se iniciara la represión, y la represión se inició, comenzaron a zumbar las balas desde diferentes puntos de los edificios aledaños a la plaza y desde los ejércitos que la cercaban y comenzaron a caer los jóvenes inocentes que como única arma tenían la voz con la que pudieron gritar primero y sollozar después,  y que se les fue acabando como se les fue acabando la vida.

Lo que quedó en la plaza fue solo el eco del llanto de quienes habían perdido la vida, los ríos de agua de una tarde lluviosa se mezclaron con la sangre de tantos y tantos caídos y se derramaban sobre las escalinatas de la plaza hacia rumbos desconocidos, objetos personales aquí y allá, pero sobre todo cientos de zapatos de quienes los habían perdido en una huida frustrada.

Cuerpos que eran rápidamente levantados por los soldados y echados a camiones que los llevaron con diferentes rumbos, y después, ya entrada la noche, un  ejército de limpieza tratando de no dejar huella de lo acontecido en la víspera.

Un día después, los medios solo daban cuenta marginal de lo sucedido, expuesto a la ciudadanía como cosas menores mientras los jóvenes se escondían, y quienes podían se ponían a salvo en la provincia o en el extranjero y como por arte de magia la protesta fue totalmente acallada y comenzaron a llegar personas de todo el mundo para atestiguar 10 días después el inicio de las Olimpiadas de la Paz, ignorando que el Tlatoani había, -como 5 siglos antes- extraído el corazón y con él, el alma, de aquellos que osaron pensar diferente.

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