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¿Hay esperanzas después de Trump?

Martha Chapa

Muchos opinan que el triunfo del empresario Donald Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha sido una sorpresa para el mundo. Estoy de acuerdo en cierta medida, aunque desde otra perspectiva creo que era previsible.
El resultado electoral sorprendió sobre todo porque en general las tendencias que se expresaban a través de las encuestas se inclinaban hacia la candidata del Partido Demócrata. Sin embargo, también era evidente que tales sondeos estaban influidos por una avalancha de buenos deseos, simpatía y preferencias hacia ella frente a un candidato republicano que en todo momento resultaba amenazante y contrario a los avances sustanciales de la sociedad estadounidense en aspectos tan esenciales como la igualdad racial, la perspectiva de género y los derechos humanos. Su discurso, de indudable racismo, sumado a la misoginia y la visión excluyente y persecutoria con respecto a los migrantes, obtuvo un repudio que parecía generalizado. Ahora vemos que no lo era tanto. Ya no hablemos del caso de México, nación sobre la que el ahora presidente electo opinó de manera tan soez y con notable ignorancia en lo que se refiere a la corriente migratoria de México a Estados Unidos y las grandes aportaciones que generamos para la economía de aquel país. Y, bueno, ni hablar acerca del muro que ha amenazado una y otra vez con construir entre ambos países, y, para colmo ¡pagado por nosotros!
Pero si bien nosotros fuimos su villano preferido, hay que reconocer que Donald Trump se consiguió o fabricó otros varios enemigos para poder lucirse con su estilo pendenciero antes sus posibles electores. Así, se confrontó con el mundo musulmán a rajatabla, sin distingo de quienes profesan esa religión. Sin considerar que hay ciudadanos estadounidenses con todos los derechos, y que no puede simplemente, con la ignorancia por delante, acusarlos a todos de pertenecer a grupos extremistas.
Entre otras de sus declaraciones insensatas, más dignas de un talk show que de una contienda política –aunque a veces, es cierto, cuesta trabajo distinguir una de la otra– están sus afirmaciones respecto al libre comercio internacional y la relación entre Oriente y Occidente.
Si acaso, tras su triunfo electoral pareció suavizar en alguna medida el tono altanero y agresivo que mantuvo a lo largo de su campaña como candidato. Un aparente cambio de tono se esbozó en su cordial encuentro con el presidente Obama, en el comentario conciliatorio que hizo sobre Hillary Clinton e incluso su referencia positiva al el líder de su partido en el Congreso, sobre quien por igual había enderezado epítetos negativos.
Pero sería muy recomendable no creer ingenuamente que Trump será como presidente muy distinto de como fue en su carácter de candidato. Él es quien es y a pocos días de su triunfo no hay razones para pensar que ha cambiado. Por lo demás, él no está solo ni llegó sin apoyo a la Presidencia estadounidense. Es decir, su discurso de odio y racismo encontró eco en la mitad del electorado de Estados Unidos. Y ese encono está ahí, en espera de manifestarse a plenitud ahora que su líder ha conquistado la Casa Blanca.
En todo caso, México y Latinoamérica deberían pensar en la necesidad de unirse hoy más que nunca y conformar un frente con una plataforma e ideario para neutralizar cualquier andanada que lesione sus intereses durante la gestión de Donald Trump.
También se prevé que haya resistencias internas en Estados Unidos en ambas cámaras del congreso, incluyendo a algunos legisladores de su propio partido, además de organizaciones y agrupaciones civiles y estudiantiles que ya desde ahora han levantado su voz de protesta contra ese siniestro personaje que a pesar de las encuestas y los deseos de muchos a lo largo y ancho del planeta, ocupará la Presidencia de Estados Unidos a partir del próximo 20 de enero.
Queda, eso sí, el buen ejemplo de la democracia de los ciudadanos de nuestro vecino país, que una vez celebradas las elecciones admiten los resultados y parece parecen dispuestos a facilitar una transición pacífica, civilizada y eficaz.
Aun así, el mundo tendrá que estar muy pendiente de las primeras decisiones del nuevo presidente estadounidense, el número 45 en su historia, para que no desencadene una era de belicismo y desestabilización.
Es difícil ser optimistas en estos momentos pero seguimos apostando a que prevalezcan la cordura y la solidaridad, así como el reconocimiento de los valores humanos que nos deben regir siempre, por encima de ideologías, partidos y gobiernos.

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