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La violencia de todos los días
Martha Chapa

Vino a visitarme aquí a la Ciudad de México, desde Monterrey, una querida prima mía. Me encantó verla, convivir y platicar con ella para ponernos al día una con respecto a la otra. ¿Y cuál creen que fue nuestro primer tema de conversación? Sí, le atinaron: hablamos de la violencia que nos agobia.
Resulta que al poco tiempo de que el autobús de ETN en el que viajaba mi prima de Monterrey a la Ciudad de México los pasajeros oyeron de pronto, proveniente del exterior, un estallido que sonó como si fueran cohetes. Pero no lo eran: en la primera parada comprobarían que en el autobús había orificios y huellas de pólvora, o sea, que alguien disparó su arma contra el camión, seguramente con la intención de que el vehículo se detuviera y los tiradores pudieran asaltar a los pasajeros. Por fortuna, el conductor no se detuvo, siguió de frente y, para suerte de todos, nadie salió herido.
No es la primera vez que nos enteramos de esos intentos de atracos o, peor aún, de asaltos consumados en nuestras carreteras, ya sea a automóviles particulares o a unidades de transporte público.
El caso es que la violencia sigue y hasta ahora parece ser indetenible, más allá del empeño de tantos esfuerzos, estrategias y operativos de las autoridades.
Las cifras que apenas conocemos sobre los índices delictivos casi al cerrar el año, si bien muestran ligeros decrementos en unos cuantos rubros, en casi todos los demás registran incrementos, ya se trate de homicidios dolosos o secuestros, entre otros.
También sabemos que en buena medida la violencia que se sufre en varias entidades se deriva del enfrentamiento entre poderosos carteles del narcotráfico, pero ocurre igualmente con los delitos comunes: asaltos y robos a transeúntes y automovilistas, tanto dentro de las ciudades como fuera de ellas.
Y las preguntas que siempre quedan a flote son: ¿qué pasa? y ¿hasta cuándo se reducirán de modo sensible los índices delictivos y se cumplirán las promesas de los gobernantes? Porque debemos recordar que las autoridades con frecuencia nos informan de reuniones de los cuerpos de seguridad pública a nivel federal, estatal y municipal, y presumen de la instrumentación de nuevas estrategias o de operativos mejor coordinados. Pero eso no lo vemos reflejado en las estadísticas ni, sobre todo, en la experiencia cotidiana. La corrupción, la impunidad y la ineficiencia continúan y nos abruman.
Desde luego, estoy convencida de que no debemos acostumbrarnos al estado de cosas como si eso fuera la normalidad de la vida social. Tampoco debemos habituarnos a que este problema predomine en nuestras conversaciones habituales en el hogar, la escuela o el trabajo.
Queremos y exigimos mejores y prontos resultados a nuestros gobernantes, pero a la vez una mayor participación y vigilancia ciudadana.
Ya veremos, una vez que transcurra el muy cercano diciembre, los resultados en la materia para compararlos no sólo con el año anterior, sino con el sexenio del expresidente Calderón, de donde partió esta avalancha criminal que nos afecta gravemente hasta nuestros días.
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