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UN MURO ELECTORERO
Ricardo Monreal Ávila

La frontera México- Estados Unidos mide tres mil 145 kilómetros, de los cuales una tercera parte, mil 050 kilómetros, ya tiene algún tipo de muro, valla o cerca.

Algunas zonas, como la región Tijuana-San Diego tiene hasta un triple muro.

Todos los cruces transitables y humanamente aptos para el cruce de personas o transportación de mercancías están ya cubiertos, desde la época del presidente George W. Bush.

Esto no ha impedido que el cruce ilegal de personas, drogas, dinero, armas y demás rubros de la economía del delito sigan cruzando la frontera, a través de más de 300 túneles descubiertos en los últimos años, de cientos de aviones que cruzan por arriba del muro y de miles de embarcaciones que por el pacífico y el golfo de México se burlan un muro tan costoso como ineficiente.

¿Por qué entonces empeñarse en seguir construyendo o ampliar el muro, cuyo costo conservador será de 6 millones de dólares por milla?

Por tres poderosas razones que impone la democracia norteamericana: la primera son votos; la segunda, son votos; y la tercera son más votos.

El muro que el señor Donald Trump anunció durante la campaña y que el día de hoy ordenó ampliar desde la oficina oval de la Casa Blanca --usando las facultades y potestades que una constitución presidencialista, nacionalista y soberana le otorga--, es un muro cien por ciento electorero.

No va a detener ni la inmigración ilegal, ni el trasiego de drogas, ni el tráfico de armas, ni ninguno de los 22 delitos que la ONU ha tipificado como actividades de la delincuencia organizada a escala global, entre ellos, el terrorismo internacional.

En cambio, ese muro sí le va a seguir dando votos, muchos votos y más votos a un gobierno que está empezando y que, por lo que se ve, va a seguir en campaña contra México otros cuatro años, para ganar la reelección en el 2020.

Ya basta. Ya estuvo bueno.

¿Qué debe hacer el gobierno mexicano? Por lo pronto, no seguir poniendo la mejilla para que lo sigan tratando como el payaso de las cachetadas.

Si bien el Sermón de la Montaña aconseja que si alguien te pega en una mejilla, le pongas la otra, no dice qué hacer después de la tercera bofetada.

Allí entra en acción algo que se llama dignidad, que es el alma de la libertad.

No nos vamos a poner con Sansón a las patadas, pero tampoco vamos a actuar como las esposas de las películas mexicanas de los años sesenta: pégame, pero no me dejes.

Creo que es la hora de la dignidad nacional.

Frente a la soberbia imperial, la soberanía nacional.

Es la hora de diversificar realmente nuestros socios comerciales y de inversiones.

Allí están Europa, América Latina, Asia, Japón y China.

Es la hora de voltear al mercado interno.

Es la hora de dejar de comprar productos norteamericanos hechos en México.

Es la hora de dejar de venderles becerros, naranjas y petróleo crudo, para engordar aquí el ganado, hacer aquí el jugo de naranja y refinar aquí la gasolina que consumimos.

Es la hora de la independencia económica de México.

Por lo pronto, el presidente Enrique Peña debería cancelar su próxima visita a Washington.

Bastante le ayudó al candidato Trump, dándole trato de jefe de estado cuando lo recibió en Los Pinos, como para que ahora le pague de esa forma.

Es la hora de que el nuevo gobierno en Washington respete al presidente de México, a la Nación mexicana y a las y los mexicanos.

Eso también da votos…, pero la diferencia es que son votos por México y para México.

Votos para la unidad nacional que hoy, más que nunca, necesitamos en el país.

Ahora bien, qué está pasando en la relación bilateral entre México y los Estados Unidos?

Cómo se llegó a este punto de extrema tensión y alta incertidumbre?

Hace unas semanas murió Zygmunt Bauman, autor de un concepto que capta la incertidumbre y el cambio acelerados que registran la economía, la política y las relaciones sociales en nuestros días: tiempos líquidos.

Paradigmas, valores, estructuras sociales y modos de producción centenarios, que lucían sólidos e inamovibles, empiezan a disolverse y a volverse agua en las manos de los ciudadanos, las corporaciones económicas y el Estado mismo.

El término puede ser útil para entender lo que vivirá México en la llamada era Trump. Habrá un cambio en los paradigmas y parámetros que durante el último cuarto de siglo prevalecieron en la relación México-Estados Unidos.

Esto no parece entenderlo la tradicional clase política nativa, especialmente la “generación Lansing” (políticos del PRI y del PAN educados, formados y colonizados bajo los valores de la cultura norteamericana), que ha quedado pasmada, tal como sucede con un ordenador cuando la memoria RAM se satura. No saben qué hacer ni qué responder ante los tiempos líquidos que amenazan con disolver el pensamiento único, los paradigmas y los parámetros tradicionales de la relación bilateral con los Estados Unidos y el resto del mundo.

Cuestión de observar las reacciones de los distintos actores del escenario político. Por un lado, la administración federal busca congraciarse con el nuevo inquilino de la Casa Blanca enviando de manera express al “Chapo Guzmán” a los Estados Unidos, corroborando la percepción construida durante la campaña republicana de que “México sólo nos envía criminales, violadores y narcotraficantes peligrosos”, así sea para procesarlos.

Por otro lado, tenemos las actitudes de los aspirantes presidenciales del PAN que han ido de la arenga nacionalista hueca (declarar a Donald Trump persona “non grata”) hasta los llamados retóricos al gobierno mexicano “a dejar atrás la tibieza”, pero sin presentar una agenda de acciones y políticas públicas alternativas.

Hasta el momento, AMLO es el único que ha puesto la cara para enfrentar las deportaciones masivas en puerta. Un programa de 10 puntos donde destacan: Convertir a los consulados mexicanos en procuradurías de la defensa de los migrantes; la contratación de 100 abogados y traductores en todas las ciudades fronterizas para la defensa jurídica de los migrantes expulsados; declarar zona libre o franca a toda la zona fronteriza norte a fin de reactivar la economía regional y poder absorber a los migrantes deportados; pero lo más importante: un acuerdo de unidad nacional con el Presidente Enrique Peña, para no dar una batalla divididos, confrontados y minados por los tiempos líquidos que tenemos en frente. Si yo despachara en Los Pinos, le estaría tomando la palabra al opositor “antisistema” más sistemático.

ricardomonreala@yahoo.com.mx<br /> Twitter: @ricardomonreala

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