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Betty Luevano
"Sí merecemos justicia"

Tras las recientes detenciones de los ex gobernadores priístas, Javier Duarte y Tomás Yarrington, de Veracruz y Tamaulipas respectivamente, quedan más preguntas que respuestas entre la población que ansiosa de justicia espera que se dé un castigo ejemplar a este par de personajes que son la imagen viva de la putrefacta tradición política mexicana.
Las interrogantes van desde el por qué ahora y a menos de una semana de distancia caen dos ex mandatarios estatales señalados hasta el hartazgo, desde que estaban en funciones, de sus nexos con la delincuencia organizada e innumerables actos de corrupción.
¿Será que el sistema de justicia mexicano realmente funciona o será tal vez que, como de costumbre, hay elecciones en camino y es menester recurrir a acciones espectaculares para atraer la atención y los suspiros del electorado hacia el partido del gobierno que monta semejantes circos?
En igualdad de condiciones la respuesta más sencilla tiende a ser la más probable, o al menos eso es lo que dice la Navaja de Ockham y seguramente esta no es la excepción a tal principio.
Eso lo dice la ciencia, la tradición popular lo explica en forma más simple cuando dice "perro viejo no aprende trucos nuevos", y efectivamente henos aquí, viendo cómo se echa mano de las argucias de siempre para enfrentar los mismos patinazos.
Yarrington y Duarte se encuentran representando, por el momento, lo más vil y despreciable de la práctica política típica de México. No porque sean los únicos o los peores. Hay muchos otros gobernantes en la república que justo en estos momentos están siendo señalados de abrigar a la delincuencia organizada dentro de los limites de sus demarcaciones para que esas redes operen con verdadera impunidad a cambio de "regalitos" cuyo valor no alcanzará para lavar la vergüenza de toda su descendencia.
Los casos recientes nos dan cuenta de que la corrupción política en México está adquiriendo nuevos y más oscuros matices. Ya no se trata sólo de politiquillos codiciosos de bienes y poder, sino de verdaderos criminales capaces de las peores atrocidades cometidas en contra de la población que juraron proteger.
Nuestro panorama como nación no luce alentador. La corrupción ha echado gruesas y profundas raíces en el país y se ve difícil de erradicar al haberse mezclado hace ya tiempo con el crimen y al haberse institucionalizado con leyes y organismos creados para simular que se lucha contra ella mientras en realidad se le solapa.
Nunca como ahora México ha requerido desesperadamente de una sociedad civil organizada para luchar no sólo por las loables causas de determinados grupos, sino también por velar para que quienes aspiran a gobernarnos y llegan a hacerlo sean dignos de tal responsabilidad.

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