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URIEL O DE LA DESHUMANIZACION
Ricardo Monreal Ávila

El sector médico público del país tiene historias de éxito, donde los médicos y las enfermeras hacen su mejor esfuerzo para atender a los pacientes. Muchos de los médicos que operan en los hospitales del seguro social, el Issste, Pemex o de la secretaría de salud son de los mejores del mundo.

La medicina del sector público mexicano ha sido pionera en trasplantes, tratamientos cancerígenos, rehabilitaciones y terapias que luego se retoman en otros países.

Pero también tenemos el otro lado de la moneda. El gigantismo institucional tiende a burocratizar, mecanizar y deshumanizar el trato a los pacientes.

Hoy tenemos historias de pavor, como alumbramientos en banquetas, pacientes que muren en el piso por falta de camillas, enfermos terminales que son citados semanas después cuando ya no hay nada que hacer con sus vidas, falta de equipo y medicamentos elementales, y otra serie de ejemplos donde la negligencia, la irresponsabilidad y la desatención impactan a los derechohabientes.

Tal es el caso de Uriel, un pequeño de escasos 3 años de edad. El jueves 25 de mayo fue internado de emergencia en el hospital pediátrico del IMAN, frente a perisur. De los mejores del sector público, al menos hasta esta fecha.

Uriel presentaba un cuadro de convulsiones y espasmos, sin que su madre acertara a precisar la causa. El niño había padecido otras enfermedades, pero nada tan preocupante como las convulsiones.

Llegó al hospital y después de resistirse a recibirlo, “porque no hay camas”, ante la gravedad del cuadro terminaron por ingresarlo.

Le pidieron que comprara un antibiótico, ya que el hospital carecía de la medicina. Costaba mil 300 pesos. Tardó casi seis horas en conseguir el recurso y comprarlo.

Durante los siguientes cuatro días, Uriel fue estabilizado, pero no se reponía del todo. Las convulsiones habían cesado, pero ahora un cuadro de calentura y fiebre impedía darlo de alta. No acertaban tampoco a precisar las causas.

El miércoles 31 la madre se retiró unas horas para dirigirse a su domicilio por ropa y alimentos, pero al llegar al mismo, una llamada del hospital la inquietó.

“Tiene que regresar de inmediato, no le podemos decir por aquí qué pasó”.

En el hospital, la madre fue informada que Uriel había sufrido “complicaciones cardiorespiratorias” y había fallecido.

La joven madre no daba crédito a lo que escuchaba, ya que todos los reportes de rutina eran “delicado, pero estable”.

Postrada de dolor y confundida con lo sucedido, la madre empezó los trámites para la inhumación de su hijo único. Por ser madre soltera y tener una condición económica precaria, el hospital le ayudaría a no cobrarle un precio alto por los servicios. De todas formas debió pagar mil 600 pesos. La autopsia le sería perdonada a Uriel.

En compañía de una tía, la madre acudió a una de las funerarias aledañas al panteón 20 de noviembre, ubicado en Tlalpan. Contrató un servicio funerario de 10 mil 500 pesos, el más económico, que incluía trámites, una caja sencilla y una cripta vertical. Los familiares y el panteón sugerían incinerar sus restos. La madre se opuso.

A Uriel lo velaron toda la noche del miércoles 31 de mayo y el jueves 1 de junio al mediodía el sepulturero del panteón estaba colocando la tapa de mármol a una fría gaveta de cemento.

El mismo jueves por la noche, la tía recibió una llamada urgente del panteón. Los veladores de la sala habían escuchado lamentos, golpes secos de madera y un llanto incesante proveniente de la cripta de Uriel. Procedieron a retirar la losa, a sacar la caja de madera y a sacar a Uriel de la caja entre llantos de dolor, con la cara y brazos rasguñados por la desesperación y el terror.

Uriel fue traslado de emergencia al hospital Gea González, donde le diagnosticaron que padece epilepsia, y fue dado de alta una semana después, con las recomendaciones del caso. Hoy se repone en su casa, con su madre, su abuela y su tía.

La administración del IMAN no quiere saber nada del caso. Los directivos dicen que ellos no atendieron a Uriel. Que el médico que lo estuvo viendo todo el tiempo era un pasante, que ya no asiste al hospital y no se sabe su paradero.

Ante la advertencia de que el hospital sería demandado, personal del hospital ha buscado a la madre de Uriel para decirle, entre recomendaciones y amenazas, “déjalo así, no te metas en más problemas, lo más importante es que Uriel está vivo”.

Más aún, un día después de que fue a levantar la denuncia correspondiente ante el Ministerio Público por negligencia médica y lo que resulte, a la madre la intentaron subir a una camioneta tipo suburban, color negro, estacionada fuera de su casa, pero fue auxiliada por los vecinos para evitar que se consumara este secuestro. De hecho, Uriel y su madre tuvieron que dejar esa casa y mudarse a otro lugar, para evitar más intimidaciones. De hecho, la tía es la que ha estado dando seguimiento al caso ante el ministerio público.

Uriel se ha repuesto casi por completo. Debe llevar una vida de cuidados especiales por la epilepsia diagnosticada y manifestada de manera inesperada y sorprendente. Retomo su asistencia al kínder y hoy disfruta el calor y la compañía de sus amigos y familiares. Sin embargo, esa experiencia lo marcará por el resto de sus días. De hecho, poco se acuerda ya de ese trance.

Para Uriel, su madre, su abuela y su tía empieza ahora otra pesadilla: la procuración de justicia. El pequeño Uriel libró la epilepsia, la autopsia y la incineración. Que la justicia institucional no lo condene ahora al sepulcro de la impunidad.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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