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Y la democracia y sus demócratas?
Martha Chapa

Ha transcurrido ya más de medio siglo desde que se hicieron las primeras reformas político-electorales en nuestro país.

En aquellas significativas décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, recordamos, hubo toda una sucesión de movimientos sociales que expresaron una inconformidad largamente acumulada y exhibieron el autoritarismo gubernamental y la intolerable hegemonía de un partido que dominaba en prácticamente todas las esferas de la vida nacional.

Baste recordar que en aquellos años la molestia con la situación nacional era tal que a pesar de los férreos controles del régimen se sucedían unas a otras las protestas gremiales y sectoriales. Ahí están, por ejemplo, junto al movimiento magisterial, el de los electricistas, el de los ferrocarrileros o el de los médicos. Todos ellos, antecedentes del que marcaría al país unos cuantos años después: el movimiento estudiantil de 1968, que determinó un antes y un después para México, su sociedad y su camino hacia la democracia.

Porque ni duda cabe de que aquellos episodios tan traumáticos, tan dolorosos, nos enfilaron hacia una progresiva democratización y definieron un nuevo modelo mexicano que habría de desarrollarse en el último cuarto del siglo pasado.

Ahora bien, aunque es innegable que las reformas políticas gestadas desde los años setenta del siglo XX implicaron cambios positivos, también hay que  reconocer que en ese campo –como en muchos otros– arrastramos todavía un buen lastre de prácticas autoritarias. Y también tenemos que admitir que eso ocurre en todos los partidos políticos existentes, al margen de su tendencia ideológica.

Entonces, la gran pregunta es: ¿por qué, después de todas las enseñanzas que nos aportaron las luchas sociales y políticas del siglo pasado, hoy día los partidos políticos no han entendido cuál es su papel y no se han democratizado debidamente? ¿Por qué no han querido o no han podido dar testimonios de apertura que incidan en el desarrollo democrático de la sociedad mexicana?

Porque mucho ganaríamos, por ejemplo, si los partidos políticos celebraran elecciones abiertas para designar a sus candidatos. Y me refiero lo mismo a su abanderado a la Presidencia del país que a su candidato al Gobierno de la Ciudad de México o a sus seleccionados para contender por las gubernaturas de las demás entidades federativas.

A la vez, sería de elemental congruencia que cedieran un porcentaje significativo de sus candidaturas dentro de un proceso genuino para incorporar a ciudadanos distinguidos que enriquezcan tanto la vida institucional de esos organismos políticos como la representación en el Poder Legislativo. Ya lo hizo en una ocasión el PRD en los años ochenta, con muy buenos resultados. Por desgracia y de manera incomprensible no se repitió tal experiencia, lo que mucho le hubiera aportado al partido en respeto, reconocimiento y votos.

En verdad, a pesar de que se ve difícil que esas prácticas anquilosadas cambien y se encaucen por la vía democrática, no dejamos de insistir en que los partidos deben dejar de lado su ensimismamiento y escuchar a la sociedad.

Lo que quiero decir es que aún tienen la oportunidad histórica de cambiar sus rutinas, mirar hacia la sociedad y procurar un mejor país junto a ella. Claro, ahí están los riesgos que conlleva una elección abierta, pero también las ventajas de que las prácticas de este tipo legitiman, dan confianza y certeza al electorado, y generan adhesiones.

Ya, por ejemplo, el partido Movimiento de Regeneración Nacional, mejor conocido por su acrónimo Morena, desperdició una oportunidad histórica con la elección de su candidato a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. O, como le llaman para no violentar los tiempos electorales, su coordinador de Organización en la Ciudad de México. El caso es que con su muy extraña encuesta de los días pasados, sobre la que no se supo ni quién la efectuó ni cómo la realizó ni entre quiénes se llevó a cabo, Morena no sólo dejó de dar un paso adelante en materia democrática sino que avanzó en opacidad. Al margen de los resultados, se trató de un ejercicio que se antoja muy poco democrático y que muy probablemente les va a generar conflictos internos a la vez que distanciamiento y rechazo de la ciudadanía.

Tienen ahora la palabra y la acción lo mismo el PAN que el PRI y el PRD. Y no sólo por lo que se refiere a las decisiones para designar a quienes se postulen para llegar a gobernar nuestra ciudad capital. También por lo que implican las  elecciones legislativas y presidenciales que se avecinan, en particular si pensamos que a nuestra nación le urgen propuestas y acciones sensatas y democráticas para decidir su presente y su futuro.

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