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De España a Cataluña y viceversa
Martha Chapa
Si bien España está, como pocas veces, en una encrucijada histórica por los afanes independentistas de Cataluña, todo parece apuntar a que se impondrán a fin de cuentas los intereses de los españoles en su conjunto. Aunque, claro está, no será fácil.
Para empezar, no se ha aceptado como una decisión mayoritaria, genuina y comprobable el referéndum que se organizó hace unos días en Barcelona. Menos aún se ha demostrado que sea legal.
Además, tanto el presidente Rajoy como el rey Felipe VI han dejado muy clara su postura de que de ninguna manera se aceptará la independencia de Cataluña.
Por otra parte, ya empezaron a vislumbrarse amenazas –algunas veladas, otras no tanto– de grupos empresariales muy poderosos que han dejado muy claro que de no haber estabilidad financiera en Cataluña optarán por mudar sus empresas y corporaciones a otras regiones de España.
De hecho, los diarios de aquella nación informan que en Cataluña hay una verdadera fuga de empresas desde el primer día de este mes –fecha en la que se realizó el referéndum– y que al 11 de octubre sumaban más de medio millar las compañías que se habían mudado. Esta situación, por supuesto, conducirá de modo irremediable a mayor desempleo y menor desarrollo económico para los catalanes. Y bueno, de más está decir que casi un millón de personas en España se manifestó este fin de semana contra los afanes independentistas. En este contexto, también hay que recoger el esfuerzo de muchos, en todas las regiones españolas, de llevar adelante su propuesta de diálogo con el contundente “Parlem?” o “Hablemos”. Ojalá que los escucharan.
Hay que señalar, también, que muchos españoles piensan que ya existen grandes ventajas en términos de una autonomía pues el gobierno catalán en los hechos controla la educación, la salud, los servicios sociales y hasta la seguridad pública. Así, a primera vista se percibe que ellos tienen mucho que perder y poquísimo o nada que ganar.
Además, gravita a favor de la nación española un consenso evidente de la Unión Europea junto al desconocimiento o aceptación de un gobierno catalán independiente. Eso influiría de modo determinante en otros movimientos locales en diversos países europeos, los cuales se pueden y se deben impedir desde ahora.
En contrapartida, bien sabemos que son pueblos que en otros ciclos se mantenían con cierta independencia y que conformaban reinos en sí mismos, que luego fueron unificados, ya fuera por alianzas voluntarias o en confrontaciones bélicas. Dicho esto, debemos reconocer que estamos en el siglo XXI y en la época contemporánea esos asuntos deberían estar superados sin necesidad de poner en jaque a toda una nación. Ojalá que pudieran mediar la inteligencia y la visión de la política, como ocurre con el Tibet y el Dalai Lama, quien sólo pide a China un proceso gradual de autonomía, sin dejar de permanecer a China.
Deseamos que haya una alternativa y creemos que hay vías para encontrarla. Pero, sin duda, ese proceso implica sensatez y tolerancia de ambas partes para que Cataluña avance algo más en el sentido de la autonomía pero sin romper el acuerdo histórico y constitucional de conformar juntos a la nación española.
De no existir esa conciliación, la cual se ve bastante difícil, cabría esperar más violencia y serios perjuicios para la economía de España, en especial la de Cataluña.
Por todo lo que está en juego, ojalá que haya mesura y los acuerdos lleguen pronto para evitar la anarquía y la desestabilización, pues, como dice el sabio refrán: donde todos pierden nadie gana.
Quienes amamos a España y sus diferentes regiones no nos imaginamos a España sin Cataluña y menos aún a esta región convertida en una nación independiente.
Estamos a unos días de que la balanza se incline hacia uno u otro lado. Lo mejor será que encuentre un equilibrio que abone en favor de la estabilidad, la paz y la prosperidad.
Ahora sí: ¡Que viva Cataluña! y ¡Que viva España!

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