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UN MEXICO SIN TLC
Ricardo Monreal

La posibilidad de que Estados Unidos abandone el TLC es alta. Imaginemos entonces que pasaría si México se queda sin su principal socio comercial de los últimos 23 años.

De entrada, habría una devaluación del peso. ¿De qué magnitud? Hasta un 30% aproximadamente. Es decir, la paridad llegaría hasta 25 pesos por dólar. No sería una devaluación a la López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas o Ernesto Zedillo (del 100 o más por ciento de un día para otro), porque el mercado cambiario ya ido asimilando esta posibilidad los últimos dos años.  De cualquier forma, esta devaluación controlada perjudicaría a los importadores y consumidores mexicanos, pero beneficiaría de inmediato a los exportadores y a sectores como el turismo y a ciertos productos agrícolas, como hortalizas y la ganadería, que tendrían precios competitivos o de ganga.

Otro sector afectado serían los trabajadores que dependen directamente del TLC. Alrededor de 10 millones de empleados y trabajadores mexicanos. Aquí habría que trabajar en la reconversión laboral. La mayoría es mano de obra calificada y disciplinada para trabajar con altos estándares de calidad. Su manufactura es de “clase mundial”. Es decir, si no producen para Estados Unidos, lo pueden hacer muy bien para Alemania, China, Japón, Brasil, Francia, etc. Además, por la devaluación del peso, los productos mexicanos de clase mundial, compensarían cualquier arancel impuesto en Estados Unidos, que no podría ser mayor del 3.5% de acuerdo a las reglas de la Organización Mundial del Comercio.

Pero el principal cambio que tendría que realizar México sería en la orientación de su producción y de su mercado. Ahora sí, tendría que hacer lo que no hizo en dos décadas, porque el TLC llevó a la economía nacional a una zona de confort dependiente, donde el comercio desplazó a la industria, al campo y al sector no comercial de servicios, como el financiero y el educativo.

México deberá voltear al mercado interno y desarrollar una política propia en materia industrial, comercial, bancaria, energética, agropecuaria, telecomunicaciones y de infraestructura orientada a satisfacer a la población. Sin la presión de competir con una mano de obra permanentemente barata (única “ventaja” que pudo sostener a México frente a Estados Unidos y Canadá), los salarios del 60 por ciento de la población económicamente activa podrían subir cada año conforme a la inflación y a la productividad, dinamizando de manera notable el mercado interno, no tanto para contener la paridad cambiaria.

En otras palabras, podría acabarse el TLC, pero no se acabaría México. Simplemente habría que reconvertir su economía, diversificar sus exportaciones y hacer lo que hacen los países desarrollados: globalizarse en función de sus intereses nacionales estratégicos. ¿Se hundió Gran Bretaña al dejar la Unión Europea? Por supuesto que no.

Sin embargo, la eventual salida de EUA del TLC no será la única medida que promueva el actual gobierno norteamericano contra México. Es una agenda antimexicana que incluye el muro y la deportación masiva de latinos hacia nuestro país, en el contexto de un año electoral. Veamos los términos.

La agenda antimexicana del gobierno del señor Trump está caminando. No con la celeridad que la Casa Blanca quisiera, pero sí con la visión y en la dirección indicada desde hace dos años.

Esta visión identifica a México como amenaza notable para la economía y la seguridad norteamericanas, a la que se debe hacer frente con la construcción de un muro secesionista, la cancelación del Tratado de Libre Comercio y las deportaciones masivas.

Y si estas acciones no redujeran la amenaza mexicana, entonces habría que considerar intervenciones más directas como la política y la militar (recordemos dos momentos: “cuando rejuvenezca a nuestras fuerzas armadas, México no querrá jugar a la guerra con nosotros” y cuando Trump ofreció a EPN enviar fuerzas armadas para acabar con los “bad hombres”).

Gracias a los pesos y contrapesos de la democracia norteamericana (cámaras legislativas, poder judicial, opinión pública y organizaciones civiles), la agenda antimexicana no ha avanzado más lejos, pero Washington no ha renunciado a ella en sus partes medulares.

Lo demuestran los cinco prototipos de muro que se están levantando en la frontera y las condiciones crecientemente inadmisibles que está planteando el grupo negociador del señor Trump en las negociaciones del TLC (revisiones cada 5 años, componente norteamericano del 50% en los autos armados en la región y restricciones sanitarias a los productos agrícolas mexicanos).

En contrapartida, la agenda de México para intentar convencer al vecino país de que no somos el peligro que dicen, está más que rezagada. Simplemente no se ve por ningún lado una estrategia diplomática y política al respecto.

Por si fuera poco, el próximo año es electoral tanto en México como en Estados Unidos. Aquí elegiremos presidente de la República, la totalidad de la cámara de diputados y de senadores, así como elecciones locales en 30 de las 32 entidades federativas, donde habrán de renovarse nueve gubernaturas, 27 congresos locales y los ayuntamientos en 26 estados de la República. En total, 3 mil 326 cargos de elección popular el “super domingo” 1 de julio del 2018. Nunca antes habían concurrido ese empate de elecciones federales con locales, lo cual hace inéditos desde ahora esos comicios, donde veremos si la política nacional arrastra a la local, o viceversa.

En Estados Unidos, por su parte, el 6 de noviembre del 2018, se elegirá la totalidad de la cámara de representantes y 33 senadurías, donde la administración Trump buscará ganar votos haciendo del muro y de la eventual nulidad del TLC su principal marca de venta electoral.

El muro y un TLC disminuido tendrían efectos electorales también en México. La forma como procesen y definan sus posturas los candidatos presidenciales en ambos temas les sumará o restará votos. Hasta el momento, AMLO sigue siendo considerado por la mayoría de los electores como el más capaz para sortear estos eventos.

Pero las clases medias mexicanas (especialmente en el norte del país), altamente receptivas a las posturas de Washington, serán susceptibles a cualquier opinión negativa sobre los aspirantes presidenciales mexicanos.

Aquí es donde los candidatos de la derecha mexicana buscarán ganar votos para sí y alentar vetos para la izquierda. Como no sucedía desde el siglo XIX, la amenaza de intervención política directa desde Washington está presente en el país. Sin TLC, con un muro en construcción y con un intervencionismo norteamericano activo, la elección presidencial mexicana luce desde ahora vulnerable y frágil.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx Twitter: @ricardomonreala

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