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Feminicidios
Martha Chapa

Cada año que inicia nos trae una oleada de anhelos y expectativas, que pronto se confrontan y mezclan con realidades para escribir la historia cotidiana.
Ahora que da inicio el 2018 se me ocurre que debemos incorporar una dosis de realismo a nuestros buenos deseos de año nuevo. Así, sugiero que en lugar de pedir que nuestros problemas más acuciantes se resuelvan por completo, aspiremos a que por lo menos ya no crezcan ni se profundicen.
Es el caso de los feminicidios que durante 2017 se registraron en cantidad alarmante y en buena parte de las entidades federativas del país. Todavía hacia finales de diciembre, cuando hubiéramos esperado que se abriera una tregua en los días navideños y de Año Nuevo, tuvimos que presenciar con enorme indignación diversas noticias sobre hechos violentos, brutales, contra mujeres.
Por eso, este nuevo año debemos empezar por poner un freno a los índices de hostigamiento y criminalidad que cruzan el país, así como intensificar las acciones que ya se han puesto en marcha en ese renglón, además de impulsar otras propuestas que aún no se han instrumentado y pudieran ser útiles y, por ende, resultan urgentes.
Porque no podemos aceptar que las cosas sigan así, con un crecimiento cotidiano de las agresiones de todo tipo contra las mujeres en México. Un buen inicio sería, entonces, establecer medidas destinadas a revertir tan funestas acciones y conseguir resultados a corto plazo a fin de que al cierre del 2018 las estadísticas muestren disminuciones significativas, ojalá hasta que los delitos con sello de género desaparezcan o se reduzcan de manera radical.
Por supuesto, es preciso que trabajen más y mejor nuestras instituciones destinadas a la seguridad pública y a la prevención del delito para rebajar ostensiblemente la corrupción, la complicidad y la impunidad que subsiste en el circuito judicial.
En anteriores colaboraciones he insistido en que la única manera de afrontar con eficacia este grave problema es diseñar un plan integral, el cual implica desde la educación en el seno del hogar y de las instituciones educativas para establecer como premisa el respeto a la vida y como principio la equidad de género, hasta campañas de concientización que disminuyan sensiblemente el horrendo machismo que predomina en nuestra cultura. Esas, entre otras muchas acciones destinadas a promover relaciones respetuosas, equilibradas y armónicas entre todas las personas, sin importar sexo, edad o condición laboral o social.
Las estadísticas son escalofriantes y despiertan la indignación: son millones las mujeres que en menor o mayor medida han sufrido violencia en su vida, y ya suman miles las que han sido asesinadas en los últimos tiempos.
El problema es grave y sólo con la participación de las instituciones gubernamentales y la sociedad civil –a la par de un Poder Legislativo responsable que mejore el marco jurídico prevaleciente, y de un Poder Judicial que actúe con prontitud, honestidad y eficacia– será factible reducir esta herida tan dolorosa y profunda en nuestra sociedad actual.
Cada una de nosotras, por nuestra parte, en la trinchera personal y profesional que ocupemos, estamos obligadas a participar y exigir condiciones adecuadas y respeto pleno a nuestro desarrollo en el espacio que nos corresponda, con seguridad e igualdad social.

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