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EL FRENTE Y EL VOTO ANTILOPE

Ricardo Monreal Ávila

(Intro: Más que ganar, Morena necesita noquear, tal como hizo Márquez con Pacquiao en las Vegas).

Finalmente la coalición PAN-PRD-MC cuajó. Se llama “Por México al Frente”. Es una mala noticia para el gobierno, el PRI y sus aliados. Se enfrentarán al fuego cruzado de dos adversarios de cuidado: AMLO y Ricardo Anaya.

El PRI-Gobierno ya no podrá repetir la estrategia que le permitió ganar el Estado de México: impedir a toda costa la coalición PAN-PRD, desinflar a la candidata del PAN y polarizar la elección entre PRI y Morena, para hacer de la elección un duelo entre maquinarias electorales, donde el PRI lleva mano.

En cuatro distritos electorales rurales, donde Morena no tuvo representación en las casillas ni movilizadores electorales, el PRI se despachó en grande, con tasas de votación inéditas, similares a las de un cantón suizo. Estos distritos, más la votación de sus partidos aliados, le permitieron remontar la felpa que le propinó Morena en las zonas urbanas.

Ese diseño estratégico ya no podrá repetirlo el PRI a nivel nacional, porque el Frente lo desplaza desde ahora a un tercer lugar. Iniciar la carrera dos escalones abajo y recibir fuego cruzado por el flanco izquierdo y el derecho, reducirá la votación del priismo a su segmento duro: un 15-18% de la votación.

El Frente, en cambio, es una buena noticia para AMLO y Morena porque el “voto Antílope” (el voto anti López Obrador, conformado por la derecha y el centro en su conjunto), tendrá al menos dos canales de expresión: el PRI de Meade y el Frente de Anaya.

Ahora bien, si a eso añadimos que podría haber dos candidatos independientes fuertes, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez “El Bronco”, la fragmentación del “voto Antílope” será mayor, dado que sus simpatizantes y bases sociales están más cerca del centro-derecha que de la izquierda.

El “voto antílope” es tan robusto como el voto antiPRI o antisistema (ambos rondan el 55-65%), solo que en esta ocasión, a diferencia de lo que pasó en 2006, correrá en cuatro vertientes separadas (PRI, Frente, Margarita y “El Bronco”).

El 31-33%  de AMLO-Morena es el nuevo voto duro de esta elección. Es un voto a prueba de guerras sucias y campañas negativas. Es como el barro negro de Oaxaca: a más fuego, más dureza. Sin embargo, ese umbral es endeble. Da para ganar una elección balcanizada, pero no para gobernar una sociedad confrontada.

Gobernabilidad será sin duda el principal problema postelectoral del 2018.

Una forma de resolverlo es ampliar el umbral de la legitimidad. Alcanzar el 38-42% de la votación. Más que ganar, Morena necesita noquear, tal como hizo Márquez con Pacquiao en las Vegas. Que la cuenta de protección dure más de 10 segundos. Que los jueces no tengan ningún margen de entregar la elección a la mafia del ring.

Las áreas de oportunidad para este despegue están acotadas, pero existen. Los perredistas que nunca votarán por un panista suman miles. Los priistas que se sienten en el Titanic suman cientos de miles. El norte del país que ya probó la futilidad del bipartidismo PRIAN y ahora desea probar a Morena, es otro terreno fértil. El voto migrante que pesa en EUA, es determinante en varias zonas de México. La concurrencia por vez primera de elecciones locales con la presidencial en 17 entidades favorece el “efecto arrastre” si se postulan figuras locales atractivas. Y los 14 millones de jóvenes milennials que votarán por primera vez, podrían ser la gloria para un partido nuevo como Morena.

Pero nada de esto cae del cielo. Serán determinantes la movilización y la representación el día de la elección. Sólo así Morena evitará que el Antílope vuelva a hacer de las suyas.

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