Divagaciones de la Manzana
Un gran deseo para 2018
Martha Chapa
En estos días recientes de relativa calma, entre el adiós al agonizante 2017 y la bienvenida al flamante 2018, tuve oportunidad de ver algunos capítulos de la serie británica La Corona (The Crown), donde en un contexto por completo distinto al de nuestra cotidianidad descubrí notables similitudes con realidades que conozco. Esta serie televisiva muy bien producida y que ha ganado ya varios premios –incluidos dos Globos de Oro– me reveló de nueva cuenta lo difícil que es para una mujer ocupar un cargo elevado, y cuan complicado resulta esto para su pareja, sobre todo cuando no está en el mismo nivel.
Me puse a pensar que si bien en nuestros días la mujer dispone de más oportunidades para tener un mayor desarrollo personal y profesional, nada le garantiza que en el ámbito doméstico consiga la aceptación y el respaldo de su propia familia.
En efecto, ya se trate de una presidenta, reina, secretaria o jefa de Estado, la realidad es que además de cumplir con sus altas responsabilidades no puede dejar de ver por la unidad, la atención y la estabilidad de su propia familia.
Una condición que por igual, guardadas las proporciones, se presenta en toda mujer que se incorpora al ámbito laboral y que, por ende, debe trascender y equilibrar tanto sus actividades profesionales como los quehaceres domésticos.
Por el momento, me quedo con el ejemplo de la reina Isabel II en esa serie magnífica que nos muestra a una mujer de carne y hueso, quien si bien asume gozosamente el cargo monárquico, también enfrenta las inquietudes, pesadumbre, problemas y congojas que se generan dentro de su propia familia. Así, en algún momento, su esposo, el príncipe Felipe, la encara y le reclama porque le molesta estar permanentemente en un segundo plano. La incomodidad de su marido se vuelve un serio problema para la reina, que tiene que lidiar también con las problemáticas de su madre, su hermana, sus hijos y hasta los conflictos de tíos y parientes políticos.
Una situación, como decía, que no es ajena a muchas mujeres, independientemente de su jerarquía o del tipo de trabajo que desempeñen.
Aunque la serie televisiva recrea otra época distinta a la actual –parte del ascenso de Isabel II al trono del Reino Unido a mediados del siglo pasado– y se refiere a otra realidad geográfica, económica, política y social, el tema, ciertamente, suena bastante conocido en nuestra sociedad, pues aquí y ahora también sufrimos el pernicioso machismo y la misoginia que brotan en lugares inesperados e impregnan todos los rincones de nuestras relaciones humanas y sociales.
Sin duda, es largo aún el trecho que tenemos que avanzar hombres y mujeres para que en verdad lleguemos algún día a afirmar que existe la equidad de género que anhelamos, la cual para consolidarse necesita de todas y todos nosotros.
Ya sabemos que el asunto involucra la educación que damos a nuestros hijos en el hogar, como también influye lo que aprenden en la escuela, en los centros laborales y en todo espacio donde confluimos, al margen del grado escolar, sexo, creencia, ideología o religión.
El marco jurídico también debe avanzar, a la vez que se tiene que fortalecer el cumplimiento de las leyes de las que ya disponemos. Esto debe apoyarse con resoluciones expeditas cuando nuestros derechos se vean afectados.
Por eso, después de mirar algunos de los entretenidos capítulos de The Crown pensé que si algún deseo debemos tener las mujeres en el inicio de un año nuevo es el de lograr que en verdad se nos valore más y mejor.
Y que independientemente de la actividad que desarrollemos podamos contar cada vez en mayor grado con la comprensión, el apoyo, la solidaridad y el reconocimiento de los hombres, es decir, de la sociedad en su conjunto.
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