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CÓMO SE LLAMA?

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

El señor que nos vende queso “a domicilio”, tiene más de 20 años visitando mi casa, generalmente platicamos un poco del clima y a veces… también del clima. Siempre nombró a mi padre Don Fermín y mi padre siempre lo llamó Don Jacinto. Pasaron los años, mi padre murió y no hay ocasión que  el Sr. del Queso deje de recordar a Don Fermín, o Don Fermincito, a veces de cariño. Mi padre se llamaba Benjamín y  no Fermín… el Sr. del Queso no se llama Jacinto y  a la fecha no tengo las más mínima idea de cómo se llama.
Esa es la magia de las ciudades pequeñas, conocemos personas de toda la vida, las saludamos familiarmente y nunca hemos cruzado palabra con ellas. Hay personajes maravillosos que forman parte del imaginario colectivo hasta que un día dejas de verlos… o ellos dejan de verte.
Uno de ellos son los señores que cumplen la valiosa misión de tirar la basura. Los que pasan por mi colonia son maravillosos, en una ocasión pasaron el sábado hasta las 6:00 p.m. de la tarde, cuando usualmente pasan antes de las 10:00 a.m. y su jornada laboral termina a las 2:00 p.m. Les pregunté qué había sucedido y me contestaron que el destartalado camión que tenían se había descompuesto y “ellos mismos” habían terminado de arreglarlo hasta esa hora. Esta ha sido una de la mayores muestras de profesionalismo que he visto  en mi vida, a partir de ese día los admiré más, estará usted de acuerdo conmigo, es una labor muy  dura y sin ellos no sé cómo estaría la ciudad, de por sí hay  tanto ecoloco suelto aventando basura desde sus carros o tirando basura cuando van caminando por la calle, unos cerditos verdaderamente valientes, tomando en cuenta que al hacer esos actos de barbarie total están fastidiando el medio ambiente y se están auto-fastidiando, doblemente estúpidos. Pues bien, cada vez que tengo el gusto de saludar a estos señores podemos cruzar una que otra palabra y siempre recibo su afable sonrisa, ellos siempre sonríen. Acaban de estrenar camión, por cierto.
Otros de estos personajes es el velador. El primer velador de mi colonia, que yo recuerdo, era un señor mayor que fui viendo cómo se consumía poco a poco, primero, dejó de ir a pedir la cooperación los domingos, iban sus nietas. Después se presentó otro pariente de él, su nieto supongo. Cada noche, independientemente del clima, oigo su silbado y no sé si sea una cuestión de sugestión  pero me siento  segura. He visto cómo  pasan los años por él, pero siempre tiene esa misma sonrisa y  sus ojos sonríen junto con sus labios.
Los niños-adolescentes que comenzaron lavando autos, son ahora hombres que siempre paran su labor para elevar la mirada y saludarte, seguramente piensan cuando me ven pasar ¿a ese auto le urge una lavada? …y efectivamente, pero afortunadamente nunca tienen tiempo de lavarlo… ni yo tampoco. Hay un señor que tiene años lavando autos por mi rumbo, un as lavando autos, su  trabajo  tiene una gran demanda, su agenda siempre está llena y… adivinó  usted, nunca ha lavado mi auto, sin embargo, siempre nos saludamos como grandes conocidos.
Las personas que han vivido siempre en el centro de la ciudad tendrán muchos más conocidos casuales que yo: El niño que vendía flores en los antros que ahora es un hombre seguramente ya con hijos y seguimos viendo vendiendo flores. El famoso señor de las ricas galletas en los portales (que en paz descanse) ¡Cómo olvidar a Rufis Taylor y su familiar voz!… ¿Recuerda usted la señora de que vendía recortes? Pues me la encontré después de muchos, muchos años y lucía exactamente igual que la última vez que la vi. Quién no tiene en la memoria a “la larga”, ese señor que parecía que tenía una panza enorme, así lo creía de niña hasta que muchos años después supe que se llenaba el suéter con cosas… hace años no lo veo. Y ese ícono en que se convierten los señores pidiendo una moneda afuera de Catedral que evocan la película protagonizada por Sara García, Misericordia (Urquiza, 1953),
No sé por qué,  ahora que soy  consciente de conocer a estar personas me siento feliz y  afortunada. He crecido en una ciudad donde “todos se conocen” y cuando te presentan a alguien puedes decir: ya nos conocemos ¿verdad? aunque nunca hayan cruzado palabra… al menos eso era hace algunos años, en la ciudad en la que crecí.
Urquiza, Z. G. (Dirección). (1953).
Misericordia [Película].

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