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“EL TESTIGO”

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Eloísa se levantó ligeramente mareada, la noche anterior no había sido justamente lo que ella esperaba, regresó a su casa más temprano de lo que había pensado y mucho más casta de lo que hubiese deseado. Tardó en dormir y al despertar tenía esa cruda que dan las noches de insomnio en las que nos sumimos en pensamientos que rebasan nuestro nivel, normal, de estupidez.
Se lavó la cara, se recogió el cabello en un chongo mal hecho y se preparó café, un intento de café con los pocos granos que quedaban –me hubiese hecho sólo un cuarto de taza- pensó al ver ese café color ámbar, tan pálido que través de la taza de cristal, recuerdo del bautizo del hijo de su vecino, podía ver los largos y huesudos dedos que la sostenían.
Foto: Martha Alicia  Lomelí Chávez
El calor a temprana hora ya comenzaba a ser insoportable. Volvió al baño a mojarse nuevamente la cara pero esta vez, como rara vez lo hacía, alzó su rostro al espejo. Se sintió más mareada que cuando dejó la cama, se sintió más  perdida de lo que había estado la última  década. Su rostro no se reflejó en el espejo.
El baño de la casa de Eloísa, era un baño que conservaba el sabor de las casas de los años 70's, los azulejos verdes de pequeño formato, la enorme taza del excusado y la plancha de mármol que contenía el ovalín y sobre este, un espejo rectangular decorado aun con las flores de migajón que hizo su madre años atrás, muchos años atrás. La pequeña ventana de marco y postigos de madera que estaba sobre el excusado siempre permanecía abierta y las cortinas, siempre blancas y limpias, tenían una danza permanente con el viento. Eloísa lamentablemente no era capaz de seguir su ritmo y mucho menos compartir la danza.
Tocaba su rostro y tocaba el espejo, ambos estaban ahí pero no en contacto. Quiso gritar pero  solo salió un hilo de voz que se llevó una corriente de aire  que entró por  la ventana. Eloísa se tocó el cuello pensó que tal vez la cita anterior había sido con un vampiro que le habría dejado la marca de sus colmillos, no pudo evitar reír al sentirse tan tonta, no escuchó tampoco su risa. La cita anterior, al igual que las anteriores y las anteriores había sido el producto de su obstinada manía de no sentirse, pretendía que el otro fuese su reflejo. Se sumía tanto en su diálogo interno y ese afán de estar en el lugar correcto en el momento inadecuado y siempre viceversa. El Narciso de Caravaggio, mirando embelesado su reflejo en el agua le parecía tan extraño, para ella era imposible sumergirse en su reflejo, nunca había sido capaz de ver lo que hay atrás de sus ojos, sus ojos negros y profundos siempre veían hacia el punto más lejano de su propio ser.
Nunca como en aquel momento deseó tanto poder mirar su rostro, nunca como en aquel momento se lamentó de las horas tiradas en el oscuro fango de su propia negación.  Fue hasta este momento, que pudo ser consciente de su propia existencia, ahora que el espejo le negaba su presencia exterior sus ojos se giraron y miraron dentro de ella. Se quedó asombrada ante el espectáculo desconocido que le ofrecía su único y desconocido “yo”.
Se sintió observada, su respiración acelerada le estaba atrofiando sus músculos. El miedo que sentía le impedía girar su paralizada cabeza, le aterraba descubrir el rostro del testigo que la observaba impasiblemente y no hacía nada por ayudarla. Se armó de valor y giró su cabeza. Lo vio al mismo tiempo que un rayo de Sol la cegó momentáneamente. Ahí, parado sobre la rama del colorín un apacible colibrí la observaba. Su largo pico descansaba satisfecho. Él no la dejó de ver fijamente hasta que  ella se hubo tranquilizado… comenzó a respirar pausadamente. Por instinto, y por unos segundos, volteó su cara al espejo, ahí estaba otra vez su rostro reflejado, volteó su rostro al árbol y justo en ese momento el colibrí emprendió el vuelo no sin antes penetrar en los   ojos de Eloísa,  sus inmensos ojos pequeños.
Final entre el colibrí, la ventana, el espejo… enredados en las cortinas

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