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La cuarta transformación en puerta

El 1º de julio de 2018 será recordado en la historia contemporánea como un hito de la vida política mexicana; el día en que los vientos democráticos derribaron los muros de las reminiscencias de autoritarismo, manipulación y simulación. El día en que se actualizaron a mansalva las premisas democráticas consagradas en el artículo 41 de nuestra Carta Magna: la obligación de procurarnos unas elecciones libres, auténticas y transparentes.

El virtual triunfo de Andrés Manuel López Obrador inaugura una etapa democrática que hace converger por primera vez en nuestro país la línea de la legalidad con la de la legitimidad.

El inminente gobierno de AMLO tendrá la virtud de haber emanado de unos comicios marcados por una participación ciudadana avasalladora de alrededor del 63 por ciento de la Lista Nominal, de acuerdo con estimaciones del Instituto Nacional Electoral (INE), universo de votantes del cual Andrés Manuel obtuvo el apoyo de más del 53 por ciento. En otros términos, será el primer Jefe de Estado en la historia reciente de nuestro país cuyo gobierno habrá surgido de un apoyo popular masivo.

En el proceso electoral del año 2000, el entonces ganador de la elección presidencial logró el triunfo con el 42.72 por ciento de los votos, lo que dio paso a doce años de gobiernos panistas —periodo al que se ha dado por llamar como alternancia— que en realidad no representaron cambios sustanciales que los diferenciaran de las anteriores administraciones priistas. Y las esperanzas de cambio se esfumaron abruptamente debido a los resultados obtenidos en ambos sexenios.

Ahora la situación es muy distinta: el triunfo de Andrés Manuel López Obrador es fruto de un proceso maduro de repolitización nacional, que lo llevó a obtener un voto de confianza generalizado por parte de la ciudadanía, el cual refleja la esperanza en un futuro prometedor para generaciones enteras.

La coalición “Juntos haremos historia” ganó el mayor número de gubernaturas en disputa en el presente proceso electoral, pero además, prácticamente la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión. Esto es el reflejo patente de que la ciudadanía está apostando por un cambio sustancial y que depositó su voto de confianza total en Andrés Manuel para conducir al país a un periodo de necesaria recuperación social, política y económica, que, de otra forma, no sería posible alcanzar.

El 1º de julio de 2018 quedará registrado también en los anales de la historia como el día en que la voluntad popular se impuso a una oligarquía enquistada en nuestro país y al aparato que reproducía los ilegítimos intereses de ésta. Se deben recordar en este punto las intervenciones preelectorales de cierto sector empresarial y político que intentaron sembrar miedo entre la ciudadanía y ensuciar la contienda con intimidaciones, amenazas, robo de material electoral, compra del voto y el uso clientelar de bienes y programas sociales.

Pero, no obstante el triunfo aplastante de la voluntad popular expresada en los recientes comicios, son las normas e instituciones electorales las que nos deben conducir a ampliar aún más, gradualmente, la participación ciudadana genuina. Las inconsistencias o irregularidades de la cúpula política y las autoridades electorales socavaron el potencial de las candidaturas independientes, por lo que resulta indispensable apostar por el fortalecimiento institucional para que no se incurra en el ejercicio de la simulación.

Sin embargo, al margen de ello, y a la luz de los hechos que se presentaron a lo largo de la contienda, se puede afirmar, sin caer en errores de interpretación histórica, que estas elecciones fueron las más auténticas, democráticas y legítimas que ha experimentado la sociedad mexicana a lo largo de su historia.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador constituye en sí mismo la ruptura de un paradigma institucional en nuestro país. A través de ello, se puede vislumbrar que el Estado de derecho en México no se ha agotado, sino al contrario, se puede apuntalar de manera importante con el fin de garantizar ejercicios democráticos libres, los cuales son importantes para asegurar la paz social y la seguridad nacional, en beneficio de mejores escenarios para el desarrollo individual y colectivo de las y los mexicanos.

El binomio fundamental para perpetuar lo que Norberto Bobbio denomina como el Estado democrático liberal es salvaguardar los derechos fundamentales de la persona, lo cual es necesario para el correcto funcionamiento del método democrático. Así, el respeto institucional de la contundente manifestación de la voluntad popular vaticina escenarios favorables para el fortalecimiento de la democracia en nuestro país, a pesar de que el reciente proceso electoral aún se haya visto afectado por la violencia, la corrupción, la inseguridad y la aciaga impunidad que las potencia, elementos destructivos de cualquier proyecto de nación.

Los recientes comicios son el cimiento de la cuarta transformación de la vida pública de nuestro país, la cual ha iniciado de manera legal y pacífica, y cuya misión inicial consiste en erradicar los flagelos que mantienen a México sumido en una profunda crisis sistémica, los cuales, de no atenderse, minarán definitivamente la confianza en las instituciones y nos precipitarán a un futuro incierto.

La legitimidad de los resultados electorales es un preciado incentivo extra para todas las mexicanas y mexicanos que hemos trabado por este proyecto y confiado en él. Sin embargo, en la coyuntura de tal fenómeno democrático y ante el claro mensaje de cambio, conviene que cada uno de nosotros hagamos un ejercicio de reflexión para asumir nuestra cuota de responsabilidad, que impacte positivamente el entorno desde nuestra individualidad.

ricardomonreala@yahoo.com.mx<br /> Facebook y Twitter: @RicardoMonrealA

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