“EL CALENDARIO”
Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
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Aquella tarde, como de costumbre, toleraba los cada vez más frecuentes desperfectos de su casa, Primero el corto en la luz que la dejó sin energía por una semana, después el problema con el tinaco, eso fue raro, no había tenido conocimiento de que una parvada de pájaros aniquilara así a un tinaco a picotazo puro, luego fue el problema del aplanado del plafón que se cayó de una maravillosa forma perfecta, un trozo completo intacto tocó el suelo, el rompecabezas vino después, cuando ella lo recogió para tirarlo, en lugar de tirar ese pedazo completo tuvo que recoger una serie innumerable de pedacitos de yeso que se desbarataron en su mano e irremediablemente necesitó la ayuda de la escoba y del recogedor… y esas goteras, esas eternas goteras que acabaron por teñir de gris aquella pared otrora color salmón. Se sentó en la poltrona de madera y se lamentó de no tener un cigarro a la mano, recordó que no fumaba y se contentó solo con un vaso de agua, hacía meses que el vaso de la cafetera eléctrica se había roto y ya no preparaba café.
Recordó que tenía que ordenar sus documentos, tenía que tener lista la papelería antes de asistir al juzgado a firmar el divorcio “de mutuo acuerdo”. Las goteras habían resultado más fieles que su corto matrimonio, poco más de seis meses cuando encontró a su aun marido probándose sus zapatos de tacón alto y usando su rímel, ella hubiese tolerado eso, de hecho, hubiese podido conservar su amistad, ella no tenía problemas con eso y más cuando ese matrimonio había sido el resultado de una de sus tantas relaciones en las que no uso ni el más mínimo filtro de lógica elemental. Lo que a ella le había molestado, porque no se puede decir que dolido, fue que a su marido, dentro de poco exmarido, quien le estaba enchinando las pestañas y escogiendo los zapatos (los zapatos de tacón por supuesto) era aquella mujer que aprovechó el día del funeral de su padre para ofrecer bisutería fina a los presentes, aprovechando la cantidad de deudos, no era tan mala idea, pero a ella no le pareció apropiado, puesto que se le olvidó darle el pésame y además se lamentó de no tener impresora en casa… aquella mujer era absurda. Esa mujer que solía ser su amiga y que confundía la palabra empatía con antipatía se convirtió en la diseñadora de imagen de su ya casi exmarido. Así fue como terminó su historia nupcial, breve y siendo la comidilla de la sociedad de aquel pueblo chico, infierno respectivamente grande.
Recogió todos los recibos de pago de aquella casa, su casa, que por espacio de seis meses compartió con aquel sujeto a quien dentro de pocas horas llamaría “su ex”. Tenía pericia en estos menesteres, después de cinco divorcios había aprendido como manejar la situación, misma que con el paso de los años y dada la experiencia adquirida cada vez era menos dolorosa. Entre todos aquellos papeles salió de la nada la hoja de calendario de su día de nacimiento, alguno de sus padres debió haberla guardado desde entonces, pero, ¿cómo fue que nunca antes la había visto? Era una de esas hojas que se desprendían y por la parte posterior tenían consejos o frases motivadoras, recordó como era divertido arrancar la hoja diaria y ver la parte trasera, en algunas ocasiones valía la pena guardar la información, ya que, sin contar con los buscadores de hoy en día, era buena idea tener a la mano dicha información. Tomó la amarillenta hoja en sus manos, su santo patrono San Leandro y al reverso lo siguiente: “Tapones esmerilados. Los tapones esmerilados de algunos frascos suelen adherirse de tal manera, que se hace difícil sacarlos. Para evitar esto conviene untarlos con parafina.” Soltó una carcajada, de esas cargadas de sarcasmo sugeridas para momentos sarcásticos al ver una nota… sarcástica. Al darse cuenta de lo inútil y obsoleta que era para ella esa información en esos momentos lo vio como un mensaje del Universo al ver lo inútil que era intentar sacar cualidades de alguien a quien le era imposible ser diferente, algo así como la fábula del sapo y el escorpión. El escorpión le promete no picarlo cuando le pide al sapo que lo ayude a cruzar el rio, cuando a mitad del rio el escorpión lo pica, el sapo le reprocha y el escorpión le responde: “No he tenido elección, es mi naturaleza".
Llegó al juzgado, saludó cortésmente a los presentes, incluido el ya muy próximo ex y no pudo evitar sumergirse en la profunda y verde mirada del secretario del juez… ella al igual que el escorpión, sabía que no tendría elección… enamorarse a lo tarugo era parte de su naturaleza.
Final arrancando hojas de calendarios viejos y buscando la receta de cómo quitar grasa de las telas de seda.