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Dr. Ricardo Monreal A.
Un escenario político diferente: 1 de diciembre

El nuevo Gobierno federal, que aspira a poner los cimientos para el inicio de la Cuarta Transformación de la vida pública del país, inició legal y legítimamente el pasado 1 de diciembre, en medio de un clima políticamente distinto al que habían afrontado las pasadas administraciones: sin tensiones.

Desde el sexenio 1970-1976, las sucesiones presidenciales estuvieron envueltas en un marco de tensión política; en aquel entonces se recibió el legado de la represión política de 1968, y el periodo conocido como la Guerra Sucia. En el siguiente (1976-1982), se asumió el poder en medio de una situación inusitada: un candidato presidencial único, lo cual condujo a que, un año después, fuera lanzada la reforma política que dio apertura al pluripartidismo institucional en nuestro país, a través de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales.

En 1982, el presidente entrante recibió un México envuelto en la tragedia económica, debido al sobreendeudamiento externo de la administración anterior, lo que permitió la entrada a nuestro país del neoliberalismo como doctrina económica. En el sexenio 1988-1994, quien estuvo al frente del Ejecutivo federal ejerció el poder luego de un muy cuestionable proceso electoral y, al terminar su mandato, le heredó a su sucesor una grave crisis económica conocida como el error de diciembre, además del levantamiento de un grupo armado en el estado de Chiapas.

En el año 2000, el primer presidente de un signo político distinto, y por ello —se creyó— representante de la alternancia, significó la continuidad de lo que tanto había criticado su propio partido, y el cambio de poderes sólo se convirtió en otra forma de gatopardismo y traición a la confianza ciudadana.

Y no hay que olvidar la muy cuestionable legitimidad con la cual el segundo presidente proveniente del blanquiazul llegó al poder en 2006. Su toma de posesión se dio en medio de una clara confrontación política que lo condujo, para legitimarse ante una sociedad que lo miraba con recelo en virtud del fraude electoral perpetrado, a iniciar una guerra absurda en contra del crimen organizado, sin sopesar las graves consecuencias que ello traería para la nación, y convirtiéndolo en buena parte responsable de las condiciones en las que se encuentra nuestro país el día de hoy.

El titular del Ejecutivo federal que recién dejó Los Pinos este 1 de diciembre ha entregado un país sumido en una crisis sistémica, generalizada. No entendió jamás que México necesitaba un líder moral, cercano a su población, y con voluntad política para mejorar la situación prevalente.

Por otra parte, el actual titular del Ejecutivo federal, Andrés Manuel López Obrador, ante el atropello a la democracia en 2006, entendió que la única manera de combatir lo que en su discurso conceptualizó como la mafia del poder, era por medio del acercamiento con la ciudadanía de a pie, que también era víctima de los constantes abusos de una clase política y económica insaciable, la cual, durante décadas sólo se dedicó a engrosar sus bolsillos a costa del desarrollo nacional, con las consecuencias que se reflejan en la cantidad escandalosa de personas que viven en pobreza y pobreza extrema en el país; en la acentuada desigualdad social, así como en el lacerante clima de inseguridad que castiga a todo el territorio mexicano.

Además del hartazgo de una ciudadanía cansada de los atropellos de la clase gobernante, lo que llevó al aplastante triunfo de la coalición “Juntos Haremos Historia” el pasado 1 de julio fue el reconocimiento de un proyecto de nación distinto al aplicado desde finales del siglo XX hasta el inicio de diciembre pasado. La confianza de poco más de la mitad del electorado se ganó con base en el acercamiento y en el conocimiento de los problemas que más aquejan a la población.

Y, a diferencia de la toma de posesión de hace seis años, en esta ocasión no hubo grupos de personas inconformes con los resultados de la elección, contenidas o agredidas por cuerpos de seguridad y vallas metálicas en las inmediaciones del Palacio Legislativo de San Lázaro el pasado 1 de diciembre.

Hoy, Andrés Manuel López Obrador ha recibido un país envuelto en una crisis generalizada, pero a diferencia de los gobiernos anteriores, su figura sí representa a la voluntad popular, por lo cual prevalece un contexto de estabilidad y calma social, dado su alto grado de legitimidad.

Es bien conocido que los mercados se han “atemorizado” por el cambio de poderes, y ello se refleja en fenómenos como la caída de la Bolsa de Valores, o las fluctuaciones de la paridad peso-dólar. Sin embargo, la confianza en la solidez de la plataforma y quienes estarán al frente del nuevo gobierno ha sido expresada en foros internacionales; ahí se tienen las declaraciones de instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional, que en días pasados ratificó la línea de crédito abierta para nuestro país.

El 1 de diciembre de 2018 no sólo significó un acto republicano simbólico de dimensiones históricas, sino la inauguración de una nueva forma de asumir, concebir y ejercer el poder político. La conducción del país será diametralmente opuesta a lo hasta ahora observado.

ricardomonreala@yahoo.com.mx<br /> Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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