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“LA NOTA ESPE-CULERA”
El miedo y el burro

By Sires

Tras la entrada en vigor de las actividades de la Guardia Nacional y la orden presidencial que extingue la Policía Federal y la transfiere a la nueva institución, por lo menos 3 mil 500 efectivos decidieron ampararse para no dejar de recibir su salario y prestaciones ganadas durante todo el tiempo que dure el litigio.
Sin embargo, la demanda policiaca ha tenido poca simpatía de la ciudadanía, esto por obviedad, pues a pesar de que la Constitución establece que las autoridades y en especial las fuerzas públicas tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos, pero, en México, son los policías de los tres órdenes de gobierno quienes ocupan el primer lugar como violadores sistemáticos de los derechos humanos de las personas.
La problemática de los derechos humanos, se agudiza en las instituciones que más tienen la obligación de velar por la sociedad. Según un estudio del Senado de la República (http://bibliodigitalibd.senado.gob.mx/handle/123456789/4347) entre 2000 y 2018 el 88% de las quejas y el 85% de las recomendaciones registradas en la Comisión Nacional de Derechos Humanos señalaron que la inmensa mayoría de las violaciones ocurre por mal trato hacia las personas después del Instituto Mexicano del Seguro Social son cometidas por instituciones de seguridad destacando 12,338 por violaciones cometidas por la SEDENA; el Instituto Nacional de Migración con 7,311, la Policía Federal con 6,680 y la Secretaría de Marina con 3,249.
Y aunque no queremos generalizar porque existen pocos pero preparados y buenos elementos policiacos, se especula que el trasfondo de las marchas y bloqueos radica en que la mayoría de los uniformados no tienen el nivel escolar deseado, y ante la falta de profesionalización, herramientas y capacidades, muchos serán trasladados a la Guardia Nacional como trampa para luego ser despedidos por falta de competencias.
Lo malo es que, aunque la vida da muchas vueltas, y ahora el personal policiaco quisiera contar con la aceptación social, la realidad es que a nosotros no se nos olvida su prepotencia y falta de empatía, pues ante cualquier zafarrancho o marcha, son justo ellos quienes salen a atacar cual jauría a la población desarmada que se manifiesta, sin importarle si son niños, jóvenes, mujeres, hombres o ancianos a quienes aporrean.
No creo que esta experiencia los haga mejorar como personas, pero tampoco creo que el Gobierno Federal y los Locales estén listos para que la población civil reciba a una elite tan poco estimada.