Skip to main content

“ENCANDILADA Y ENCA…NDILADA” primera parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Nota inicial: La historia es completamente producto de la imaginación de la Mada, cualquier parecido con la realidad sería una absurda y maravillosa coincidencia.
Esa figura apenas se dibujaba, el Sol de mediodía chocaba con la penumbra del pequeño café. Aun así, ella supo de quien se trataba, hubiese podido ver la figura de ese hombre, aunque estuviera ciega. Estuvo a punto de levantarse y meterse al baño, corriendo el riesgo de que ese hombre entrase en el café y ella se quedara “emparedada” en el baño por tiempo indefinido, lo cual era muy poco probable porque habría más personas que utilizarían el servicio y ella tendría que salir y enfrentarse con ese par de ojos tan insípidos, chiquitos como de zorro, que nunca le provocaron confianza, al principio un poquito de curiosidad, para llegar al inevitable asco.
En algún momento, un vendedor de tulipanes se paró enfrente de él para ofrecerle su mercancía, Tadea que ya había educado la visión, venciendo el deslumbramiento inicial, pudo predecir la reacción de él, rechazar de esa forma tan cobarde y grosera, ni siquiera vio al vendedor a los ojos, este, acostumbrado a estas conductas, le importó muy poco y siguió su camino, Tadea que nunca se pudo acostumbrar a esta evasión se le pararon los pelos y apretó los dientes. Pero respiró y esperó que sucediese lo que tarde o temprano tendría que pasar. Ella tenía que hablar con él y revelarle lo notica que por juegos del destino había llegado a ella y dada la naturaleza de la información se veía irremediablemente comprometida a hacerlo en persona, y cuanto más pronto mejor.
El sujeto en cuestión decía llamarse José Pérez, nombre que por ser tan común (pido una disculpa a todos los José Pérez) le pareció extraño, pero dado el momento de su vida en el que se encontraba no dio mucha importancia. Después se enteró que este abogado usaba muchos más nombres y mucho más sofisticados, después a ella le molestó que con ella no hubiese usado el de Malcome Moore, por cierto, tampoco era abogado.
Por cuestiones de practicidad y de momento, usaremos el nombre de José Pérez. Tadea Piñón, era bisnieta de inmigrantes gallegos, cuyos descendientes de muchas maneras lograron mantener el apellido intacto, y es justo aquí donde empieza a tomar partido el abogado José Pérez. Dada la legislatura de la República (no se afane buscando “cual” república, esta república se llama solo así, “República” , recuerde usted la “República de los Cocos” de la película de Cantinflas) el padre y la madre podrían decidir que apellido llevaría el hijo como principal, algo así como en Yucatán (Art 253 de Código Familiar )Ciudad de México ( Art. 58 Del Código Civil )y el Estado de México (art. 2.14 del Código Civil), déjeme decirle que en Zacatecas (Art 46 del Código Familiar ) no dice que sí, pero tampoco dice que no… no se de leyes y mejor aquí le paro. La familia de inmigrantes gallegos de Tadea se empeñaba en preservar el apellido, no tanto por equidad de género, sino por un interés económico y de abolengo relacionado directamente con el apellido. Entonces todos eran Piñón aun y cuando el vástago tuviese que apellidarse Carrillo por ser el padre Carrillo. Por esta razón vivían en la “República” y no en Durango, Sinaloa o Campeche, por ejemplo, porque ahí el Piñón se hubiese perdido como un plato lleno de piñones pelados en las manos de una servidora.
El tatarabuelo de Tadea, un hombre rico y no muy generoso, vivía, de hecho, sobrevivía, porque la sola idea de perder su fortuna le quitaba el sueño. Hombre de alcurnia y abolengo, había padecido la revocación paulatina de todos los títulos nobiliarios de sus antepasados gracias al vergonzoso comportamiento y el vicio del juego, Tadea decía que, por mujeriegos, pero la verdad esta teoría nadie se la creyó, ni ella. Se dice que llegaron a gozar de títulos desde el de Duque, Marqués con Grandeza, Conde con Grandeza, Vizconde con Grandeza, Barón con Grandeza, Señor con Grandeza, Grandeza personal, Marqués sin Grandeza, Conde sin Grandeza, Vizconde sin Grandeza, Barón sin Grandeza, Señor sin Grandeza, hasta el de Caballero. Eran de entenderse pues, las estrictas normas implantadas, a perpetuidad, por el tatarabuelo paterno de Tadea, y su miedo a perder ya lo último que le quedaba del linaje de tan encumbrada y noble familia, el apellido. A su tatarabuelo, que vivía en Vigo, le decían “Don Tomé” y ese “Don” le provocaba una gastritis que lo tenía en tratamiento perpetuo.
Fin de la primera parte esperando con ansia el chisme que me tiene que contar Tadea en susurros y en mis sueños.