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“EL DÍA QUE TODOS NOS QUEDAMOS VIENDO (A NOSOTROS MISMOS)” primera parte

Por LA MADA (Magdalena Edith Carrillo Mendívil)
www.lamaddalenaedi.blogspot.com

Eran los tiempos de aquella pandemia donde todos se encerraron en la burbuja, era una burbuja imaginaria que cada vez parecía más real, incluso, hubo quien la recorría con la mano al salir y al entrar a la casa, así, todos tenían la certeza de que su casa estaba rodeada por una burbuja hermética que no permitía que nada maligno entrara, bendita fe que ayudaba a respirar.

Amelia se estremeció, nunca en su vida había tenido que enfrentarse con su propia compañía, era como estar encerrada con un perfecto desconocido. Amelia no exageraba. Amelia no se conocía, de hecho, nunca había observado su cara, su silueta en el espejo, ella siempre vio lo que quería ver, siempre disfrazó su imagen y no sabía que había detrás de todo ello, lo había olvidado. Ese año, el año de la pandemia, cumplía 41 años, cada año era celebrada por todos sus amigos. Amelia, popular como ninguna, guapa, parlanchina, hablaba hasta de lo que no sabía, bebía, cantaba, bailaba, pero siempre para los otros, hasta cuando oraba, lo hacía también para los otros.

Se resistió, buscó información para denostar al dichoso virus, trató de convencer y convencerse de que todo era una truculenta treta de las grandes potencias, buscó también por el lado espiritual y alegaba que era un virus que venía a volvernos más buenos, o menos pendejos según se vea. Trató de buscar artículos que hablaban de una cura milagrosa, había una, que ni ella la creyó, se trataba de un brebaje a base de agua estancada de flores, de esa agua que tiene olor a velorio, se debía beber en ayunas hervida con una rajita de canela, según el reportaje el investigador que respaldaba dicha teoría, por supuesto hablaba inglés, era un afamado médico que había hecho renombradas investigaciones, en renombradas universidades y trabajado en renombrados hospitales, sin decir el nombre ni de las investigaciones, ni de las universidades, ni de los hospitales, renombrados todos ellos. La teoría de que esto era una artimaña del gobierno no le sirvió puesto que la pandemia era a nivel mundial… sin embargo hubo quien culpó al presidente. Amelia no llegó a ese grado de desesperación.

No había remedio, tendría que quedarse habitando con la única compañía de ella misma, se sintió más sola que nunca, jamás había tenido miedo de enfrentarse con un extraño. Amelia tenía una facilidad nata para hacer nuevas amistades. Ahora, tendría que conocer a la mujer que se reflejaba en el espejo, ahora tenía que empezar a observar lo que era ella y recordar quien había sido.

Tras varios días de cuarentena, ocho para ser exactos, se resignó. No fue fácil, para nadie es fácil convivir una cuarentena con un desconocido y más si ese desconocido habita dentro de ti. Al principio comenzó a tomar vino, más vino, pensaba que su imagen delante del espejo le sería más agradable si corría más vino que sangre por sus venas. El resultado fue realmente inesperado… lo primero en aparecer fue ese lunar que descubrió justo en medio del trayecto que hay de la punta de la barba al inicio del cuello, un lunar imperceptible a menos que levantase mucho la cara y alguien se asomase a verlo, realmente una curiosidad que presumiría más adelante. Dicho descubrimiento la mantuvo perpleja durante días, es normal, al tener tanto tiempo a solas lo ocupó en estas cuestiones dignas de un anticuario.

Después fueron apareciendo uno a uno los recuerdos que tenía anestesiados con el suero de la seguridad, esa delgada capa con la que se cubren los momentos que nos han hecho felices y los guardamos tan celosamente y recurrimos a ellos como antídoto en los malos tiempos… lo malo es que se nos olvida, frecuentemente, dónde están o cual es la clave para activarlos. Amelia recordó que respirando profundamente, resollando, podía activarlos y hacerlos desfilar delante de sus ojos como si fuese una película vieja, esas en blanco y negro o pintadas a mano.

Se sentó en un sofá que había comprado hace 15 años… se dio cuenta que nunca se había sentado en él, ni en ninguno de los otros dos que hacían el juego, su perra lo había usado más que ella. Esa salita le pareció más blanca y más grande. La función de su vida estaba por comenzar. Copa en mano, estaba ansiosa, como cuando de niña fue a ver en la matiné del domingo, “Chabelo y Pepito contra los monstruos”.

Fin de la primera parte, practicando el arriesgado deporte de dialogar con uno mismo.