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Por José de Jesús Reyes Ruiz

Para documentar mi pesimismo… y el de los demás

Alexander Von Humboldt visito nuestro país en los albores del siglo XIX, permaneció aquí un año (1803-1804) y paralelamente a su trabajo de investigador a flor de tierra, se volvió íntimo amigo de personajes como La Güera Rodríguez, quien en sus memorias relata como en la inauguración de la estatua ecuestre de Carlos IV le manifestó ser un profundo enamorado de la nueva España, pero ante las ideas independentistas que ya existían en la sociedad de entonces, comento que el gran problema de México era, sin lugar a dudas, la enorme INEQUIDAD que no había visto en ningún lugar del mundo y que era mucho mayor a la que había presenciado en otras tierras de Sudamérica como el Perú y Ecuador, y que un país con una inequidad tan importante difícilmente podría progresar con sistemas modernos y democráticos, y la libertad en estas condiciones seria solo una ilusión lejana.

Pues bien, yo supongo que hasta los intelectuales pertenecientes al “círculo rojo” tendrán que aceptar que la inequidad - de por si marcada - creció exponencialmente con  los tiempos neoliberales que vivimos y que la prioridad tendría que ser, de alguna forma, disminuir este desequilibrio entre aquellos pocos que todo lo tienen y los muchos que de todo carecen.

No me queda duda de que la 4T se trata más que de cualquier otra cosa de reducir la enorme inequidad, o al menos dar los primeros pasos en este sentido, tarea extraordinariamente difícil en las condiciones actuales, con la pandemia encima y la recesión económica que provocará en el mundo y particularmente en México.

AMLO sin lugar a dudas tiene grandes defectos; lo hemos cuestionado – y lo seguiremos haciendo – en contribuciones previas como “Las Pifias de AMLO” o “Ni como ayudarle” que pueden ser revisadas en publicaciones anteriores de este semanario, pero ante la polarización creciente de la sociedad para alinearse de uno o de otro lado del imaginario muro divisorio, no podemos más que solidarizarnos con la 4T y con los de abajo, por que las personas con pensamiento de izquierda siempre le apuestan a lo que en la terminología norteamericana se conoce como el “underdog” que significa el de abajo, es decir los de abajo.

Pero como lo comentamos ya en la colaboración previa, esta polarización ha acompañado a nuestro país al través de toda su historia, y para recordar algunas pinceladas del inicio de México como una República, bien vale la pena traer a la memoria colectiva el escenario que se vivió entonces y que no es en mucho diferente al que vivimos hoy en día.

Desde mi particular punto de vista, la guerra de la independencia se perdió cuando Hidalgo dio marcha atrás y no quiso tomar la Ciudad de México. Aunque las teorías son muchas, lo que sucedió es que le preocupó la posibilidad de que esta ciudad fuera bandalizada por sus fuerzas poco disciplinadas como había sucedido en la Toma de Guanajuato.

Morelos intentó, con su sabiduría militar innata, recuperar la fuerza del movimiento pero fue derrotado por su enemigo otro gran militar –Calleja- y así se perdió el impulso inicial que se vio en el primer lustro de la gesta, y en el segundo lustro prácticamente fue el de la guerra de guerrillas que realizaban con algún éxito Guadalupe Victoria en Veracruz y Vicente Guerrero en el Sur del país.

Esta revuelta no tenía ninguna posibilidad de éxito, pero sucedió que las élites económicas – apoyadas  por el círculo rojo de entonces  - vieron que sus intereses estaban en riesgo con la aplicación por segunda vez de las leyes emanadas de Cádiz y entendieron que lograr la independencia de la península era el único camino para conservar sus intereses y prebendas. De ahí nace la conspiración conocida como de la Profesa, donde las jerarquías eclesiásticas y económicas eligieron al más cruel de los generales realistas quien durante 9 años había combatido con éxito a los insurgentes, y logran mediante artilugios no muy válidos ni mucho menos éticos, que el Virrey nombrara a este obscuro personaje – Agustín de Iturbide  - como general comandante de las fuerzas del sur – por aquellos tiempos  las más importantes de la Nueva España y que le permitieron tener el control militar no solo de la zona sino de más allá de su circunscripción desde donde comenzó a armar su ejército independentista al que nombró el ejército trigarante.

La historia posterior la conocemos todos, el abrazo de Acatempan con Vicente Guerrero y el Plan de Iguala, la reunión con Victoria al que ignoró olímpicamente y batallas menores de las cuales salió victorioso para entrar al frente de más de 20 mil hombres a la ciudad de México el 21 de septiembre del 1821 al lado del nuevo Virrey Odonoju con quien había firmado los tratados de Córdoba.

No podemos olvidar un hecho de gran importancia: las tropas de Iturbide llevaban uniformes nuevos en todo su esplendor, mientras que tras de ellas venían los verdaderos insurgentes Guerrero, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo  que no aceptaron los nuevos uniformes y prefirieron que la sociedad les viera tal y como habían vivido los últimos cinco años, en cuevas comiendo la yerba y algún que otro roedor o paloma en las peores condiciones imaginables, y ahí podíamos ver ya dos bandos: el de los poderosos y  las elites,  y los de abajo.

Las cosas siguieron su rumbo, Iturbide hizo a un lado a los verdaderos insurgentes y nombró a condes, marqueses y obispos en su gobierno, marginando a aquellos que realmente combatieron por la causa del país, y en este pecado aseguró la penitencia, pues después de haber instalado una monarquía supuestamente parlamentaria – como era su idea original – y ser nombrado emperador, no tardó en darle la espalda a la nueva legislatura – donde habían entrado los verdaderos insurgentes los progresistas y los liberales, y después de nueve meses fue destituido después de que él ordenó deshacer el parlamento y encarcelar a uno de los grandes líderes del México de aquellos tiempos, Don Guadalupe Victoria.

Ya sin Iturbide, el rehecho parlamento armó la nueva República y nombro un triunvirato para que la dirigiera donde estaban Victoria, Nicolás Bravo y Negrete, que no funcionó del todo bien, pero que permitió armar las primeras elecciones democráticas del país en 1823 donde contendieron Guadalupe Victoria, federalista y liberal, frente a Nicolás Bravo centralista y conservador, y la contienda limpia - hasta donde se sabe -  la ganó Victoria siendo ungido como primer Presidente de México.

La polarización ya estaba ahí, liberales vs conservadores, centralistas vs federalistas. Guadalupe Victoria supo darse cuenta del encono que consideró se salvaría ya que Nicolás Bravo seria su Vicepresidente – cargo que nunca ejerció – pero para calmar la polarización decidió incluir en su gabinete –de cuatro personajes – a dos conservadores a ultranza críticos severos de sus formas de pensar y puso a Lucas Alamán como ministro del interior y exterior y a Mier y Terán en Justicia buscando los equilibrios. Y existiendo solamente un  partido real el de las logias escocesas donde estaba su hermano pero también las élites económicas apoyadas por la iglesia con el monopolio de las ideas, pensó bajo la influencia de Poinsset embajador de los Estados Unidos abrir las logias yorkinas que estuvieron integradas por los progresistas, liberales y federalistas que encargó a Ramos Arizpe y otros destacados del movimiento liberal, y fueron apoyadas por el mismo Victoria.

El resultado fue nefasto ya que lejos de lograr la armonía, la polarización creció exponencialmente, los partidos conformados lucharon entre sí en las elecciones intermedias – que ya las había – para integrar el nuevo congreso en 1825 – donde resultaron triunfantes las logias yorkinas en una dura contienda y éste quedo integrado por una mayoría de liberales que lejos de buscar el bien para México se concentraron en los intereses propios y de grupo.

Los conservadores no se quedaron tranquilos con la derrota e impulsaron dos levantamientos, el primero conocido en la historia como el del Padre Arenas – que buscaba el retorno al control monárquico peninsular -  que provocó algunas revueltas pero no prosperó y el segundo del mismo Nicolás Bravo que fue derrotado en Ixmiquilpan por Vicente Guerrero.

La polarización se intensifico al punto de que no solo había revueltas al interior del país sino en la misma ciudad se agarraban a balazos si se encontraban en las calles. Así, con grandes  problemas, Guadalupe Victoria pudo llegar al término de su mandato, y el proceso electoral - dada la reciente derrota de los conservadores y de la logia escocesa, que no participó en la contienda -  se realizó entre los yorkinos que postularon a Vicente Guerrero frente a un partido nuevo llamado imparcial que se colocó al centro del espectro político y postulo a  Gómez Pedraza ministro de Guerra de Guadalupe Victoria, y ante la enorme polarización y encono social y dado el gran daño que le estaban haciendo al  país las logias masónicas, la gente le dio el triunfo a Gómez Pedraza, pero para entonces ya estaba en acción un personaje que requiere una historia aparte, porque con su aparición logró que nuestro país “se jodiera” desde su nacimiento.

Antonio López de Santa Anna ni conservador ni liberal, solo interesado en sí mismo, militar realista de menor rango que combatió con todo a los insurgentes, encargado de buscar indultos por parte del entonces Virrey Calleja entre los insurgentes que se dejaran; borracho y oportunista, un personaje que bien podría ser una combinación de Fox, Calderón y Peña Nieto quien iba contra todo, y que ya había realizado levantamientos antes – chile  de todos los moles –  inicia una revuelta armada en contra de la elección que había sido limpia y forzar a Gómez Pedraza a dejar el país para que, en contra de la voluntad popular, Guerrero se convirtiera en el nuevo ministro de Guerra y después presidente de la república.

Ahí fue cuando se “jodió México” con personajes como Santa Anna – y Salinas de Gortari – pero… Esa es otra historia.