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Lecciones de historia ante la Pandemia: la gran depresión

Por: Jose Luis Pinedo Vega

La pandemia está causando una crisis económica tan profunda a nivel mundial, que algunos economistas consideran que puede ser más catastrófica que las crisis de 1929. En algunos países, en tan solo 8 meses, el desempleo superó los niveles que se dieron como resultado de la Crisis Inmobiliaria de Estados Unidos entre 2008 y 20011. Al desempleo, se agregan como componente, la Crisis de la Deuda; la mayoría absoluta de los países del mundo ha tenido que recurrir a incrementar la deuda para hacer frente a la crisis epidemiológica. Pero, paradójicamente las Bolsas de Valores a nivel mundial, solo vacilaron a principios del año, pero lo siguiente meses, los mercados bursátiles continuaron viento en popa. Mientras tanto los políticos permanecen impávidos, pensando en sus próximos procesos electorales, como si nada estuviera pasando y como si la economía y la política vayan a seguir como antes ¿Cómo explicar que ante la recesión económica mundial causada por la pandemia las Bolsas de Valores sean indelebles mientras que el crecimiento económico se ha contraído a niveles de recesión?
Antes de atender estas interrogantes, revisemos un poco lo que fue la crisis de 1929, para tener una idea de lo que puede pasar con la crisis económica causada por la pandemia.
La crisis de 1929, también llamada”la gran depresión” estalló el 29 de octubre de 1929 en Estados Unidos. Fue la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la bolsa de valores de los Estados Unidos. La precedió una época de 5 años de euforia tanto en el mercado financiero como en el crecimiento industrial. La bolsa valores no dejaba de subir; pero no como resultado de los beneficios reales de las empresas sino por la actividad especulativa. Las inversiones se hacían a partir de préstamos bancarios, pero el dinero no se invertía en la producción, tenía como destino el mercado financiero. Cuando las deudas acumuladas llegaron a ser impagables se desencadenó el desastre bursátil. El 24 de octubre de 1929, llamado “jueves negro” se pusieron a la venta un número récord de acciones, 12.9 millones de acciones que no encontraron comprador. Ese día, la caída de la bolsa fue estrepitosa, pero no tanto como el colapso del lunes y martes siguientes, el “lunes negro” y el “martes negro” -28 y 29 de octubre de 1929-. En tres días 100 mil trabajadores perdieron su empleo y a finales del año ya habían quebraron cuarenta bancos, y otros dos mil hasta 1931. La quiebra tuvo lugar porque los particulares retiraron sus depósitos ante el temor de perderlos.
Uno de los errores de la administración del presidente en turno de los Estados Unidos -Herbert Clark Hoover - fue el no aceptar la gravedad de los hechos. Pensaban que era una crisis pasajera, y entre otras cosas no se afrontó el problema del desempleo, ni se visualizó la gravedad del problema agrícola, ni se evaluó la situación mundial. Las medidas que se aplican fueron las recetas que aplican crisis tras crisis: reducción del gasto público, restricción de los créditos, disminución de los gastos sociales y salarios y disminución de las importaciones. Pero a pesar de esas medidas la crisis se prolongó durante 15 años hasta desembarcar en la Segunda Guerra Mundial.
En 1932 para enfrentar la crisis de 1929, el presidente Franklin D. Roosevelt promovió el aumento del 25% al 63% de impuestos sobre las ganancias de las grandes empresas. En 1936 el impuesto aumento aún más hasta 79%, en 1941 pasó al 91%, en 1944 regresó al 70%. Es decir, sobre la base de los impuestos a las grandes empresas se desplegó la reestructuración económica mundial. Los ricos seguían siendo ricos, aunque no retuvieran la mayoría absoluta de las ganancias. Y así, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia mundial, sin que sus grandes millonarios dejaran de ser los más ricos del mundo.
Los principios del equilibrio mundial que por varias décadas fueron motor del desarrollo mundial se establecieron en la Declaración de Filadelfia promovida por el presidente Franklin D. Roosevelt, el 10 de mayo de 1944. Los preceptos adoptados en la declaración fueron: “El trabajo no es una mercancía”, “La Pobreza constituye un daño para la prosperidad” y “Trabajo para todos y participación en los beneficios del progreso”.
De hecho, estas ideas no eran nuevas, ni eran comunistas; eran los preceptos fundamentales del progreso económico que instituyó Henry Ford, si, el fundador de la Ford, la empresa de automóviles. Entre 1907 y 1917 Ford puso en práctica los preceptos: trabajo para todos y una progresión del salario en función de la productividad de las empresas. Su empresa fue sumamente exitosa, sin embargo, pocos empresarios le siguieron. La inercia de la industrialización mundial había generado grandes riquezas y en la mayoría absoluta de los inversionistas y empresarios predominó la voracidad por retener lo máximo posible de las ganancias. Y en los hechos eso fue lo que vino profundizando el desequilibrio económico. Cierto, había una gran efervescencia financiera e industrial, pero la capacidad de compra era muy reducida debido a los bajos salarios. Las deudas crecían y llegaron al límite de ser impagable, luego los bancos quebraron y por si fuera poco fue un año de sequía extrema. Esto dio lugar a caída del mercado bursátil y al estallamiento de la crisis de 1929.
La economía mundial, como se señala antes, se restableció después de la Segunda Guerra Mundial. La deuda se contrajo paulatinamente hasta llegar a su mínimo en los años 70's.
Hasta 1980 la economía mundial no necesitaba de la deuda para funcionar. En los países industrializados las ganancias del mercado se distribuían de tal manera que para salarios se destinaba del orden de 7O%. Esto no era casual, era resultado de las reformas financieras y regulaciones bajo las cuales se reestructuró la economía después de la Segunda Guerra Mundial y se restableció el equilibrio económico mundial.
Pero no contentos con el estado de cosas, los grandes consorcios y los grandes grupos financieros, asumiendo como un nuevo reto de la economía a nivel mundial “el crecimiento económico ilimitado”. En 1974 Helmut Schmidt propuso lo que se llamó el Teorema Schmidt « Los beneficios de ahora serán las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana».
El Teorema encontró promotores en las dos líderes de dos de las más grandes potencias de la época, Ronald Reagan Presidente de los Estados Unidos y Margaret Thatcher Primera Ministro de Reino Unido. Bajo el pretexto de que si las empresas disponían de mayores ganancias aumentaría las inversiones y estas el crecimiento económico, a partir de 1981, pusieron en práctica la reducción de los impuestos a los grandes monopolios y esta moda se extendió por el mundo, cambiando las reglas del equilibrio instauradas tras la II Guerra Mundial. El neoliberalismo comenzó a reinar en la economía mundial.
Con la llegada de Reagan el impuesto se redujo a 40%, mientras que en la Unión Europea a 25%. Estados Unidos continuó siendo la primera potencia económica, con mucha mayor concentración de la riqueza. Pero, con el Teorema de Schmith la proporción de los salarios disminuyó en un 10% en 30 años, como consecuencia el desempleo aumentó. La proporción de las ganancias se modificó 57% para salarios y empleos y 33% para los empresarios y el sector financiero. La situación en China y los llamados países pobres fue mucho peor. Esto se tipifica como dumping salarial. La competitividad mundial de China se funda, en los muy bajos salarios y en jornadas laborales hasta de 80 horas por semana.
Como consecuencia de la disminución de las ganancias que iban a los salarios, en los últimos 30 años, 35 000 miles de millones de dólares fueron a parar al mercado financiero. Cantidad similar a los 39 000 miles de millones de dólares que detentaban los multimillonarios.
Se aplicó el Teorema de Schmidt, como consecuencia los beneficios de antier se convirtieron en las inversiones de ayer en el mercado financiero, gran parte de las cuales se dedican a la especulación y por tanto no generaron los empleos de hoy, y los salarios fueron raquíticos, aquí y en China.
Como consecuencia de la reducción de impuestos a las grandes empresas, el capital financiero se robusteció. Pero los Gobiernos captaron menos impuestos y su presupuesto fue insuficiente para atender el gasto social y la regulación de la economía y el déficit presupuestal se convirtío en permanente. El déficit presupuestal es la diferencia entre lo que ingresa -vía impuestos y ganancias de las paraestatales- y lo que egresa -vía gasto público-. Así que los Estados para sobrellevar su función han sido obligados a incrementar la deuda pública.
La insuficiencia presupuestal se refleja ante la pandemia; los Estados, en su mayoría absoluta han tenido que recurrir una vez más a endeudarse, para enfrentar la pandemia. Y deuda significa contracción presupuestal a mediano y a largo plazo; puesto que hay que pagar la deuda acumulada más la recientemente contraída.
A fines del 2008 Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía (2001) explicaba que “para restaurar el crecimiento económico se han implementado transfusiones cada vez más abundantes de dinero, pero no se intenta ni se quiere intentar localizar la hemorragia interna”.
Para el capital financiero, la pandemia es una oportunidad de oro para hacer crecer el dinero a través de préstamos de todo tipo. Evidentemente gran parte de -las transfusiones- el dinero creado o dispuesto para relanzar la economía mundial, pasa por los bancos y tendrá como destino final la esfera financiera. Y los estados ante la crisis tendrán mayores dificultades para pagar la deuda; mientras que el problema del empleo y los bajos salarios seguirá creciendo. Lo más grave es que la deuda se ha convertido en una burbuja de dimensiones estratosféricas que puede estallar en cualquier momento con consecuencias similares o peores que las de la gran depresión. Esto se ha llamado la Teoría del “Big One”. Falta determinar si la pandemia es el evento que está a punto de detonarla.
No, la burbuja de la deuda aún no ha explotado; pero es lo único que falta para que la crisis económica mundial sea de dimensiones catastróficas.