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El no deber ser…
Dra. Verónica Arredondo*

Cuando compré la computadora desde donde estoy escribiendo este artículo, y la llevé a casa, consulté el manual que venía dentro del empaque y además miré algunos tutoriales en YouTube. Eso lo hice para saber qué es lo que tenía que hacer, cómo hacer uso del aparato y darle el mejor rendimiento posible. Supongo que cuando uno adquiere un electrodoméstico, lo mejor es saber cómo funciona el mismo, y que se debe o no de hacer en caso de incendio. A lo mejor esto que estoy diciendo no tiene caso que ver con el tema que voy a tratar en adelante, pero sí. Las anteriores líneas son una introducción, este mismo párrafo, para caer en la siguiente anotación. ¿Alguno o alguna de ustedes conoce el Manual de Carreño?
Inspirado y basado en manuales ingleses y franceses, el Manual de urbanidad y buenas maneras escrito por Manuel Antonio Carreño, dictaba y describía, aconsejaba, cómo deberían de comportarse las personas en lo público y en lo privado: la escuela, el trabajo, la casa, las reuniones sociales. El texto, si bien no se presenta como un reglamento, sí expone las reglas que las personas tienen que seguir para ser consideradas aptas de vivir en sociedad, es decir, cómo se debe ser si se quieres ser algo en el mundo.
El Manual de Carreño fue un libro exitoso durante décadas y no dudo que en la actualidad siga siendo consultado. No es difícil imaginar que si una persona puede recurrir a un manual, encontrar las normas sociales dentro de un texto, no tenga porque no hacerlo. Pero, ¿y si esas normas no funcionaran para plantear las relaciones sociales que enfrentamos en la realidad?
El ser social que pretendemos alcanzar: quiénes queremos ser, cómo vamos a vivir, pensar, querer, etcétera, se encuentra precedido por lo que hemos aprendido. Y lo que hemos aprendido es lo que se nos ha inculcado, no solo en el seno de la familia sino dentro de la sociedad en la que nos encontramos inmersos. El deber ser que tenemos en la cabeza no es una idea que haya emergido de nosotras mismas, la idea se nos ha inoculado e impuesto, pero no nos damos cuenta de ello.
El mundo tiene límites, si viviéramos en el siglo XV, en la Europa todavía medioeval, pensaríamos que el límite es el mar, y que más allá del mar nos desbarrancaríamos porque la Tierra es plana. Los límites, las reglas, las normas, para interrelacionarnos son necesarias, pero la adaptación a los cambios, a la evolución, a nuevas formas de entendernos hace que argumentos y fundamentos del deber ser, tengan que ser replanteados y modificados.
Alguna vez he pensado en broma que cada persona que conocemos podría venir incluida con un manual de cómo debe ser tratada, como las computadoras, pero eso lo he pensado en broma. Los seres humanos tenemos el derecho de fallar e intentar las veces que hagan falta hasta lograr una buena comunicación con nuestros congéneres. La sociedad impone cómo debemos ser y comportarnos de acuerdo al papel que jugamos dentro del sistema; nos educa para insertarnos y que no generemos problemas, pero los límites a veces nos son los adecuados, los oportunos, los justos. La sociedad como una idea abstracta, se regula por ideologías, por la religión, por intereses económicos, por prejuicios, por la idea de lo nacional, por la violencia, y todo ese peso semántico que contiene, nos aplasta como individuos.
Desde donde yo observo la situación del deber ser, encuentro paradigmas de cómo tiene que comportase un hijo, un padre, una madre, un profesionista, cómo tiene que comportarse y cómo debe de ser para ser considerado un buen ciudadano. El deber ser que una sociedad y un Estado presentan carece de una visión real del problema. En primer lugar porque el deber ser es un estado ideal, una fantasía, que no puede ser llevada a la práctica si no se cuentan con las herramientas necesarias, con el contexto adecuado. Y en segundo lugar porque esa especie de cápsula de donde no debemos movernos, como maniquíes, quizá no sea el lugar dónde queramos estar.
Esto sucede y muy frecuentemente, quizá esto enfrentó por ejemplo la misma Marie Curie, quien ya habiendo recibido un Premio Nobel, se dice que cuando opinaba en el tema cientifico buscaba la aprobación de su Pierre. Incluso cuando comezó sus estudios universitarios, estuvo tentada a no hacerlo para poder cuidar a su padre, intuyo que guida por ese sentimiento del deber como esposa, como hija.
Hace algunas décadas, quizá yo no podría haber estudiado ni alcanzado los grados académicos que tengo porque mi lugar como mujer en la sociedad estaba todavía aún más planeado para no participar de la ciencia ni de la investigación. Es duro y violento reconocerlo, pero también es necesario, que yo hace 50 años hubiera tenido casi nulas posibilidades de aspirar a una carrera científica, porque en mi deber ser como mujer estaba estipulado que mi lugar era el hogar y sus tareas. Si algo le debemos a la lucha feminista, que es un contraargumento del deber ser, es las libertades que hemos alcanzado como ciudadanas, profesionistas, mujeres, madres, amas de casa. Nuestro deber ser es precisamente no deber ser lo que se espera de nosotras.
La libertad se alcanza luchando, el contrarrestar el deber ser también. La sociedad impone de una forma desproporcional lo que debemos pensar, sentir, comer, querer; pero cuando empezamos a dudar de ello, en ese momento, tenemos que hacernos las preguntas que necesitamos para saber si de verdad lo que queremos lo queremos por nosotras mismas o porque es lo que se espera de nosotras. La sociedad no nos puede mantener rehenes de sus deseos, además, la sociedad también la conformamos nosotras y creo que lo que buscamos al fin y al cabo, es vivir de una mejor manera en conjunto.
Podríamos practicar un ejercicio, imaginar que tenemos a nuestro alcance las decisiones que atañen a diferentes aspectos de nuestra vida. La verdadera libertad de elegir. ¿Qué elegiríamos? Claro que para alcanzar los objetivos tendríamos que trabajar sobre ellos, prepararnos, investigar, trabajar, sin ningún tipo de compromiso con la sociedad, es decir, sin someternos a los deseos del deber ser. Yo no debo ser de algún modo, mi modo de ser tiene que venir desde mis sueños, deseos y necesidades.
Lo que digo es que el soporte de la realidad no puede ser regido por una manual, como con los aparatos, las máquinas, el soporte de la realidad lo tenemos que ir construyendo de acuerdo a las necesidades que tenemos, las que vamos descubriendo, encontrando. Evolucionamos rápidamente en muchos aspectos de la vida, pero nos negamos a replantearnos costumbres y tradiciones que ya han caducado el día de hoy. Hace algunas décadas las mujeres no contábamos si no era en el hogar, estábamos invisibilizadas en el terreno científico, artísticos, económico, político, social, éramos un adorno, un premio, ese era nuestro deber ser, y sino ocupábamos ese lugar, éramos rebeldes y proscritas. Entonces tuvimos que modificar las reglas..
Y vamos a tener que seguir haciéndolo, reformular las normas, los modos sociales, las relaciones que tenemos, porque si no este mundo no tiene cabida para todas, todos, todxs, no puede existir un deber ser, sino un podría pasar, podríamos intentarlo, no podemos seguir siendo normativos, tenemos que generar las condiciones para que nos desarrollemos.
Cuando compré la computadora y consulté el manual y pensé en los manuales de las buenas costumbres recordé que la formas en que vestimos, en que hablamos, en que comemos, no son más que convenciones sociales, no hay una manera científica de sostener que algo sea lo mejor o lo correcto; la ciencia incluso plantearía que hay que cuestionarlo todo para seguir avanzando en el conocimiento, la evolución, los cambios. No podemos impedir el desarrollo de las personas más que por la violencia.
Y sí, el deber ser es una situación violenta, un acto despótico, triturador. Nadie tendría porqué regir su vida y sus deseos por la imposición de los otros, de la sociedad; nosotros, nosotras, podemos comenzar a modificar esa situación, no imponiendo paradigmas ni ejemplos de cómo se tiene que comportar una personas en sociedad.
Para terminar, quiero agradecer a quienes agradecen y comparten mi libertad, mi no deber ser, y quienes están ahí para acompañarme. Reconozco, sin embargo, que para alcanzar lo que una mujer puede alcanzar, tiene que trabajar, invertir en doble o el triple de esfuerzo, que lo que invierte un hombre, es real, a veces más, porque en este deber ser de nuestro momento, todavía estamos lejos de alcanzar la equidad de género, seguimos lejos de vivir en una sociedad justa y humana.
*La autora es profesora-investigadora de la UAZ y directora de Sin Sesgo Consulting S.C., especialista en el área de preferencias, elección social y sistemas electorales.