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Esta vez le tocó a Carlos…
Por: Verónica Arredondo y Manuel Arredondo

Ha transcurrido ya más de un año que se activó el estado de pandemia. Hemos sobrellevado la situación como mejor hemos podido, nuestras rutinas han cambiado de a poco o de a mucho. La presencia del coronavirus ha transformado la manera de movernos y relacionarnos. Experimentamos días a tope, nadie estaba preparado para esto. Nos hemos estado acostumbrando a vivir en lo drástico y lo pantanoso, conviviendo con un enemigo cuasinvisible e invencible. Y sin embargo, aunque hemos perdido seres queridos, cultivamos la esperanza de que todo esto termine y podamos alcanzar una nueva normalidad, a menos que.

De acuerdo con cifras de Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en México se cometen un promedio diario de 97 homicidios dolosos, es decir 4 asesinatos cada hora. El portal llamado México Social, agrega que en estas cifras no se considera a las víctimas de desaparición forzada, que no es poco, dado que existen al menos 80 mil reportes de personas desaparecidas. El ejercicio de la violencia no se ha detenido, y sigue creciendo, ni el coronavirus ha sido capaz de detener este amargo fenómeno que nos afecta en todos los estamentos y niveles de nuestras vidas.

En días pasados, Carlos Arredondo Luna, mi hijo –de Manuel Arredondo-, padre, esposo, mi hermano, de profesión contador, fue víctima, junto con algunos de sus colegas, de uno de estos actos de violencia que aparecen en los medios de comunicación con tanta cotidianidad que ya ni siquiera lo reflexionamos. Las estadísticas los considerarán en su numeralia, serán registrados en forma de datos, archivados y olvidados. Pero para mí, para su madre y su padre, para su familia y quisieramos que también para ustedes, no fuese un número más víctima de la violencia. Se llamaba Carlos y era contador, tenía una familia y le ha quitado la vida, era mi hermano. Se tienen algunos números de las vidas perdidas por actos de violencia, pero en ellos no se considera los que nos quedamos en vida, sufriendo estas grandes pérdidas. Cuánto sufre nuestra sociedad, cuánto miedo, cuanta desesperación y desconsuelo.

Estamos obligados a exigir, porque no es por gusto, que se esclarezcan los hechos, que se nos informe cuál fue el motivo del atentado. Estamos obligados a transformar las formas de relacionarnos y las maneras en que los gobiernos dirigen y administran los municipios y estados que componen esta nación. Queremos un mejor presente, no podemos esperar el futuro. Queremos respeto, buen gobierno, una sociedad que viva en armonía y que goce de oportunidades para su desarrollo. La violencia en contra de uno de los ciudadanos afecta a toda la ciudadanía.

Hoy la familias Arredondo Luna y Arredondo Méndez, nos encontramos tristes, muy tristes, como miles de familias en este país lo están porque han perdido a sus seres amados, como todos esos padres, madres, hermanos, hermanas, hijos, hijas, han perdido a uno de los suyos a manos de la delincuencia. Porque somos demasiada gente a la que nos faltan los nuestros y queremos que se detenga esta ola de violencia.

Escribimos esta carta con dolor y angustia, pero no con desencanto. Sabemos que podemos construir un mejor país, una sociedad más justa, una realidad donde quepamos todas y todos. Pero no por ello queremos callarnos, quiero, queremos que se esclarezca el asesinato de mi hermano y que los culpables sean castigados. Queremos que nuestros gobernantes tengan la suficiente sensibilidad para mejorar las condiciones de vida que actualmente tenemos. No tengo por qué callarme y resignarme, no tenemos que hacerlo. Nos corresponde buscar la justicia que otros no han conseguido.

Agradezco a toda la gente que se ha preocupado por mí y por mi familia, los llevamos en el corazón. Lamento mucho que este adorable estado, este significativo país, sea presa de la delincuencia, de la corrupción, de la violencia, nadie nos merecemos esto. Trabajamos para construir el futuro, día con día nos partimos el alma para que los nuestros vivan bien. Es tarea de todas y todos que alcancemos la civilidad que queremos, pero es responsabilidad de nuestras instituciones encontrar la forma en la que evolucionaremos como sociedad.