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Él me mira y en sus pupilas danza
la certeza de mis horas.

Su voz madura los frutos de mi cuerpo al nombrarme.

Él me toca: sus dedos escriben profecías en las ráfagas del tiempo.

Cuando él transita mis peldaños
somos pájaros.

Y nuestro aleteo hace arder el agua del mundo