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Divagaciones de la Manzana
Herodes a la vista
Martha Chapa

Es cierto que el confinamiento por el COVID, tanto para adultos como para niños, ha sido muy largo. También, que se han incrementado los índices de violencia intrafamiliar. Igual, que las mujeres en el lugar han tenido que atender su trabajo a través del llamado Home Office, además de convertirse en prácticamente las responsables de la educación a distancia de sus hijos. Y lo mismo, que tanto el nivel de aprendizaje y conocimientos de los niños ha descendido, con una severa afectación adicional en su proceso de socialización. Todo ello, sin contar los perjuicios, directos e indirectos, en términos de empleo, inversión y desarrollo económico en general.
Aun así, ninguno de estos factores, como cualquier otro, puede justificar la prisa o la premura para que los niños y adolescentes regresen presencialmente a la escuela. sobre todo cuando experimentamos lo que ya se ha dado en llamar una Tercera Ola de contagios y decesos, tan grave y preocupante como las anteriores etapas del COVID.
Por eso, el llamado tan insistente del propio Presidente y de la Secretaria de Educación Pública, para que se inicien las clases en las aulas a partir del 30 de agosto, no sólo representa una grave irresponsabilidad, sino incluso decisiones que podrían incurrir en responsabilidades civiles y penales.
Harto criticable es igualmente que las autoridades pretendan descargar en los padres de familia las responsabilidades que de suyo conllevan sus cargos públicos y función pública.
Qué decir de la infraestructura y las instalaciones, que se encuentra en pésimas condiciones a falta de mantenimiento y aseo durante los meses en que se ha extendido la pandemia, sin considerar la imposición de que sean los padres de familia quienes coadyuven a su apertura, debido al afán desmesurado y erróneo de una austeridad malentendida, que a fin de cuentas ha canalizado los ahorros y recortes presupuestales hacia programas sociales y electoreros, cuya opacidad y aplicación fallida ha sido evidenciada por el incremento de la pobreza, con cuatro millones de pobres más.
Todavía peor y alarmante es el hecho de que son los niños los que en esta Tercera Ola se han empezado a contagiar, a la vez que no han recibido su vacuna al igual que un porcentaje significativo de la población adulta del país.
No hay tampoco campañas eficaces en los medios de comunicación para generar una conciencia de usar el cubrebocas, el gel, el lavado de manos y la sana distancia. Es decir, medidas preventivas para evitar la pérdida de vidas, indistintamente de su edad. Por el contrario, el propio presidente López Obrador sigue sin usar el cubrebocas y hasta se jacta cínicamente de que su hijo padeció de COVID sin mayores consecuencias, junto a las contradicciones de las autoridades de salud respecto a la vacunación de los niños.
Pero por fortuna, en las encuestas que se han aplicado al respecto, ha quedado claro que en su mayoría los padres de familia no mandarán a sus hijos a la escuela hasta que se conjunten las condiciones deseables para evitar contagios, y lo peor más decesos.
Queda a la vista entonces, una vez más, la ineptitud e insensibilidad del gobierno que en el caso de nuestros niños, raya en la omisión y la negligencia criminales.