Divagaciones de la Manzana
Una más de la familia presidencial
Martha Chapa
Si bien la intimidad o privacidad de cada uno de nosotros, ya sea en lo personal o en el ámbito de la familia, es un derecho que exige el respeto de los demás, adquiere otro valor cuando trasciende a la dimensión pública.
Es el caso reciente de la polémica que se ha suscitado junto a la diversidad de interpretaciones, por el estilo de vida de José Ramón López Beltrán, hijo del presidente López Obrador, más aún cuando media el criterio del conflicto de intereses.
Sabemos, por una magnífica investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y del propio Carlos Loret de Mola, que José Ramón y su esposa viven en una suntuosa mansión, además de otras ostentaciones, excesos y lujos en el pasado reciente, contradiciendo la prédica recurrente y machacona en las conferencias mañaneras del propio presidente, quien desaprueba tal manera de vivir, atribuyéndole incluso que es producto de la corrupción y la impunidad.
De ahí, la exigencia de que se abra ahora una investigación, y en su caso, se apliquen las sanciones que procedan, pues habitan en una gran casa propiedad de la firma petrolera norteamericana, con contratos millonarios en la refinería de Dos Bocas, Tabasco.
De entrada, uno piensa que todo podría partir de la disfuncionalidad educativa en el hogar de José Ramón, desde la niñez, lo mismo porque le parecieron poco convincentes los valores que trataron de transmitirle, o peor aún, que no le pareció genuino el comportamiento de su padre respecto al discurso que sostiene y la realidad o los hechos.
Pienso también, que siendo tan dado López Obrador a las referencias de parábolas bíblicas, suspiraría que tan escandaloso suceso se tratara a fin de cuentas del pasaje del Hijo Pródigo, para revivirlo en los días actuales tras el arrepentimiento de su hijo y un juramento irreversible ante la 4T de seguir por el sendero impoluto; o bien, con otra parábola referente a la consigna de que con la vara con que mides serás medido, pues López Obrador recurre frecuentemente a la descalificación moral de otros, independientemente de que sean o no procedentes.
En todo caso, aunque José Ramón es mayor de edad y por ende que su padre tampoco puede responsabilizarse de los actos de sus hijos, en este caso tiene implicaciones que violan al menos la legislación de responsabilidades de los servidores públicos y qué decir del Derecho a la Información.
Sin embargo, como ha ocurrido en la actuación del presidente, cuando se trata de los suyos, tanto dentro como fuera de su familia, mide diferente por que siempre justifica y protege sus desvaríos o delitos con el sucio manto de la impunidad, mientras que a los que considera sus adversarios o aquellos que simplemente lo critican, no sólo los condena verbalmente sino que los persigue iracundo y ejerciendo abusivamente el poder. Además, es evidente que con sus protegidos soslaya la colusión entre el poder económico y político, que dice haber desterrado en su gobierno.
Acciones y omisiones que mueven a la risa sardónica o burlesca como también a una airada indignación social, que deben sobre todo tener consecuencias legales (sanciones) y electorales (votar contra Morena), pues como ciudadanos no podemos permitir que la corrupción, la impunidad o la ineptitud continúen y subsistan, tal cual ha ocurrido a lo largo ya de sus tres años de gobierno, máxime cuando se supone que es la bandera que día a día ondea en sus comunicados, que en realidad evidencian cinismo y simulación.
Ahora, ocurre con su hijo lo que con las conductas ilícitas de sus colaboradores y el abultado expediente de incongruencias y de veda informativa, ocultando los hechos por varios años sobre la aplicación de recursos públicos, especialmente si se trata de sus obras faraónicas, despilfarradoras y mal planeadas.
Demos entonces seguimiento a la inmundicia y no olvidemos ni éste ni otros casos, donde haya evidencias inconfundibles de incongruencia, deshonestidad y flagrancia en violaciones a la ley.
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