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LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ

Verónica Arredondo

Recuerdo que en algunas clases de historia revisamos las guerras en las que se vio inmerso el Imperio Romano, también recuerdo que mis profesores me explicaron las causas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Pero luego entendí que la guerra, como práctica y concepto, quedaba lejos de nuestra realidad, que era un fenómeno del pasado que ya no se correspondía con nuestro presente y futuro porque estábamos más que civilizados y entendíamos que no deberíamos experimentar el mismo obstáculo que nuestros antepasados.

Cuando ocurrió la caída del Muro de Berlín, yo era muy pequeña, entonces no entendí la magnitud del suceso. La Alemania unificada dio inicio al fin de la Guerra Fría y de la lucha entre el capitalismo y el comunismo, se supondría que ya no habría más guerras. Francis Fukuyama de hecho presentó su obra ¿El Fin de la Historia?, donde expuso la tesis que planteaba que al no haber más conflictos ideológicos, el capitalismo liberalismo finalmente primaría por los siglos de los siglos; el sistema capitalista ya no tenía enemigos y si bien, quedaban algunos reductos del fascismo, el nacionalismo, y algunos conflictos religiosos, tarde que temprano cederían ante el avance democrático mundial. Fukuyama entonces habló de la posthistoria, en donde el hombre se concentraría en satisfacer sus demandas materialistas y refinadas; y si acaso existieran conflictos, estos solo corresponderían a malos entendidos y cuestiones individuales.

Sin embargo, algunos sí esperábamos que el fin de los conflictos ideológicos conllevara el fin de la guerra; nada más alejado de la realidad. Porque el filósofo norteamericano también había planteado y advertido que las relaciones internacionales estarían basadas exclusivamente en el comercio, cada estado competiría por colocar sus productos en el mercado internacional para que al final lo único importante fuera el dinero y el bienestar de la ciudadanía.

No voy a analizar las causas de los conflictos, pero si me parece importante mencionar algunos hechos históricos respecto a los conflictos ideológicos y el pensamiento de Fukuyama para que se entienda mejor que el hipotético fin de la guerra no implica para nada el inicio de la paz. La paz siempre costará más que la guerra.

Si bien con el triunfo del capitalismo sobre el comunismo, el conflicto de dos distintas visiones de la realidad, pudimos por primera vez en mucho tiempo plantearnos vivir en paz, quizá no pensamos que tendríamos que construirla activamente; quizá pensamos que sin guerra la paz aparecería por lógica y como su resultado. Nos equivocamos.

En el presente, todas y todos pensamos que la guerra se avecina, que respiramos el toque de tambores a nivel mundial con el actual conflicto en Ucrania. Suponemos que los grandes líderes harán todo lo posible por impedir un nuevo conflicto internacional, porque no es conveniente para nadie, porque como lo planteó Fukuyama, esperamos de alguna forma que todo se deba a un malentendido.

La paz que queremos alcanzar

En lo particular, en nuestro entorno, entendemos que un conflicto siempre proviene de un malentendido o una diferencia de intereses. ¿Cómo podemos solucionar ello? Aunque no siempre lo hacemos creo que en principio, escuchando al otro.

Sabemos que todos los días los noticiarios nos informan acerca de hechos violentos en distintas partes del país y del mundo. Conocemos de primera mano los crímenes que se comenten en nuestro estado. Suponemos que son hasta fenómenos y que nada tienen que ver con la guerra, y aunque esto sea cierto, la cuestión sí tiene que ver con que existan desacuerdos e injusticias, y es en ese apartado que podríamos entender que la solución de esos problemas comienza nombrándolo y reconociéndolo.

Por eso pienso que, para alcanzar la paz, debemos entrar en acción, tomar las riendas de lo que buscamos, pensamos y queremos. Tenemos que darnos cuenta y aceptar los problemas que ocurren en nuestro entorno, eso nos dará pie para encontrar diversas soluciones. Porque podemos ser actores y factores de cambio de la realidad; de hecho, tenemos voluntad para lograrlo. Organizados y juntos.

Además, vivimos en una nación democrática y más o menos uniforme, reconocemos nuestras diferencias, las aceptamos y respetamos. Digo que más o menos uniforme, respecto a otros países del mundo, porque tenemos una gran diversidad, diversidad que nos enriquece como nación y comunidad. Y aunque podamos ser diferentes, afortunadamente, tenemos objetivos parecidos, que no son otros que nuestro desarrollo como personas y nuestra comunidad.

Nos reconocemos en nosotros mismos, hemos construido instituciones fuertes que atienden nuestras necesidades y demandas; podemos elegir los gobiernos; tenemos medios de comunicación que nos dan voz, gozamos del libre tránsito. Así hemos estado construyendo la paz de nuestro país y nuestro Zacatecas. Nuestra participación, que conste, siempre ha sido activa, no hemos dejado luchar por ello.

Y en lo cotidiano, es importante entender que los conflictos en primera instancia se resuelven o se evitan, hablando. Es transcendental escuchar al otro, saber lo que quiere, cómo se siente, qué le pasa. Aunque a veces no es fácil, tenemos que generar y establecer la empatía como una herramienta para lograr la paz, para conseguirla, para construir sus cimientos.

Porque la paz permitirá desarrollarnos, garantizará que nuestros sueños y metas se realicen. Asimismo, es probable que podamos derribar otros obstáculos y entender que las diferencias nos hacen más fuertes. Porque debemos entender que la paz es un estado de nivel social, que significa equilibrio, igualdad, oportunidad de una convivencia colectiva sana.

Nuestras actuales circunstancias indican que la paz está muy lejos de alcanzarse, nuestro entorno dice que estamos próximos a la guerra y que nos hemos equivocado en mucho. Sin embargo, esto no es del todo cierto. Generaciones enteras han buscado el bienestar de la humanidad, no podemos echar por la borda su tarea. Generaciones enteras han trabajado para solucionar los problemas que impiden nuestra prosperidad. Pero nadie dijo que fuera sencillo. Sin embargo, si queremos que el bienestar social cubra todas los pueblos y naciones, es necesario que nuestra participación funja un papel trascendental.

Si queremos alcanzar la paz, nuestras tareas consisten en comprendernos y aceptarnos, en fomentar el cariño y el amor en todas sus magnitudes. Tenemos instituciones que coadyuvarán con nuestro objetivo. Generación tras generación construimos un nuevo mundo y una realidad donde cabemos todas y todos. En esta posthistoria que vivimos, estamos por la reconstrucción de lo que otros y nosotros soñamos. Sabemos cómo alcanzar la armonía, el respeto y la felicidad. El camino es largo, y lo podemos caminar de la mano, hacia adelante, buscamos el desarrollo, el progreso, la tranquilidad, la paz. Siempre es más fácil estar en desacuerdo, enojados, en guerra, pero precisamente cuando todo parece más complicado y oscuro, es cuando debemos estar más unidos.

Asumamos el reto que implica la construcción de la paz, está en nuestras manos, porque de ello depende nuestra supervivencia como cultura y especie.