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Divagaciones de la Manzana

Ni batea, ni deja batear
Martha Chapa

Han transcurrido ya tres años y comprobamos el extravío del gobierno en lo concerniente a su pensamiento y acción en materia de relaciones exteriores.
De hecho, el presidente López Obrador ha insistido en que la mejor política exterior es la interior, una de sus frases preferidas que a la vez conlleva tufos de un silogismo incompleto o francamente de formulación sofista, pues no dejan de ser ámbitos y dimensiones distintas, de propia conceptualización, definiciones, estrategias y campos de acción, si bien deben estar enlazadas, armonizadas y mantener congruencia institucional.
Pero más allá de estas disquisiciones, quiero referirme en esta ocasión a su viaje por Centroamérica y el Caribe, específicamente por lo que se refiere a su visita a Cuba, así como a la línea discursiva que adoptó, por lo que para otra ocasión su paso por Guatemala, El Salvador y Honduras.
A la generación que pertenezco, la Revolución Cubana nos emocionó y hasta ilusionó, aunque años después empezara a gestarse un desencanto generalizado cuando advertimos su conversión a un régimen dictatorial, represivo e inepto para conseguir el bienestar económico y social del pueblo, además de la supresión de las libertades individuales, señaladamente en el ámbito de la prensa y los medios de comunicación, o la inexistencia de partidos políticos e instancias de representación ciudadana.
Hoy nos queda muy claro que el modelo cubano conformó y privilegió una burocracia totalitaria y explotadora, sin ningún ánimo de cambiar e introducir reformas de aliento democrático, libertario e igualdad de oportunidades.
Sin embargo, López Obrador en su visita a ese país, se situó una vez más, fuera de la realidad, ya que si se trataba de ayudar a Cuba, debió de asumir la responsabilidad de invitar a este gobierno a que suspendiera violaciones flagrantes en materia de derechos humanos y a abrirse al mundo para superar las condiciones paupérrimas en que vive su población.
En otra de sus intervenciones expresó que se negaba a aceptar el fracaso de la Revolución Cubana, cuando el mejor camino para evitarlo sería, no de ahora sino desde hace décadas, emprender la restauración de las libertades, participación política, elecciones democráticas y mercado de economía libre, así fuera estricta y correctamente regulado.
También se refirió a la conveniencia de que Cuba y Venezuela estuvieran en la Reunión de Las Américas a celebrarse próximamente, desconociendo la realidad imperante en esos países de corte tiránico y sus agresiones recurrentes a varias Naciones que la integran y participan, cuyo sistema, independientemente de las imperfecciones que tengan, celebran elecciones democráticas, permiten la libre expresión y la actuación de los opositores.
Asimismo, criticó el bloqueo económico norteamericano a la isla, soslayando que muchos de los alimentos que se consumen en la isla provienen de Estados Unidos y el hecho de que no sólo han tolerado la migración de cubanos, sino que representan hoy todo un núcleo económico y político, con la comunidad asentada en Miami.
Y otras referencias más igualmente trasnochadas, ridículas y estériles, que evidencian la presencia ociosa e inútil del llamado pomposamente Canciller Marcelo Ebrard, cuyas ambiciones dan para ser tapete y florero, exhibiendo una vez más su indignidad y una bajeza tan grotesca, que no alcanza ni para cargar los bats de su jefe.
Es evidente entonces, que López Obrador, para seguir con los términos beisbolísticos que tanto usa y le gustan, que su recorrido internacional, como ocurre en nuestra realidad nacional, ni batea ni deja batear.

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