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Ser estudiante: en este país más que una obligación es un privilegio

Por la Dra. Verónica Arredondo

La Primavera

Muchas de nosotras recordamos con cariño y nostalgia la época en que éramos estudiantes. Asistíamos a clases, nos ocupábamos de las tareas y trabajos escolares; convivíamos con nuestras compañeras y compañeros. Estábamos, en el mejor de los casos, cien por ciento dedicadas a formarnos académicamente; algunas quizá trabajábamos para solventar los estudios o para agarrar experiencia en la profesión que habíamos elegido. La escuela era nuestro fin y principio. No sabíamos que ser estudiante, en este país, es probablemente un privilegio.

Yo cobré sentido de que era estudiante en la UAZ, mi querida universidad y alma mater. Antes, durante la primaria, secundaria, bachillerato, solo sabía que iba a la escuela a aprender y comprender conocimientos que algún día me servirían para algo. Fue en mi formación universitaria cuando entendí que lo que significaba ser estudiante. Supe que estaba en un lugar al que muchas y muchos aspiraban pero que por diversos motivos no habían tenido la oportunidad de acceder. Supe que lo que estaba conociendo, experimentando, reflexionando, dentro de las aulas, iba a marcar el sendero de mi vida. Supe que podría llegar al final del camino, o que podría dejarlo inconcluso, pero que las vivencias universitarias, estudiantiles, ya no se borrarían nunca más de mi memoria ni mi alma.

La Pandemia

Los estudiantes del país y del mundo, de repente, se enfrentaron a un hecho sin precedentes en los últimos cien años: una pandemia que asoló y que todavía permanece con remanentes en la comunidad internacional. Las aulas y las escuelas se convirtieron en desiertos porque resultaba imposible la convivencia del tú a tú. Casi de un día para otro las clases tuvieron que proveerse a través de monitores computacionales, por medio de canales que no estaban dispuestos para ello. Tuvimos que reinventar las metodologías para que los estudiantes continuaran con su formación. El reto fue máximo. Todavía no sabemos si tuvimos éxito o fracasamos, pero hubimos de cubrir las exigencias que demandaba el galimatías del COVID.

Quizá ya existan o en el futuro haya estudios de cómo influyó la pandemia sobre los estudiantes que se encontraron de facto aislados de la convivencia con sus pares, intentando mantenerse dentro de su etapa de aprendizaje para concluir un grado más de su formación académica, pero podemos imaginarlo ahora mismo porque nos ha tocado vivirlo. Piensen ustedes, lectores y lectoras, imagínenlo, cuánto esfuerzo y energía les ha costado a los alumnos y alumnas de primaria, secundaria, preparatoria, universidad, atender sus clases cuando parecía que el mundo se estaba derrumbando. Piensen cuánto esfuerzo y dinero le habrá costado a las familias de esos estudiantes asimilar las nuevas formas de acceder a la escuela. El estudiantado pasó a una etapa virtual, un aprendizaje a distancia, sin avisos ni preparación para ello; muchos de ellos y ellas se convirtieron de una especie de autodidactas a la fuerza, y no porque así lo decidieran, porque era lo que se necesitaba.

Ni maestros ni estudiantes estábamos preparados para una emergencia mundial, no estábamos preparados para condicionar la educación académica por medio de la internet; no sabíamos cómo hacerlo, lo estudiantes no sabían cómo aprenderían en esta nueva realidad. Enfrentar un virus que nos mantendría durante mucho tiempo dispersos no solo era complejo de suyo sino estresante. Porque quizá atender la escuela era lo de menos, cuando estaba en riesgo la salud y la vida. Pero sobrevivimos, y pasamos de grado. Sobrevivir era y es la prioridad, de alguna manera pensamos que la escuela podía quedar para después, cuando la vida estaba más que nunca amenazada.

Ser Estudiante

Parece ser que ser estudiante es hasta lógico, obligatorio. Pero no es tan fácil mantenerse en esa posición si consideramos las variables que ello implica. Para asistir a la escuela es necesario contar con herramientas y facilidades que tal vez no contemplanos. Si una persona quiere estudiar, de tiempo completo, debe tener cubiertas sus necesidades básicas, como: una casa donde vivir, alimentación, tener asegurado el transporte para poder acudir a la escuela, manutención para comprar los insumos que requieran su educación. Estudiar de ninguna manera es gratis, necesitamos dinero y tiempo para hacerlo, que desafortunadamente todavía muchas y muchos no tienen. Aunque la educación sea un derecho y existan escuelas públicas para desarrollarnos, cualquier estudiante tendrá que invertir en ello y en este país, desafortuandamente, ese privilegio no todos se lo pueden dar.

En ese y en todos los sentidos, el Estado debe de estar comprometido para garantizar que las personas que optan por desarrollar su formación académica, tengan de verdad las oportunidades para realizarla. El Estado debe de construir las estructuras fiables y viables que soporten el quehacer de los estudiantes; no solo a través de la educación pública, es decir, no solo porque haya escuelas públicas. Para que un país sostenga el desarrollo de su estudiantado hacen falta más que becas, requerimos infraestructura, requerimos profesores bien remunerados, instalaciones adecuadas para la demanda; requerimos que existan vías de comunicación, medios de comunicación, comercios adecuados a las necesidades, canales sociales que coadyuven en la formación de las y los estudiantes.

Además, necesitamos impulsar políticas publicas educativas con dirección a obtener resultados concretos que demandan nuestra actual realidad. Necesitamos que se priorice con urgencia a los estudiantes; que el estudiantado se convierta en un sector de trascendencia para la nación porque la educación es un derecho humano, y porque también es una inversión para el país.

Nuestro compromiso

Pero, como estudiantes, tenemos un compromiso. Como estudiantes el compromiso radica en que si la sociedad avala, apuntala y los impulsa, requerimos de generaciones estudiantiles que de verdad hagan uso y aprovechen lo que les estamos otorgando. Debemos, nosotras y nosotros, sociedad, generar escuelas que tengan los recursos suficientes para que nuestros estudiantes triunfen, y ellos deben de responder de la misma manera. Yo no puedo juzgar a estas generaciones de alumnos, pero sí puedo decirles que hemos luchado para que tengan el sistema educativo que tienen, y que les toca mejorar lo que les dejamos. Para ello es necesario que estén preparados; es necesario que nos escuchen, que nos entiendan. Muchas de nosotras somos sus maestras, queremos celebrar el Día del Estudiante con ustedes, y queremos que ustedes alcancen metas que todavía no imaginamos. Espero que nos entiendan. Yo fui estudiante, y entiendo todas las inconformidades de los estudiantes. Entiendo también que hay que crecer y aceptar que no hemos cubierto las expectativas.

A lo mejor no recordamos por qué se celebra el Día del Estudiante, a lo peor deberíamos saberlo. Hace casi cien años los estudiantes, un 23 de mayo de 1929, pidieron que se recordara su derecho a estudiar. Los estudiantes son agentes de cambio. A nosotras y nosotros nos toca reflexionarlo. Somos el presente y el futuro de aquellos que lucharon antes, nos toca conmemorarlo.