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Divagaciones de la Manzana

Los abismos del centralismo

Martha Chapa

Muchos de nuestros problemas y retos que subsisten, provienen de un desarrollo desigual en las diversas regiones que conforman el país.
En otras palabras, se trata del fracaso del Estado Mexicano en un rubro esencial: la descentralización de la vida nacional.
Han sido varios los intentos emprendidos, según el sexenio de que se trate, pero en todo caso han sido fallidos en mayor o menor grado, y a fin de cuentas representa un saldo histórico negativo.
Si aludimos al tema de la seguridad pública, tan crítico en nuestros días, queda a la vista de todos la carencia de cuerpos de policías suficientes y capaces en cantidad, calidad, y capacidad de prevención, vigilancia y reacción, frente a la creciente violencia y potencialidad de los grupos criminales y los carteles de la droga. Por igual, en otro ejemplo, cuando nos referimos al desarrollo económico, salta abruptamente la brecha entre el norte, más rico, que el sur, ancestralmente empobrecido. En última instancia, la resultante ha sido la desigualdad, la pobreza y el atraso.
Es cierto que la infraestructura ha crecido y muchas obras se edificaron en las últimas décadas, especialmente durante la segunda mitad del siglo pasado, incluso persiste el antecedente del gobierno de Porfirio Díaz que avanzó lo mismo en materia de caminos que de vías férreas para conectar más y mejor al país. Pero a la vez, siempre se ha registrado una grave discontinuidad institucional y desviaciones múltiples respecto a las verdaderas prioridades nacionales, aunadas a un enorme desperdicio de recursos, despilfarros, y de paso, corrupción e impunidad.
De hecho, no ha dejado de darse una confrontación muy dañina entre ese centralismo predominante y una descentralización rezagada e indefensa, donde han prevalecido los intereses partidistas o visiones personalistas de quienes han ocupado la presidencia de la República.
En nuestros días, desgraciadamente no sólo subsiste tan funesta tendencia, sino que se ha acentuado esa centralidad en cuanto a decisiones y acciones de gobierno, y peor aún, con el añadido de un autoritarismo proveniente del desaforado poder presidencial casi sin contrapesos.
Lo vemos sobre todo hoy con la decisión no sólo de querer militarizar la seguridad pública sino de redundar en esos criterios centralistas, además de cometer violaciones a nuestra Constitución Política, junto a la cancelación simultánea, —al menos como se presentó la iniciativa presidencial que aún está a consideración del Senado de la República—, de una policía civil en tanto el ejército refuerza la lucha contra la delincuencia.
Seguimos entonces en ese régimen verticalizado, excluyente, discriminatorio y desigual en cuanto a políticas públicas que debieron ser equitativas e integrales, con recursos justamente distribuidos. Cuando mucho, se ha intentado mudar dependencias al interior de la República, aunque bien sabemos que eso sería desconcentrar más no descentralizar, que en sí implicaría ampliar funciones, responsabilidades y principalmente autonomía, la generación y uso de recursos propios, especialmente facultades y autoridad plenas, sin detrimento de la complementariedad de los poderes ni de la armonía y coordinación entre los diferentes niveles de gobierno.
Mientras tanto, la Nación marcha y marchará desbrujulada, con altibajos cada vez más riesgoso, ensimismada en ese raquítico federalismo, que no ha sellado notoriamente a lo largo de ya más del medio siglo.

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