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Divagaciones de la Manzana
Del 68 al 22

Martha Chapa

De nueva cuenta, el 2 de octubre, ratifica la vigencia de sus postulados, consecuencias, alcance social y aportaciones invaluables.
Si hoy tenemos un país con más democracia y libertades, por más imperfectas que sean y tengan que mejorarse, lo debemos principalmente al glorioso movimiento estudiantil de 1968.
En aquellos años, como ocurría en las décadas que le precedieron y en otras subsiguientes, nuestra realidad se oscurecía con el autoritarismo reinante en la vida pública, pero también dentro de la privada en familia, llena de convencionalismos absurdos, prohibiciones abundantes tanto para decir lo que se pensaba como para elegir libremente un estilo de vida. Y en todo caso, un partido hegemónico que determinaba el todo y las partes de la vida nacional.
La represión era esa constante que sexenio tras sexenio reaparecía lo mismo aplastando a maestros que a ferrocarrileros o electricistas agrupados en sindicatos que aspiraban a ser independientes y sosteniendo sus luchas en las trincheras de la justicia social.
Los medios de comunicación, atados y enmudecidos, sólo por excepción expresaban algunas críticas no sólo a ese régimen absolutista, sino también a las otras entidades que estaban vedadas: el presidente, la iglesia y el ejército.
A partir de ese gran movimiento, que detona la prepotencia, la soberbia y la psicosis presidencial, encarnada a la perfección por Díaz Ordaz, México empieza a cambiar gradualmente, desde que se permite la inserción de otros particos políticos en la propia Cámara de Diputados hasta la emisión de leyes de amnistía para liberar a quienes ante la dureza y cerrazón gubernamental optaron por las armas en la guerrilla rural y urbana.
Aún más, transcurridos los años fue factible que se diera una transición democrática, aunque a fin de cuentas resultara desperdiciada y fallida con el ascenso del PAN a la presidencia, vía Vicente Fox y Felipe Calderón, e igual el regreso de un PRI que se suponía sanado de sus vicios, corruptelas e impunidad y que fue un fiasco regresivo.
Llegaría luego la elección histórica de la llamada en términos generales “Izquierda”, que impulsaran ameritadamente Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, sobre todo y todos quienes pertenecían o pertenecemos a esa corriente, para abrirle las puertas en 2018 a un nuevo régimen con Andrés Manuel López Obrador, en la punta del liderazgo.
Pero más allá de ese luminoso y triunfal punto de partida en el 68, quien iba a calcular que décadas después pudiera situarse una diferente propuesta ideológica, política, social, económica y cultural, en la presidencia de la República, y cuyo gobierno resultara tan decepcionante por sus erráticas decisiones y perfil igualmente alejado de esa izquierda socialdemócrata, con saldos penosamente negativos lo mismo en materia de seguridad pública que de salud, economía, política, educación o cultura.
No obstante, eso no quita mérito ni brillo a quienes participamos en esos años en marchas, demandas y denuncias sociales, como lo es también el caso de mi compañero Alejandro Ordorica, quien fue todo un activista en favor de esos cambios y que diera testimonios de honestidad y eficiencia en los diversos e importantes cargos públicos que ocupó hasta su jubilación misma y ahora con las relevantes tareas que sigue desarrollando.
Tiene entonces luz propia el 68, si bien se mantiene todavía en el 22 una deuda social con tantos y tantas que en esos años apuntamos y aspiramos hacia una patria diferente que aun no se ha convertido en un gobierno plenamente democrático, justo, eficaz, libertario y próspero para todas y todos, como lo seguimos exigiendo.

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