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SALVADOR GARCÍA Y ORTEGA

Por: Arturo Nahle García

Las bandas de música que conocemos tienen origen militar. A principios del siglo pasado todas las partidas militares contaban con una banda conformada obviamente por soldados y su repertorio se integraba exclusivamente con marchas, al compás de ellas marchaba la tropa.

Pero como nuestros heroicos soldados siempre han sido de extracción humilde y sumamente católicos, el 12 de diciembre se quitaban el uniforme para ir a tocarle las mañanitas a la virgen en las faldas del Tepeyac.

En la década de los veinte (en plena guerra cristera), una de esas bandas llevó serenata a la Guadalupana, solo que uno de los músicos no se quitó el uniforme. El presidente Calles montó en cólera y no solo ordenó castigar al músico insubordinado, sino que dispuso la desaparición de todas las bandas militares que había en el país.

Pues en Zacatecas había una y el entonces gobernador Luis Reyes contrató a los músicos recién despedidos para conformar la Banda del Gobierno del Estado, su primer Director fue Don Octavio Sigala.

A la muerte del maestro Sigala (en 1958), el gobernador Francisco E. García tenía un gran dilema, a quien nombrar como nuevo Director de esta banda que apenas tenía 28 elementos. Manuel Benítez Valle era un integrante sobresaliente y además le había compuesto un hermoso vals a la primera dama, Doña Conchita Medina de García (recién fallecida); sin embargo Don Panchito, visionario como siempre, se inclinó por el clarinetista jerezano Juan Pablo García Maldonado.

Don Juan Pablo nació en 1909 muy cerca de la casa donde escribía sus primeros poemas López Velarde, a muy temprana edad quedó huérfano e ingresó al internado de Guadalupe. Ahí se aisló, se hizo introvertido, poco sociable, refugiado por completo en la música. Al salir del internado fue telegrafista y hasta pintor, pero prefirió la banda donde le daban un salario insuficiente para mantener a su esposa Lolita y a sus once hijos, por ello lo complementaba como notificador en la Tesorería del Estado.

Al asumir la Dirección de la Banda decidió hacerla Escuela de Música; el aula era el patio de su vieja casa en la calle Victoria número 3, y hasta ahí llegaban muchachos de diversas partes del Estado a quienes Doña Lolita, muy a regañadientes, les daba de almorzar y de comer por instrucciones del maestro. Entre las macetas del patio se escondían sus hijos Sergio, Juan Pablo (mas conocido como Gilberto), Agustín, Salvador, Víctor, Adolfo y mi tocayo Arturo, y desde ahí empezaron a aprenderle a su virtuoso padre hasta que éste no tuvo mas remedio que meter a Salvador en la Banda y después a los demás.

La disciplina que el maestro Juan Pablo adquirió en el internado de Guadalupe la trasladó a su escuela de música y, por supuesto, a sus hijos. Las clases las impartía de lunes a viernes de 9 a 10 de la mañana y de 5 de la tarde a 8 de la noche. Los ensayos eran en la Escuela “Zaragoza” (hoy Biblioteca Mauricio Magdaleno) y después en el Teatro Calderón de las 10 de la mañana a las 2 de la tarde, incluidos los sábados.

Fue así como la Banda llegó a 80 elementos, hasta que un día Pompeyo Dávila, titular de Educación, se atrevió a decirle que ya no enseñara a tantos porque ya no cabían en el autobús. Ya se imaginarán la respuesta que recibió del estricto Director, nomás se le frunció el célebre sombrerito de carrete que en la década de los cuarenta compró a 99 centavos en la tienda de López Cortés y que lo usó hasta su muerte en 1997.

Los gobernadores Rodríguez Elías y Pedro Ruíz González le ofrecieron a Don Juan Pablo una Diputación local, no la aceptó. En una ocasión el Licenciado Cervantes Corona lo invitó a comer a la casa de gobierno, mandó a Salvador con su representación.

Los funcionarios de la época no se atrevían a interrumpir un ensayo para avisarle que el Presidente de la República le acababa de mandar un avión de la fuerza aérea para que fuera a cenar con él en Los Pinos. Echeverría y el regente Octavio Sentíes lo querían en la CDMX para que organizara una banda en cada Delegación. Imposible sacarlo de su amado Zacatecas.

Con esa agudeza y personalidad no tuvo dificultad para intuir que su mejor sucesor no podía ser otro que su hijo Salvador. El talento musical lo demostraba a diario en el saxofón; la disciplina con sus calificaciones en la Normal y la Escuela de Derecho; y el temple cada vez que su padre le prestaba la batuta y aguantaba con entereza la rechifla del público.

A diferencia de su padre, el maestro Salvador compone y hace arreglos, ha enriquecido el repertorio enormemente, al igual que las grabaciones y las giras. Las antiguas serenatas en la Plaza de Armas en las que la banda tocaba una pieza e inmediatamente tomaba un largo descanso, ahora son verdaderos conciertos (llamadas audiciones) en la Plazuela Goytia. Su extraordinaria banda no se ha quedado en el pasado, ha evolucionado esplendorosamente y hoy interpreta a Queen, a los Beatles y a Juan Gabriel con la misma emotividad que las clásicas Bodas de Luis Alonso, Nabucco o Caballería Rusticana.

¿Se imaginan al maestro Salvador García tocando el saxofón en la orquesta de Luis Aracaraz? Ese privilegio lo tuvimos los riograndenses hace algunos ayeres y creo que nunca se escuchó mejor “Bonita” y “Quinto Patio” como en esa ocasión. Tampoco se me olvidará el duelo de bandas en la plaza monumental de Aguascalientes, Salvador cortó orejas y rabo con la clásica “Pelea de Gallos”. Pero la mejor que me ha tocado es cuando en Las Vegas acompañó a la super Olga Breeskin y su violín.

Salvador es dueño de su propia personalidad y, por lo tanto, de sus méritos que no son pocos. Es extrovertido, sociable, le gusta la política, el tabaco, los buenos vinos y es un verdadero honor ser su compadre.

En agosto cumplirá 65 años en la Banda, hay que prepararle un gran y justo homenaje, por ejemplo que la Legislatura lo declare “Hijo Predilecto de Zacatecas” como a Felguérez, a Pedro Valtierra o mas recientemente a Héctor Castanedo. Nadie como él nos hace sentir tan orgullosos de ser zacatecanos.

*Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Zacatecas