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¿Recuerdas?

Tu hermana Verónica Arredondo

Es complejo explicar el dolor a través de un texto. Las palabras, imágenes visuales o acústicas, resultan insuficientes para describirlo. Solo quien lo padece, lo entiende. Se puede apelar a la empatía, aunque quien empatiza resuelve el problema de un modo que parte no desde la comprensión sino desde la humanidad. Además, se vuelve más problemático si hablamos de un dolor que no precisamente proviene de un padecimiento físico, visible, tangible, sino que tiene su origen en una experiencia traumática. Ese es mi caso, el de mi familia y amigos, tenemos un dolor que se manifiesta de distintas formas. Una dolencia que no superamos y que quizá no lo haremos: la muerte de nuestro amado Carlos.

Se cumple otro aniversario del deceso de Carlos, mi hermano, mi amigo, mi cariño. A través de este tiempo cada uno de nosotros hemos sobrellevado su ausencia como hemos podido. Nos apoyamos los unos a los otros, lo recordamos de diversas maneras, lo traemos en la memoria a menudo y con recurrencia. Continuamos viviendo en la zozobra, en el desamparo y la tristeza. Continuamos viviendo indignados y preguntándonos porqué le ocurrió a él, que es una parte de nosotros.

Creo que es menester decirlo, la gente que perdemos un ser querido bajo las condiciones que sean, no logramos entender ni aceptar el hecho por completo. Nos duele profundamente. El dolor quema, nos debilita, nos impide mirar la realidad como siempre la habíamos mirado. Cada muerte es un fin del mundo y si esa muerte además ocurrió con extrema violencia, el fin del mundo se vive el resto de los días. El dolor cala los huesos, es más helado que el frío y más caliente que una hoguera. Es un grito sordo e indefinido que siempre se encuentra presente aunque no se note.

Consternados y rabiosos, así es como nos encontramos, familiares y amigos, gente que lo conoció, que lo trató, que compartió algún gesto, una palabra, algunos pasos. Yo creo que Carlos, donde quiera que esté, puede entender esto: que lo recordamos, que no lo olvidamos y que estamos furiosos del dolor que nos dejó su partida. Es inconcebible que hayamos despertado hacia un día donde él ya no estaba, porque siempre esperábamos encontrarlo

No se puede explicar el dolor, no se puede pintar en un lienzo una imagen clara que lo escenifique y pueda ser transmitido hacia el entendimiento. Las personas que hemos perdido un ser amado, podemos comprendernos entre nosotras, pero la sensación es tan particular, que la experiencia propia resulta distinta. El dolor vaticina que algo anda mal; la dolencia no es pasajera, sino que permanece bajo la lengua, dentro de la cabeza, en la juntura de las extremidades, en el tuétano de los huesos. Eso es lo que yo he sentido y puedo compartir en este texto.

Me gustaría encontrar palabras de consuelo para mi familia y amigos. Palabras mágicas que aminoraran la carga de sabernos incompletos. Palabras sanadoras que borraran sufrimientos. Palabras que dieran vida, que regresaran el tiempo y corrigieran hechos que no debieron haber pasado. Pero me conformaría conque Carlos estuviera vivo, con una palabra se solucionarían muchas cosas: vivo.

Vivimos en una realidad, en un país, en el que muchas familias han sido lastimadas económicamente, políticamente, socialmente. Familias a las que les han arrebatado un ser querido y que tienen que despertar todos los días sabiendo que les cortaron el corazón sin explicación alguna. Tampoco es que las explicaciones solucionen nada, porque no hay razón para el ejercicio de la violencia. Nadie tiene que vivir a través de asesinatos y muertes. Nadie tiene que desarrollarse en un ambiente de guerra.

Consternados y rabiosos resulta poco, estamos más que eso. Necesitamos a Carlos vivo y eso no va a pasar y nadie se hace responsable de ello. No tenemos un Estado capaz de garantizar la seguridad, no tenemos instituciones confiables que nos amparen. Salir a la calle y quedarse en la casa resulta igual de peligroso. Vivimos a nuestra suerte, aunque seamos ciudadanos conscientes, parece que nos hemos quedado solos.

Espero que haya un día, un futuro, mejor que el que hemos vivido. Quiero imaginar un futuro en donde los hijos de Carlos, mis sobrinos, ni siquiera puedan imaginar la violencia del presente. Para eso, tenemos que trabajar, labrar una democracia real, una repartición de la riqueza más justa, fomentar las creación de empleos, terminar con los privilegios de pocos. Porque la violencia es un síntoma del mismo fenómeno, la pobreza es un síntoma de que como sociedad, como país, nación, no hemos construido mejores caminos.

Extraño a mi hermano Carlos. Lo extraño todos los días, en ausencia de las sonrisas. Ojalá que en este texto y en estas palabras alguien encuentre un poco de consuelo, es necesario encontrar tranquilidad ante tanta tristeza. Somos muchos los que hemos perdido mucho y queremos que termine. Nos merecemos una realidad amable, merecemos días de sol y lluvia sin tener que preocuparnos de la violencia. Te recuerdo, Carlos. Y agradezco que hayas sido mi hermano.

Por si se nos estaba olvidando

Carlos: yo, tu familia, tus amigos y amigas, siempre estaremos agradecidos de haberte encontrado, de haberte conocido. Reconocemos que la vida ha sido buena contigo, con nosotros. ¿Recuerdas? Tienes que recordar allá, en el lugar donde te encuentres, los momentos felices que pasamos, las experiencias amenas, las comidas familiares, las navidades, los cumpleaños. Sabemos que tenemos que superar tu partida, lo hacemos poco a poco, sin olvidarte, te llevamos en el corazón, en la mirada, en las palabras. Te seguimos queriendo, siempre fuiste muy querido. Nadie va a quitarnos eso; nadie podrá decir que no disfrutamos. Nos declaramos culpables de habérnoslo pasado bien contigo. La vida continúa, tus hijos crecen. Estamos aquí, intentamos honrar tu memoria, tu cariño y sabiduría. Queremos que lo sepas, de algún modo queremos que permanezcas y te quedes para siempre, HERMANO querido, mi amigo.