Dr. Ricardo Monreal Ávila
Colaboración, no confrontación
Hace algún tiempo, un exembajador de EUA en México me dijo: “Los republicanos anuncian lo que te van a hacer, para que te sientes a negociar con ellos; los demócratas, al revés, primero te lo hacen sin darte cuenta, y luego te sientan a negociar, para ir soltando algunas cosas que les vas pidiendo… El fondo es el mismo: negociar; la forma es la que cambia en uno y otro”.
Lo acabamos de ver en el caso del Mayo Zambada. Mientras el entonces candidato republicano Donald Trump anunciaba en Fox News que él acabaría en pocos días con los cárteles mexicanos del fentanilo y la migración enviando tropas a nuestro país, el gobierno demócrata de Joe Biden, en una operación encubierta, aún no contada y sin orden ejecutiva de por medio, sustrajo de territorio nacional al mexicano más buscado por las agencias de seguridad estadounidenses.
Históricamente, México ha sido uno de los principales ejes sobre los que gira el discurso político o electoral en los equipos de campaña de candidaturas, tanto demócratas como republicanas. Recuérdese cómo, en 1988, por ejemplo, fue utilizado el tema del asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, para plantear una serie de incursiones injerencistas en nuestro país.
Más tarde, en el año 2000, se argumentó desde diversos sectores políticos que estaban llevándose a México los empleos de la población estadounidenses. En 2012, el motivo para replantear algunos riesgos asociados con la agenda de seguridad nacional fue la guerra contra el narcotráfico, que convirtió a nuestro país en un peligro para la vida de las y los vecinos del norte. Y durante 2024, el tema del fentanilo levantó argumentos entre los círculos más conservadores de la nación de las barras y las estrellas, que incluso pusieron en la mesa la posibilidad de una invasión militar.
Ciertamente, esas situaciones no carecen de algún fundamento. Existen una serie de riesgos compartidos entre ambas naciones, que necesariamente deben ser discutidos en las más importantes mesas de la agenda bilateral. La cuestión está en eludir el uso electorero y el usufructo propagandístico de los temas que ensucian los cauces de negociación. Por ejemplo, el tratamiento político sobre el fentanilo, una de las drogas sintéticas más letales y poderosas de los últimos tiempos, que el año pasado mató a más de 100 mil seres humanos en Estados Unidos, convirtiéndose en una verdadera epidemia de salud pública, no debería tener cabida, sino desde una óptica de cooperación internacional.
A medida que se acercaba la etapa más álgida de la elección presidencial en EE. UU., se incrementaban los ánimos antiinmigrantes y antimexicanos; ahora mismo, problemas trasnacionales como el tráfico ilegal del fentanilo podrían ser motivo para seguir atizando los prejuicios que alimentaron las campañas y aspiraciones políticas en los comicios pasados, señalando que este grave problema de salud pública viene de fuera, de los cárteles mexicanos, que los introductores son las personas migrantes que van a buscar trabajo a ese país y que el Gobierno de México ha dado muestras de tolerancia respecto de estas circunstancias, se ha cruzado de brazos o, incluso, ha protegido a los grupos de la delincuencia organizada que producen el fentanilo en laboratorios clandestinos instalados en las zonas serranas del país.
En función de estos antecedentes, el presidente electo Donald Trump acaba de anunciar que, cuando asuma su cargo el próximo 20 de enero, designará “inmediatamente”, mediante “órdenes ejecutivas”, a los cárteles como organizaciones terroristas extranjeras. “Todos los miembros de pandillas extranjeras serán expulsados… Impondremos todo el poder de las fuerzas del orden federales: ICE, Patrulla Fronteriza, la DEA, el FBI. Eliminaremos a las bandas de migrantes y criminales que están matando y violando a nuestros ciudadanos. ¡Vamos a echarlos!”.
Toda esta retórica beligerante conlleva una buena dosis de desinformación, pues omite que el Gobierno de México, y en concreto la presente administración (basta recordar la serie de reformas constitucionales concretadas, como la relativa a la Guardia Nacional), realiza los mayores esfuerzos e invierte los recursos necesarios para ayudar a resolver esta problemática que tiene implicaciones a ambos lados de la frontera, y que las raíces y soluciones no pueden ser unilaterales.
Por ello, una vez más, que no cunda el pánico. “No engancharse”, como pidió la presidenta Claudia Sheinbaum en la mañanera de principio de semana. Tiene razón, porque en ningún momento Trump planteó una intervención militar directa o un bloqueo comercial o bancario a México, como sí ha acontecido en otros momentos, contra otras naciones consideradas santuarios de grupos y asociaciones terroristas.
Cuando Trump alude a México, lo hace en dos planos: en el dramático o mediático, y en el diplomático o colaborativo. En el dramático: “Fui muy fuerte con México… le dije que no puede hacerle esto a nuestro país, que no lo vamos a tolerar más… Le he informado a México que esto simplemente no puede continuar, que no lo vamos a permitir” (a lo que siguieron aplausos fuertes y muy sonoros de sus simpatizantes).
En el plano diplomático, expresa: “hablé con la nueva presidenta de México, una mujer encantadora y maravillosa”. Un guiño que no le ha hecho ni a Obama, ni a Biden, ni a Kamala. A lo que en la diplomacia de salón se le llama “dejar la llave en el florero”.
Se podrá contraargumentar que son mayores las señales dramáticas o mediáticas que las diplomáticas o colaborativas, pero el instrumento anunciado para equiparar a los cárteles extranjeros de las drogas y la migración como terroristas son las “órdenes ejecutivas”, las cuales, hasta hoy, no tienen naturaleza extraterritorial (hay iniciativas de ley para que lo sean de facto, pero no han prosperado en el Capitolio).
En suma, las órdenes ejecutivas anunciadas no equivalen a permisos en automático para invadir México, lanzar bombas o realizar incursiones intrusivas in situ, como lo interpretan algunos de los sectores políticos conservadores en el país, que saludaron estos anuncios de Trump como la salvación o el rescate político de ellos. Son los mismos que esperan el arribo del nuevo embajador de EUA como quien aguarda a un mesías, pero eso ya es otro tema.
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