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Te conocí en un restaurante a las dos de la tarde. Aunque ese es un detalle insignificante. Igual pudo haber sido a las seis en la presentación de un libro, o al mediodía en una banqueta de Paseo de la Reforma. El resultado habría sido el mismo: tú y yo de la mano, hoy, por las calles de París. Es un sábado de enero. Desnudos, desde la ventana miramos el cielo vestido de nubes. Te sonrío. Me sonríes. Ni tú ni yo podemos creer nuestra suerte: nos encontramos.