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El baúl de las historia breves
por Adriana Cordero

Bajo el Trapecio del Destino

Capítulo 1: El Último Vuelo

El circo, un lugar lleno de magia y luces, era la casa de Mía. En las alturas, desafiando la gravedad, encontraba su libertad. Cada salto, cada giro, era una promesa de infinito. Junto a Elías, su compañero de toda la vida, volaban juntos como si fueran uno solo. Su acto en el trapecio era el más esperado de la función. Se conocían tan bien que podían anticipar cada movimiento del otro con solo una mirada. Pero aquella noche, algo rompió la perfección de su danza aérea.

Cuando Mía saltó hacia Elías, un resbalón en su pie la hizo perder el control. Elías extendió las manos con desesperación, pero el espacio entre ellos se alargó, y ella cayó al vacío. El sonido del golpe en el suelo fue ensordecedor, como una campanada que anunciaba el final de todo. Mía ya no respiraba. Elías quedó paralizado, incapaz de moverse, de gritar. El dolor lo envolvió con tal fuerza que no pudo salir del circo. Sus días allí llegaron a su fin. Se retiró, y el vacío de su vida no dejó lugar para nada más.

El circo dejó de ser un hogar y se convirtió en una tumba de recuerdos. La gente lo olvidó, pero Elías no pudo olvidar a Mía. La sombra de su caída se proyectaba en cada rincón de su vida. Se trasladó a una ciudad diferente, donde el bullicio de la vida cotidiana lo sepultó en una rutina monótona. Sin embargo, los ecos del circo y la imagen de Mía siempre lo acompañaban.

Capítulo 2: El Renacer

Décadas pasaron y Elías, ahora un hombre de mediana edad, vivía una vida que había renunciado a soñar. Sin embargo, una tarde, en un viaje de negocios a una ciudad costera, se encontró con una galería de arte que le llamó la atención sin razón aparente. No era amante del arte, pero algo en el aire lo atrajo hacia ella. Cuando entró, un retrato lo detuvo en seco.

Era una pintura de una mujer de rasgos familiares, tan intensos, tan cautivadores. La pintura mostraba a una trapecista suspendida en el aire, su rostro lleno de una nostalgia indescriptible. Elías sintió un tirón en el corazón. La figura era tan familiar, como si la conociera de toda la vida. Se acercó más a la obra y vio su nombre: “Sofía”.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo. No podía ser. Las emociones lo abrumaron, y el recuerdo de Mía lo golpeó con tal fuerza que tuvo que salir de la galería para respirar. Esa noche, sumido en una tormenta de pensamientos, Elías no pudo dejar de pensar en ella. "¿Es posible que esta mujer sea Mía, en otra vida?", se preguntaba. Sin quererlo, el deseo de encontrar respuestas comenzó a consumirlo. En esa pintura vio algo más que solo un retrato; vio un vínculo inquebrantable, una conexión que lo unía con esa mujer, algo que no podía dejar ir.

Capítulo 3: El Encuentro

Sofía, por su parte, vivía su vida en la superficie, como una trapecista que siempre había sentido que algo faltaba. Cada noche, cuando saltaba al vacío, sentía una extraña melancolía. Aunque su vida era rica en emociones y adrenalina, algo dentro de ella gritaba que había un vacío más profundo, algo sin resolver. Los sueños la atormentaban: caía del trapecio, su cuerpo deslizándose hacia la oscuridad, pero justo antes de tocar el suelo, alguien la alcanzaba. Un hombre con ojos intensos, un rostro que no podía recordar del todo.

Cuando Elías la vio en el circo, una noche clara y estrellada, todo se detuvo. Sofía estaba en el aire, ejecutando un salto audaz, y en ese instante, sus ojos se encontraron. La familiaridad lo golpeó. Aquella mirada, esos ojos, esa presencia... Era ella. Sin poder evitarlo, el pasado se desbordó en su mente. Y, al mismo tiempo, el rostro de Sofía quedó grabado en su corazón de una manera que no podía entender.

Después de la función, la buscó, y cuando la encontró entre los vestuarios, sus palabras fueron suaves, pero llenas de un peso que los dos sintieron sin necesidad de explicarlo. “¿Te recuerdo?”, preguntó Elías, casi en un susurro.

Sofía lo miró, perpleja. “¿Quién eres tú?”, le respondió, pero en su interior, una sensación de familiaridad comenzaba a llenar su pecho. Algo en sus palabras, algo en su voz la hacía sentir que había estado esperando este encuentro durante toda su vida.

Elías no pudo responder de inmediato. En sus ojos brillaba la misma duda que ella sentía, pero al mismo tiempo, el deseo de saber más, de comprender por qué sentía que todo esto no era una coincidencia. En los días que siguieron, comenzaron a hablar, a compartir momentos de incertidumbre y comprensión. Elías le contó la historia de su vida, de Mía, de la tragedia, de su retiro del circo, y cómo, a pesar de los años, nunca dejó de pensar en ella. Sofía escuchó en silencio, algo dentro de ella resonando con cada palabra.

Capítulo 4: El Despertar

Las visiones comenzaron a invadir a Sofía de manera cada vez más clara. En sus sueños, vio la imagen de un trapecio, un rostro familiar, y escuchó una voz susurrando su nombre: “Mía”. Despertó sobresaltada, el sudor frío cubriendo su piel. En esos momentos de confusión, se dio cuenta de que no podía negar lo que sentía. Algo profundo dentro de ella sabía que Elías no era un extraño. Sabía que, de alguna manera, él era la clave de su existencia.

Una noche, después de un acto en el circo, Sofía se acercó a Elías. “Creo que te recuerdo”, dijo, su voz quebrada por la emoción. “Creo que fui alguien más antes de ser yo.”

Elías la miró, y por primera vez en años, sintió que algo en su alma se completaba. Se acercó a ella, y sin palabras, la abrazó. El tiempo, esa ilusión que los separó, ya no parecía importante. Los dos se miraron, y supieron que todo lo que habían vivido hasta ese momento era solo un preludio para su reencuentro.

Capítulo 5: Volando de Nuevo

El circo, ese lugar de ilusiones, volvió a convertirse en su hogar. Sofía y Elías, ahora plenamente conscientes de su amor y su vínculo eterno, comenzaron a actuar juntos una vez más. Sus movimientos eran perfectos, no solo por la destreza adquirida durante años de práctica, sino por la profunda conexión que compartían. El público no sabía la historia detrás de sus acrobacias, pero sentían algo más en el aire. No era solo destreza; era magia.

Elías había encontrado su alma gemela de nuevo, y Sofía, que ya entendía su verdadera esencia, comenzó a sentirse completa. Los dos volaban juntos, como antes, pero ahora con una nueva comprensión de su amor, uno que trascendía las vidas y el tiempo.

El circo no era solo su lugar de trabajo, sino el espacio donde el amor eterno se desplegaba ante los ojos del mundo. Y así, con cada salto, cada giro, Sofía y Elías recordaban una y otra vez que, aunque el tiempo pueda separarnos, el amor verdadero siempre encuentra la manera de volver.

Fin.