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Decir las cosas por su nombre.

Por: Jenny González Arenas

Las estructuras sociales de subordinación de mujeres a hombres pueden haberse difuminado en lo formal, no así en lo práctico, mientras existan prácticas que permitan que el sistema patriarcal se reproduzca. La perpetuación del sistema patriarcal no es solo la responsabilidad de los hombres, sino de toda la sociedad – mujeres y hombres – en su conjunto que permite, de manera consciente o inconsciente el que estas conductas no desaparezcan.
Partimos de situaciones muy sencillas, en el ámbito laboral, una mujer y un hombre que realizan las mismas funciones siempre será supra valorado el trabajo masculino o subvalorado el trabajo femenino; chef o cocinera; diseñador de ropa o costurera, son algunos ejemplos.
Pero también nos encontramos con casos en los que a dos personas de géneros distintos que realicen el mismo trabajo se les exigirá un esfuerzo distinto basado solo en la diferencia de género.
Esto parecería estar alejado ya de la realidad en un contexto en el que se ha luchado de manera permanente por el establecimiento de acciones afirmativas que permitan ir abatiendo la desigualdad entre los géneros, sin embargo, sigue sucediendo y se siguen utilizando mecanismos indirectos para evitar, a toda costa, que se puede acabar, de manera efectiva, con el sistema patriarcal.
Para muestra un botón de cincuenta años de sindicalismo. Mientras habían existido hombres secretarios generales en los sindicatos, por poner un ejemplo, el SPAUAZ, no se había presentado una sola demanda de sindicalizados en contra del Secretario General en turno, había inconformidades, claro que las había, se discutían en instancias sindicales, se podía o no tener la razón, pero nunca se judicializaban las acciones.
Basta solamente que quien conduzca sea una mujer para que, de manera automática, todas y cada una de las decisiones que se tomen, así sea de forma colectiva, sean cuestionables, criticables y llevadas a un órgano jurisdiccional, por más descabellada o incongruente que parezca la petición.
Si un hombre actuando como secretario general violenta los derechos de todos los sindicalizados al firmar el conjuramiento de huelga a espaldas de los sindicalizados, por más que se le reclame, simple y sencillamente no hará nada. Pero si una mujer emprende acciones encaminadas a incrementar el patrimonio sindical para mejorar la convivencia colectiva del gremio, eso es causal de persecución judicial con tintes políticos.
Si un hombre que dirige el sindicato decide ser omiso a las exigencias de la ley laboral y no promover una reforma estatutaria, no pasa nada. Pero si una mujer decide promover una reforma estatutaria para dar cumplimiento a una exigencia de la ley laboral entonces hay que perseguirla, acosarla e impedir por todos los medios judiciales, políticos e incluso violentos, a que se lleve a cabo un mandato legal.
Llamemos a las cosas por su nombre, el acoso de ciertos medios de comunicación, el promover encabezados amarillistas, el sacar las cosas de contexto, el agredir en redes sociales, ofender, denostar, amenazar, amedrentar y perseguir no es un acto de defensa de derechos colectivos, es una clara acción instalada desde el modelo patriarcal, promovido por ciertos actores universitarios que están en contra de que una mujer sea Secretaria General.