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Beatriz Pagés*

IMPEDIR SU REGRESO

México y Estados Unidos tienen un enemigo común: López Obrador.
Cuando el Embajador Roland Johnson comparó el “enfoque pasivo” del expresidente mexicano con el “cambio audaz” de Sheinbaum frente al crimen organizado, marcó una frontera.

La traducción política de las palabras de Johnson tienen gran fondo. Dejó ver que López Obrador permitió que los cárteles del narcotráfico inundaran de droga a Estados Unidos. El ex mandatario mexicano se comportó como un adversario depredador, un mal vecino que representa un peligro para la seguridad nacional norteamericana.

La otra lectura del discurso tiene que ver con Sheinbaum. Washington sigue tendiéndole la mano a la presidenta para que se atreva a romper con su antecesor, con la red narco criminal que le heredó y se decida llevar a juicio a los políticos de Morena que la encabezan.

Pero hay en las presiones de Washington un ingrediente adicional: evitar que López Obrador regrese. Las condiciones están dadas para que el gobierno de Sheinbaum fracase y el movimiento de Morena se divida y deshaga como consecuencia de la escandalosa corrupción.

Palenque está en máxima alerta ante la acelerada descomposición y la falta de capacidad política de la pupila para impedir el naufragio. López Obrador, dueño del gobierno, del Congreso, de los gobernadores y de Morena, propietario único y absoluto del proyecto de la 4T, no está dispuesto a que la experiencia de Bolivia se repita en México.

Así que, López Obrador se prepara para – de una u otra forma regresar-, evitar que la pudrición de su partido se vea reflejada en las elecciones del 2027 , perder, como consecuencia, el control del Congreso y en el 2030 la Presidencia de la República.

Para Washington, para México y la democracia el resurgimiento político de AMLO representaría un altísimo riesgo. Significaría “volver a la vida” a quien ayudó a llenar de fentanilo las calles de San Francisco o Nueva York; implicaría abrir de par en par la puerta a quien hizo del crimen organizado un socio y un cómplice para financiar elecciones e instaurar de por vida un régimen narco autoritario.

López Obrador no solo está en la mira de la oposición mexicana sino en la agenda de seguridad nacional de Estados Unidos. Es el representante de una izquierda latinoamericana “narca” que, junto con otros populistas latinoamericanos, -como Maduro- se asociaron para “derrotar al imperialismo yanqui”.

La presión de Estados Unidos a Sheinbaum para que rompa con la mafia del obradorato se vio reflejada en la gira de la presidenta por el sureste. Desde Mérida, Cancún y Tabasco llenó de elogios a su padre político tal vez para que no tuviera duda de su lealtad absoluta.

Lo cierto es que Sheinbaum ya no sabe qué ser, ni qué hacer. Se debate entre ser la “mujer de Washington”, la “mujer de López Obrador” o la “mujer del Foro de Sao Paulo”. Guardarse su comunismo y lopezobradorismo para evitar hundirse en el pantano de la narco corrupción de Morena o permanecer leal a quien le regaló la Presidencia de la República.

La debilidad política de Sheinbaum está a “flor de piel”. Ha soltado frases como “Si me dejan terminar el sexenio, el salario mínimo aumentará en 2030”. Lo dijo pensando en la revocación de mandato, pero también en lo que se decida en Palenque. Ahí está el contrapeso y los “grilletes” de la presidenta.

Claudia no ha podido sentarse en la silla presidencial. La banda tricolor le queda grande. Espera a cada instante que suene el celular. Tal vez ella misma, -ante el descontrol de la violencia, el deterioro del país y la división en Morena -, cedería con gusto el lugar a su antecesor.

¿No se puede? ¿No hay reelección? ¿Es ciencia ficción? Más nos valdría no ser ingenuos. México y Estados Unidos comparten hoy el mismo desafío: impedir el regreso de López Obrador.

*Directora de la revista Siempre