¿Somos la vigencia de un país que sigue en movimiento?
Sria. Bennelly J. Hernández Ruedas
Cada 20 de noviembre, México se detiene un momento para mirar hacia atrás y recordar uno de los acontecimientos que marcaron para siempre nuestra identidad nacional, el movimiento de la Revolución Mexicana.
Ese levantamiento social, político y armado, que inició en 1910, no fue solo un acto de derrocar el entonces gobierno de Porfirio Díaz; representó el despertar de un pueblo cansado de la desigualdad, la injusticia y la falta de libertad.
Fue el comienzo de un movimiento que buscó reivindicar los derechos de las grandes mayorías, quienes habían sido históricamente olvidados.
Porque una revolución no es un acto aislado o un momento espontáneo, es un proceso social que surge del deseo de transformar el orden establecido, cuando este deja de responder a las necesidades reales de la gente.
Revolucionar implica subvertir estructuras, modificar relaciones de poder y abrir caminos hacia nuevas formas de organización económica, política y social. Es en esencia, un reclamo colectivo por un cambio que dignifique la vida de todos.
Y eso fue lo que simbolizó la Revolución Mexicana, la expresión de una sociedad que, aún entre enorme adversidad, se sabía capaz de construir un futuro distinto. Por ello, más que un periodo histórico, ¡la Revolución es una lección permanente!
Nos recuerda que el poder debe transformarse al ritmo del pueblo, porque una nación es dinámica, diversa y profundamente cambiante.
Transformar la estructura de poder es una tarea que no se agota. México sigue evolucionando, enfrentando nuevos desafíos y adaptándose a realidades que exigen respuestas distintas.
En un país en constante movimiento, la lucha por la igualdad, la libertad y la justicia no puede considerarse concluida. Es importante que todas las familias mexicanas puedan gozar de mejores condiciones de vida, oportunidades de desarrollo y un entorno donde sus derechos sean respetados.
Y es precisamente en esa búsqueda, donde la Revolución Mexicana mantiene su vigencia.
A 115 años de distancia, este episodio de nuestra historia nos enseña que la lucha social no es un hecho pasado, es un esfuerzo continuo que nos corresponde asumir como individuos y como comunidad.
En los últimos años, desde el gobierno se han impulsado programas, políticas y acciones orientadas a construir un México más equitativo. Se han ampliado apoyos sociales, fortalecido estrategias para combatir la desigualdad y creado oportunidades para que quienes se encuentran en mayor vulnerabilidad, tengan acceso a lo que por derecho les corresponde; educación, bienestar, seguridad y un horizonte de vida más favorable.
Cuando una sociedad trabaja para que nadie se quede atrás, está construyendo su propia revolución pacífica. Una revolución que no requiere armas, sino voluntad, organización y compromiso colectivo.
Por ello, es justo reconocer que cada acción que amplía derechos, cada programa que acerca oportunidades y, cada política que honra la dignidad humana, es un paso hacia ese país igualitario que soñaron quienes lucharon en 1910.
La palabra “revolución” proviene del latín revolutio, que significa “dar una vuelta” o “girar”. Un poderoso significado que nos orienta a una enseñanza profundamente humana, siempre será importante transformarnos.
Dar vuelta a lo que no funciona; atrevernos a iniciar nuevas etapas. Así como las sociedades se renuevan, las personas también debemos buscar cada día ser una mejor versión de nosotros mismos. No estancarnos. No conformarnos. Seguir luchando por lo justo, por lo que anhelamos y por lo que nos permite crecer.
La Revolución Mexicana es, por tanto, más que un capítulo histórico; es un recordatorio de que el cambio es posible cuando existe un pueblo decidido a conquistarlo. Y ese espíritu, vivo aún en nuestra memoria, es el que debe impulsarnos día a día a construir el México que queremos y merecemos.
Correo electrónico:
bennelly.hernandez@zacatecas.gob,mx



