El baúl de las historia breves
por Adriana Cordero
Aranceles y Corazones
La tarde del 5 de febrero de 2025, la Ciudad de México respiraba una tensión palpable. La noticia de los nuevos aranceles de Donald Trump a los productos mexicanos se había esparcido por todos los rincones del país. La economía temblaba bajo el peso de la amenaza, y las palabras de la presidenta Claudia Sheinbaum en el aniversario de la Constitución resonaban en los hogares mexicanos: “México es libre, soberano, independiente. No somos colonia de nadie”.
Pero mientras las autoridades luchaban por frenar la escalada de tensiones, Daniel, un joven economista de 29 años, se encontraba atrapado entre los desafíos profesionales y sus propios sentimientos. Trabajaba para un think tank que asesoraba al gobierno en temas económicos y comerciales, y como muchos de sus colegas, veía con preocupación cómo las decisiones internacionales podían derrumbar años de trabajo y acuerdos.
Daniel estaba sentado frente a su escritorio, observando el flujo constante de información sobre los nuevos aranceles y la posible reacción de los mercados. La incertidumbre económica lo envolvía, pero había algo más en su mente, algo mucho más cercano y cálido que las frías cifras: Guadalupe.
Ella había sido su compañera de universidad, una mujer brillante y apasionada por las políticas públicas. Se conocieron en un curso de análisis político y, desde entonces, comenzaron a compartir más que simples charlas sobre política. Daniel había conocido a Guadalupe en el momento en que su corazón comenzaba a dudar de sí mismo, buscando respuestas que el mercado no podía ofrecer.
Guadalupe, como él, estaba al tanto de las noticias de la semana: la reanudación de las exportaciones ganaderas a Estados Unidos, la creciente preocupación por la violencia en la frontera y la intervención militar anunciada por el gobierno mexicano. Ambos sabían que el futuro del país dependía de las decisiones de los líderes políticos, pero también sabían que había algo más importante: el futuro de su relación.
Esa tarde, después de días de conversaciones a través de mensajes rápidos y llamados tensos debido al trabajo, Guadalupe lo invitó a tomar un café en un pequeño restaurante cerca de la Alameda Central. La cita no solo representaba un respiro de la política, sino una oportunidad para conectar más allá de los informes y las cifras.
Daniel llegó antes de lo previsto. El restaurante estaba tranquilo, casi como si el mundo exterior no estuviera a punto de cambiar. Cuando Guadalupe entró, con su risa fresca y sus ojos llenos de esa determinación que tanto lo había cautivado, Daniel sintió que el caos del país se desvanecía por un momento.
“¿Cómo lo llevas?” preguntó Guadalupe mientras se sentaba frente a él, sonriendo suavemente.
“Al límite”, dijo Daniel, sin poder ocultar la preocupación. “Trump está decidido a aumentar los aranceles, y eso podría hundir la economía. Estoy intentando encontrar una salida, pero es como estar viendo el final de una película que ya conoces”.
Guadalupe asintió, comprendiendo la frustración de Daniel, pero sus ojos brillaron cuando agregó: “Yo también estoy preocupada. Pero... ¿sabes qué? A veces las cosas necesitan romperse para que algo nuevo crezca. México está viviendo una transición, y aunque duela, puede ser el principio de algo diferente”.
La conversación entre ambos fluía naturalmente. Hablaban del futuro de México, de la política internacional, de sus trabajos, pero también de algo más íntimo: sus miedos, sus sueños, y cómo a pesar de todo lo que pasaba en el mundo, su relación era algo que ambos querían proteger.
Pero, en ese mismo instante, las noticias se colaron en sus pensamientos. El teléfono de Daniel vibró con una alerta: "Trump retira temporalmente las amenazas arancelarias, pero la incertidumbre persiste".
Los dos se miraron en silencio, como si la noticia los hubiera tocado a ambos de manera diferente. En ese momento, Daniel entendió lo que Guadalupe había querido decir: "Las cosas no siempre van a ser fáciles, pero hay algo que nunca cambia. Nosotros".
Con una sonrisa tímida, Guadalupe tomó su mano. “Podemos con esto. Juntos.”
Esa noche, mientras los aranceles y las amenazas políticas seguían rondando las salas de prensa, Daniel y Guadalupe, en un pequeño restaurante de la ciudad, hallaron un refugio en su amor. Aunque las políticas de Trump seguían sacudiendo los cimientos de la economía mexicana, y el gobierno de Sheinbaum luchaba por mantener el equilibrio, había algo que permanecía inquebrantable: su relación.
Poco a poco, los dos comenzaron a pensar en cómo podían seguir adelante en este mundo tan impredecible. Las noticias de la semana seguían llegando: la reanudación de las exportaciones de ganado, las tensiones en la frontera, el impacto de los cambios comerciales. Sin embargo, mientras el futuro de México pendía de un hilo, ellos habían encontrado la manera de escribir su propia historia, ajenos a las turbulencias externas, pero profundamente conscientes de que su amor también era un acto de resistencia, tan firme como las decisiones políticas que se tomaban en Palacio Nacional.
Fin.