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Sonia Ruíz

DEJALO@ IR A QUIEN YA NO QUISO QUEDARSE
Para saber cómo es un hombre, lo conocemos al saber cómo está su esposa. Mírala, no le digas nada, mira sus ojos, observa si su mirada tiene brillo o si sus ojos están apagados. ¿Te has percatado si ríe por amor o sonríe para disminuir el dolor? Si sabemos cómo está tu esposa no se necesita saber más de ti. ¿Sabes? El rostro de una mujer cuenta la historia del hombre que tiene al lado. La mirada es la ventana del alma, refleja si está cansada, triste, insegura, con el lama en pedazos o si su corazón desborda alegría y plenitud. Y no es porque la vida le fue dura sino porque tú no supiste ser su refugio, la engañaste, le mentiste, la hiciste sentir que no valía nada, quizá nunca le levantaste la mano, pero tus palabras fueros navajas. Tu indiferencia, tu falta de apoyo, tus ausencias en los momentos que ella te necesitaba también laceran. Ser hombre no es mandar, ordenar, exigir, indicar, humillar, pedir ni gritar. Ser hombre no es tener varias mujeres mientras que la tuya llora en silencio por los rincones, por las noches o por donde nadie la ve. Ser hombre no es vestirse de familia frente al mundo y desvestirse de compromiso cuando se apagan las luces.
Un verdadero hombre no hace sentir pequeña a una mujer y menos a la que te eligió algún día con todo el corazón, un hombre de verdad no destruye el alma de su compañera de vida, sino por el contrario, un verdadero hombre la protege, la honra, la cuida porque sabe que la fuerza no está en dominarla, sino en hacerla sentir amada y segura. Así que dime ¿cómo está tu esposa? ¿feliz, tranquila, respetada, refleja paz, tiene brillo su mirada, o su rostro es triste, desgastado, está rota por dentro? Porque cuando una esposa sufre en silencio, lo único que está gritando es la clase de esposo que tiene. Si la mirada de ella está apagada y aun con la súplica instintiva no hubo respuesta es cuando el amor ya cumplió su propósito. Entonces, lo que llamamos separación no debemos tomarlo como ruptura, debe ser considerada como una liberación sagrada.

Dos corazones que, una vez se acompañaron, están eligiendo soltarse para seguir creciendo y para no seguir sufriendo, seguirán desde la comprensión profunda de que juntos ya no florecen. Ahora se pensará no desde el abandono, sino desde lo espiritual, se comprenderá que no es el final de una historia y menos aún si hubo fruto, se entenderá que es el nacimiento de dos nuevos caminos que ya no caben en la misma historia.
Separarse no es fallar, es tener valor para decir: te dejo ir para que realices lo que te falta hacer en esta vida porque conmigo ya no hay posibilidad. Esta decisión, es un acto de amor maduro, es un acto de respeto mutuo, respetemos el viaje del otro, tengamos gratitud por lo vivido, por lo logrado, por los momentos imborrables y quizá inolvidables. Solo hay que pensar que la relación fue fértil, que dio frutos, que fue de gran enseñanza pero que ahora muere con dignidad para que entonces así tengamos la esperanza de que nazca algo nuevo en cada uno. Si después con gran serenidad logramos entenderlo, habremos con facilidad despojarnos de las culpas, de los reproches, de la incertidumbre y del mismo dolor. Para entonces se habrá disuelto la rabia y habrá quedado lo esencial: el amor que libera y el perdón bilateral, habremos agradecido los momentos, los besos, los abrazos, los instantes donde creímos ser invencibles. Agradeceremos también por las ilusiones que nos ayudaron a soñar. Aprendamos a soltar cuando el amor ya no es mutuo, aprendamos a elegirnos a nosotros mismos. Se aprenderá a vivir sin rencor y con mucho, mucho amor propio.