Día Mundial del Gamer, diversión con responsabilidad
Julieta del Río
Este 29 de agosto se celebró el Día Mundial del Gamer, una fecha que reconoce a millones de personas que encuentran en los videojuegos un espacio de entretenimiento, creatividad y comunidad. En México, según el estudio “Game On: El auge del Gaming en México” realizado por Santander y Endeavor en abril de este año, en el país hay más de 76 millones de jugadores activos, con una participación casi equitativa entre géneros: 50.2 % mujeres y 49.3 % hombres.
Estas niñas, niños y adolescentes forman parte importante de esa comunidad global que cada vez se expande más. Sin embargo, en medio de la emoción que generan los mundos virtuales, es imprescindible hablar de un aspecto que suele pasar desapercibido: la protección de los datos personales de quienes son más vulnerables en el entorno digital.
Los videojuegos en línea son hoy mucho más que pasatiempos. Se han convertido en verdaderas redes sociales donde se conversa, se compite, se crean vínculos y, al mismo tiempo, se abre la puerta a riesgos importantes. No se trata de generar miedo ni de limitar la diversión, sino de entender que lo digital también requiere responsabilidad.
El robo de identidad, la exposición excesiva de información personal o el contacto con desconocidos pueden tener consecuencias graves, y en el caso de los menores esas consecuencias se multiplican porque aún no tienen la madurez para dimensionarlas.
En varias ocasiones he insistido en la necesidad de tomar precauciones básicas como acompañar a los menores en su interacción en línea, hablar con ellos sobre los peligros de compartir información sensible, configurar adecuadamente las opciones de privacidad de los juegos y dispositivos, desactivar la geolocalización y fomentar el uso de contraseñas seguras.
También resulta recomendable que en lugar de usar su nombre real empleen un apodo y que eviten a toda costa compartir datos como dirección, escuela o rutinas diarias. Son medidas que parecen sencillas, pero marcan la diferencia entre un juego seguro y una experiencia de riesgo.
Un aspecto clave es no delegar toda la tarea a los controles parentales. La tecnología puede ayudar, pero nunca sustituirá el acompañamiento familiar ni el diálogo abierto. Las niñas y los niños necesitan saber por qué no deben aceptar invitaciones de desconocidos o descargar archivos extraños; requieren entender que lo que se comparte en un chat puede difundirse sin control y que detrás de un perfil en línea no siempre hay quien dice ser. La mejor protección se construye con confianza, cercanía y educación digital.
Antes de comprar un videojuego o una consola, también conviene revisar su nivel de seguridad, las políticas de privacidad de la empresa y los mecanismos de protección que ofrece. Es una práctica que muchas veces se pasa por alto, pero que es tan importante como revisar la clasificación por edades o los contenidos. Los padres y madres tienen en sus manos la posibilidad de anticiparse a problemas y generar un ambiente de juego seguro.
Al hablar de videojuegos tampoco podemos olvidar la dimensión de la salud. Además de cuidar los datos personales, es importante establecer horarios adecuados, promover pausas activas y vigilar que el tiempo de juego no sustituya actividades físicas o de convivencia. La diversión digital no debe ir en contra del bienestar integral de la infancia y la adolescencia.
En ese Día Mundial del Gamer reconozco el valor de los videojuegos como espacios de aprendizaje, de estrategia y de creatividad. Pero también hago un llamado a que no dejemos que la emoción del juego opaque lo esencial, la seguridad de quienes juegan. Proteger los datos personales de los menores no es un lujo ni una exageración, es una obligación que nos corresponde como sociedad. La cultura del videojuego debe ir de la mano con la cultura de la privacidad. Solo así lograremos que este universo siga siendo un lugar donde nuestros hijos e hijas puedan crecer, divertirse y soñar sin poner en riesgo su futuro digital.