Derecha e izquierda: ideologías en tensión permanente
Adriana Bujdud Nassar
Consejera de Imagen Profesional
En el debate público contemporáneo, los términos derecha e izquierda se utilizan con frecuencia, muchas veces como etiquetas simplificadoras que sustituyen al análisis profundo. Sin embargo, comprender estas ideologías resulta indispensable para interpretar las decisiones políticas, económicas y sociales que marcan el rumbo de las naciones y más en nuestro México. Más que bandos irreconciliables, derecha e izquierda representan visiones distintas y en constante evolución, sobre la organización de la sociedad, el papel del Estado y la relación entre libertad e igualdad.
Vamos poniéndonos en contexto para entender el tema. La división entre derecha e izquierda tiene su origen en la Revolución Francesa de 1789, cuando los defensores del cambio social y la soberanía popular se sentaban a la izquierda de la Asamblea, mientras que quienes protegían la monarquía y el orden tradicional lo hacían a la derecha. Desde entonces, estas categorías han servido como brújula ideológica, aunque su significado ha mutado conforme cambian los contextos históricos.
La izquierda, en términos generales, se asocia con la búsqueda de la igualdad social y la justicia económica. Parte de la premisa de que las desigualdades no son únicamente resultado del esfuerzo individual, sino de estructuras históricas que reproducen privilegios. Por ello, promueve un Estado activo que intervenga para garantizar derechos básicos como la educación, la salud y el trabajo digno. Conceptos como redistribución de la riqueza, Estado de bienestar, sindicalismo y progresismo forman parte de su vocabulario central. En sus expresiones más radicales, como el socialismo o el comunismo, la izquierda cuestiona la propiedad privada de los medios de producción y propone modelos colectivos como vía para erradicar la explotación.
La derecha, por su parte, enfatiza la libertad individual, la propiedad privada y el funcionamiento del libre mercado. Defiende la idea de que el progreso surge del esfuerzo personal, la competencia y la innovación, más que de la intervención estatal. Desde esta perspectiva, un Estado demasiado grande limita la iniciativa individual y frena el crecimiento económico. Términos como liberalismo económico, meritocracia, capitalismo y conservadurismo reflejan esta visión. Además, la derecha suele valorar la tradición, la estabilidad institucional y los valores culturales heredados, considerando que el cambio acelerado puede poner en riesgo la cohesión social.
El conflicto entre ambas ideologías se centra, en gran medida, en el equilibrio entre libertad e igualdad. Mientras la izquierda sostiene que no puede existir libertad real en contextos de pobreza y exclusión, la derecha argumenta que imponer la igualdad mediante la intervención estatal puede derivar en autoritarismo y dependencia. Esta tensión no es menor: atraviesa debates clave como la política fiscal, la regulación del mercado, los derechos laborales y las libertades civiles.
En la práctica, la mayoría de los sistemas democráticos contemporáneos combinan elementos de ambas corrientes. Existen gobiernos de centro, centro-izquierda y centro-derecha que adoptan políticas mixtas según las circunstancias. Incluso conceptos como el populismo pueden aparecer tanto en discursos de izquierda como de derecha, apelando al “pueblo” frente a una élite percibida como distante.
En el contexto latinoamericano, y particularmente en México, la discusión adquiere matices propios. La desigualdad histórica, la debilidad institucional y la desconfianza en la clase política han provocado que las etiquetas ideológicas se utilicen más como armas retóricas que como categorías analíticas. En este escenario, el reto no consiste en elegir entre derecha o izquierda de manera dogmática, sino en evaluar qué propuestas responden mejor a las necesidades sociales sin sacrificar las libertades fundamentales.
En conclusión, derecha e izquierda no deben entenderse como ideologías obsoletas ni como enemigos absolutos, sino como tradiciones de pensamiento que plantean preguntas esenciales sobre cómo queremos vivir en sociedad. El debate informado entre ambas visiones es una condición necesaria para la democracia. Cuando se sustituyen los argumentos por consignas, se empobrece la discusión pública; cuando se reconoce la complejidad, se abre la posibilidad de construir soluciones más justas, libres y sostenibles. No se debe polarizar a la ciudadanía ni ponerlos en contra unos de otros tratando de defender ideas o creencias.
Usted tiene la última palabra…



